jueves, 27 de septiembre de 2007

El rock no tiene la culpa

© Manual para canallas

“Soy una persona muy normal, que va al mercado, que viaja en metro”, me dijo Thalía actuando como una chica sencilla. “¿Y sabes cuánto cuesta un boleto del Metro?”, fue mi siguiente pregunta. “Este, mmm, ¿cinco pesos?”, respondió de manera estúpida y luego cambió el tema. El resto de la entrevista no lo recuerdo, pero eso era suficiente para darme cuenta de lo falsa que era esa tipa.

Siempre quise ser reportero de música, pero nunca imaginé que para especializarme tenía que soportar a gente tan vacía. Sí, tuve que pagar el peaje y lidiar con personas insoportables, como Paulina Rubio, Cristian o Arjona, que tienen tantas ideas brillantes como un muestrario de pinturas Comex. Claro, tampoco era algo que te provocara pesadilla o te quitara el hambre. Yo era feliz reseñando conciertos de rock o creyéndome parte del éxito de Café Tacuba o la Maldita Vecindad, aunque no fuera cierto. Así tuve chance de ver U2 en México, a los Stones, el nacimiento de Zoé, alguna parranda de Sabina, el primer disco de Oro de Café Tacuba. Y encima de todo me pagaban por algo que disfrutaba. Empecé en un periódico muy venido a menos, pero en que esa época me daba mucha libertad, así que lo recuerdo con cariño. Ya luego deambulé por otros diarios y me volví experto en trasnochadas, en criticar discos y en conocer a toda clase de personajes extraños.

Incluso yo creía ser amigo de todos los rockeros, pero en ese medio la lealtad escasea igual que la esperanza entre los presos. Sin embargo, me llevaba chido con algunos músicos o al menos me saludaban cada que me los encontraba. A Joselo, de Café Tacuba, solía encontrármelo en el bar Milán y cruzábamos algunas palabras. El Abulón, de Las Víctimas del Doctor Cerebro, no salía del Chopo y hasta intercambiábamos discos. Y Rocco, el cantante de la Maldita Vecindad, estudiaba periodismo en la misma facultad que yo, así que ya éramos viejos conocidos.

También Tavo, de Resorte, iba en mi salón pero se volvió tan mamón que ya no se acuerda de nadie. Ahorita que me acuerdo, los de Maná todavía me deben una guitarra autografiada que me habían prometido cuando grabaron Rayando el sol, que porque era la mejor entrevista que les habían hecho. Por supuesto que sólo estaban tratando de quedar bien. Falsedades hay en todos lados. Y conste que no lo digo por sus canciones.

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Cierta ocasión presentaron una antología de Rock en tu idioma en el bar la Tirana y una amiga que trabajaba en la disquera me dio como 70 tickets para canjear por bebidas.

Yo estaba en la barra cuando llegó a saludarme Joselo, de Café Tacuba, así que le invité una cerveza, luego se acercó Chá, de Fobia, y mientras comentábamos la selección de canciones se sumó Lino Nava, de la Lupita. Un rato después llegó Saúl Hernández, de los Caifanes y ahora Jaguares, que venía “colocado” con pastas o no sé que madres. Cuando me vio invitando tragos me preguntó si yo trabajaba en la disquera. “No manches, yo sí sé de música”, dije con sarcasmo. Todos festejaron la ocurrencia. “Este wey escribe muy chingón”, le dijo Joselo y la neta es que me sentí halagado. Entonces le dije a Saúl que yo era reportero. Hizo cara como de “ya qué, algún defecto debías tener”, pero aún así me preguntó mi nombre. Allí estuvimos un buen rato. Ya luego se cortó Lino Nava porque iba con una vieja. Y después le llegó el Chá porque alguien de Los Amantes de Lola lo invitó a una fiesta a la Condesa. El resto nos seguimos emborrachando como hasta las dos de la mañana, hasta que nos corrieron.

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El cantinero parecía buen tipo, pero resultó insoportable.

Bueno, quizá yo también lo sería si atendiera a cientos de borrachos que no son capaces de ponerse con 20 varos para lo propina. En fin, que el individuo también se estaba echando sus tragos y lo que empezó como una broma se volvió un calvario: “Chúpenle, brothers, antes de que nos olviden”, dijo parafraseando una rola de Caifanes. La ocurrencia nos causó risa y desde ese momento se especializó en hacerse el chistosito. Luego le dijo a Saúl algo así como “préstame tu peine, para peinarme el alma” y así sucesivamente, siguió jugando con algunas frases desafortunadas. Cuando vio que dejó de ser simpático se empeñó en torturarnos y cada que se acercaba nos cantaba el corito mamón de “antes de que nos olvideeeen”. Yo ya estaba hasta el gorro y lo hubiera mandado a la goma, pero era la única barra y a mí lo único que me interesaba era que nos sirvieran tragos.

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Platicamos de mil cosas, del rock mexicano, de lo mamilas que son los argentinos, de los mejores discos de Tom Waits, de lo viejos que estaban los Rolling Stones, de la basura que hace Maná, del presidente tan gris que teníamos, de lo triste que resulta que los mexicanos sólo lean el TV Notas, y así sucesivamente. El pinche Saúl ya andaba hasta el full y cuando le invité el enésimo trago me tomó de la cintura mientras me decía “me cai de madres que eres pocamadre”. Mi reacción fue instintiva. Me hice a un lado y le dije “salud, pinche Saúl”. A mi no me consta, pero me habían llagado rumores de que era bicitaxi, bueno bisexual para que me entiendan. Así que preferí mantener mi distancia. Poco después se acercó una chava bastante buena y le dijo que perdonara el atrevimiento pero que siempre lo había admirado. Él le sonrió y le dijo una sarta de lugares comunes. La chava le tiraba la onda y el trataba de batearla. Ella no se iba. Hasta que lo hartó y él le dijo que le diera chance de estar con sus amigos. La chica trató de integrarse y dijo algo absurdo. Yo quise hacerle la plática, pero me dijo “sabes qué, no me interesa, no estoy hablando contigo, estoy hablando con Saúl”. Él se sacó de onda y le recriminó su actitud: “Mira, niña, ya te dije que estoy con mis amigos, así que dame chance, ábrete”. Ella se ofendió. “Uy, pinche mamón, si así tratas a tus fans, entonces un día te vas a quedar solo”. Ni hacía falta que lo dijera. Se largó desairada. Saúl trató de justificarse, aunque no era necesario. “Yo sólo quiero ser un tipo normal, pero no me dejan. Vale madre, ni un pinche trago me puedo tomar en paz”. Salud, dijo. Chocamos los vasos. Aquella noche éramos muy brothers y el mayor de los caifanes hasta prometió que me iba a dedicar una rola en su próximo concierto. Cuando se lo conté a mi novia se emocionó y lamentó no haberme acompañado. Volví a ver a Saúl varias veces, pero será que estaba sobrio o que tiene corta memoria porque deje de ser su brother. Y nunca me dedicó la rola prometida. Algo he aprendido, en este medio sobran los conocidos y escasean los amigos. Pero como diría Charly García en uno de sus himnos, “pero el rock no tiene la culpa de lo que pasa aquí”.

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
27 de septiembre de 2007

manualparacanallas@hotmail.com

 

jueves, 20 de septiembre de 2007

Si los santos te dan la espalda

© Manual para canallas

La bala apenas le rozó el brazo, lo que habla de la mala puntería de quien disparó, pero El Rikki besó su rosario y agradeció la ayuda divina: Gracias San Juditas, me cai que luego te llevo tu veladora, pensó mientras se limpiaba la superficial pero escandalosa herida. Antes de irse para su casa pasó con El Rulo para ver si le hacía un paro. “No mames, pinche Rulo, por poco y me carga el payaso”, le dijo apenas entró. Su cuate entendió en cuanto vio la mancha de sangre. “Pásale wey, ahí en el baño hay alcohol, y deja ver si te consigo una venda”. El Rikki se clavó sin saludar a nadie, porque sabía que la vieja del Rulo ni lo tragaba. “Pinche vieja, te crees la gran nalga”, le escupió el día que le tiró la onda y ella lo bateó: “Estúpido, pero deja que despierte El Rulo y le voy a decir que te pasaste de lanza”. Aquel día estuvieron bebiendo hasta que amaneció, pero El Rulo se quedó dormido. El Rikki ya andaba bien pasoneado con una piedra y los tragos, así que se le hizo fácil meterle mano a la esposa de su cuate. Cuando Mireya le dijo a su marido, éste le contestó como el típico imbécil que suele ser: “Estás loca, El Rikki no haría eso. Además, seguro andas de ofrecida”. Ella azotó la puerta y se encerró a llorar. Unos días después, en otra peda, El Rikki se justificó: “No manches, mi Rulais, tu vieja se aloca cuando pistea”, hizo una pausa para mirarlo a los ojos, “fíjate que cuando estábamos sentados me abrazó y me quiso dar un beso, pero pues tu sabes que entre la bandera no nos andamos con mamadas, verdad”. El Rulo sintió cómo se encendía su rostro. “Yo nomás le dije que se alivianara y me paré en chinga, entonces ella como que agarró la onda y ya mejor se quedó tirada en el sillón”, añadió El Rikki, “pero no pienses mal, Rulais, se me hace que pensó que eras tú, ya sabes que las pinches viejas se pierden con el trago”. No hay pex, contestó Raúl, y siguió en el desmadre. Pero esa madrugada llegó a su casa bien machito y se desquitó con Mireya. Y cuando la golpeaba no dejaba de repetirle que era una zorra. Mientras eso sucedía, El Rikki se carcajeaba frente a una teibolera sin escrúpulos y menos ropa.

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“Qué tranza barrio, ponte para unas guamas”, me dijo aquel escuincle de cabellos erizos antes de que entrara a la tienda. “Camarón, ahorita que salga le atoro”, respondí. Compré unos cigarros, un par de cocas y dejé pagadas dos caguamas. “Ya está, ese, ahí pides un par de guamas”, le dije cuando pasé junto al chaval y sus dos amigotes. “Va´mba padrino, ya estás en el compás”, se alegró y yo maldije que el muy ojaldra ni siquiera fuera capaz de dar las gracias. Y así era algunos domingos, cuando no me gorreaba un cigarro me sacaba una chela. Luego supe que le decían El Rikki, pero que no se llamaba Ricardo, como supuse, sino Christopher. Él mismo me comentó que lo de Rikki era porque en los teibols le gustaba pedir vodka Rikki, que es la peor combinación del mundo, pero él sentía que eso era muy elegante. Pobre diablo. Y me enteré que era ratero de la manera más común. Un día me ofreció un reloj swatch en 300 varos, otra ocasión trató de venderme un autoestereo “bien bara, barrio, nomás porque ando bien erizo”, y luego quería 500 pesos por un i-pod “nomás porque me caes pocamadre, aunque seas medio mamila”. Siempre le dejé claro que cuando quisiera le invitaba las cervezas, pero que no le iba a comprar nada. Cuestión de principios. Y aunque lo entendió, nunca dejaba de ofrecerme cualquier cosa, “ya sabes, carnalito, es roberto, como tú”. Al principio no entendí, pero ya luego me dijo que “es roberto” quiere decir que “es robado”. Vale gorro, si la gente usara su ingenio para cosas productivas, este país sería una potencia mundial.

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Los días 28 de cada mes, El Rikki se lanzaba a la iglesia de San Judas Tadeo, allá por el metro Hidalgo, con su enorme santo de yeso que estaba cargado de escapularios y listones rojos, verdes o blancos. Siempre eran mandas, un ritual de agradecimiento porque “sanjuditas es mi protector”, decía con seriedad, “porque me ayuda a buscar la chuleta”. Nunca he entendido esas cosas, pero soy muy respetuoso de las creencias de la gente. Lo que me brincaba era que necesitara ayuda divina para hacer el mal. Bueno, las teiboleras tienen su virgencita en el camerino y los narcos tienen en Malverde a su santo patrono, así que nada debería extrañarme. En fin, que El Rikki cumplía religiosamente con sus visitas a la iglesia. Aún así, un día le fallaron los rezos o sus escapularios eran piratas, porque lo fueron a balear afuera de un Oxxo. Hay quienes dicen que intentó atracar a un judas de verdad. También se rumora que lo traicionó su cómplice después de que asaltaron la tienda. Lo cierto es que su madre y sus hermanas se pusieron histéricas cuando lo vieron tirado sobre el asfalto. No hay rezos, ni plegarias que sirvan de algo si los santos te dan la espalda.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 20 de septiembre de 2007