jueves, 1 de septiembre de 2005

Un cementerio para los sueños

© Manual para canallas

Aquel hombre me pidió un cigarrito para calmar el frío. Su mirada era triste como el oficio de sepulturero. "Vine a empeñar un relojito que me habían regalado mis hijos", me platicó nomás de ganas. En automático miré hacia el frente para ver cómo la gente salía desanimada del Montepío. "Nada más nos falta empeñar el alma", añadió el abuelo. Quise decirle que esas ya no valen nada, pero sólo asentí con la cabeza. "Pero nos quedan los sueños, esos siempre serán nuestros". Fumé como si el cigarro guardara algún secreto. Pobre hombre, me dio ternura y tuve ganas de abrazarlo, pero sentí que me vería ridículo. "¿Y usted en qué sueña, joven?", me cuestionó. Me hubiera gustado decirle que así como él, soñaba con un país mejor, con una vida más tranquila, con ganarme el Melate o recibir una herencia, pero sólo me encogí de hombros. "¿A poco no tiene sueños?". Habría que ser un ingenuo para guardar algún sueño en un país que es rehén de ladrones, en un tierra tan alegre como un cementerio, aunque haya carnavales orgullosamente mexicanos.

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Mi madre trabajó para la Secretaría de Educación Pública, siempre tuvo que ser fiel al sistema y apoyar a los candidatos del partido en el gobierno. Ganaba una miseria y en sus días libres tenía que vender quesadillas para sacar adelante a los tres hijos que le dejó un divorcio. Al final, luego de 30 años de servicio, le dieron una pensión que equivale a una mentada de madre , así como un diploma y una medalla que sirven para un carajo. Ella era como muchas de las que confiaban en el cambio. Fox le parecía un buen hombre. Claro, mi madre es una mujer de corazonadas, aunque pocas veces le ha atinado. En este país los hombres buenos no llegan al poder, al menos no hasta ahora. Allí sobran los corruptos, los sinvergüenzas, los oportunistas, aquel lamebotas , esos perversos, los sin escrúpulos, los más ambiciosos que sus padres, los que asesinan a sus amigos, los que se alían con sus hermanos para saquearnos, esos benefician al compadre y los que comparten el poder con la esposa y hacen millonarios a los familiares o guardan sus "ahorritos" en cuentas secretas de Suiza. Este país está en ruinas y tal vez nos seguirán saqueando, pero eso qué importa si a la gente la entretienen con La academia o los bailes por un sueño, los monólogos de Adal Ramones, los chismes de Fabiruchis o las rabietas de Hugo Sánchez y los desplantes de Cuauhtémoc.

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Yo quiero bailar, mucha-chos, la guaracha sabro-so-na , dictaba aquella especie de cumbia desde la rockola. Instalado en la barra de ese bar de cuarta me puse a pensar si esa guaracha sabrosona era peor que eso de a mí me gusta la gasolina o aquello del no te metas con mi cucu . Cuando estás borracho pierdes el tiempo en tonterías, me cai . Aunque si estás sobrio las cosas no parecen mejores. Fuimos educados para aguantar, para lamernos las heridas, para llorar en silencio y hablar quedito. Las canciones de Juan Gabriel y los dramas de María la del Barrio o Verónica Castro, así como las películas de nosotros los pobres, nos han orillado a ser bien dramáticos y poco prácticos. Siempre es mejor quejarse porque la culpa la tiene el gobierno y también por qué no da nada, en lugar de leer los periódicos, agarrar un libro o educar mejor a los niños. Somos expertos en drama y novatos en el arte de escuchar promesas que nadie cumplirá mañana.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 01 de septiembre de 2005

manualparacanallas@hotmail.com