jueves, 31 de enero de 2008

Honestidad brutal

© Manual para canallas

“Te pareces al Dr. House”, me dijo la chica con desenfado y luego sonrió con coquetería. La miré igual que haría un detective en una novela de James Ellroy. “Bueno, pero, umm, no físicamente”, se le atoraron las palabras, “quiero decir, mm, que tu forma de ser es muy parecida”. Supongo que se refería a esa jalada de “brutalmente honesto”, así que traté de ser condescendiente. Sonreí por amabilidad. “No sé si sea un cumplido o una mera observación, pero odio las comparaciones”, le expliqué mientras la miraba a los ojos y ella se sonrojó. “Lo que te puedo decir es que yo ya era así mucho antes de que a alguien se le ocurriera crear a un personaje como el famoso Dr. House”, traté de que entendiera. “Bueno, es que, mm, cuando lo veo me acuerdo de la forma en que eres, bueno la forma en que escribes”, logró hilar una frase de más de 20 palabras, lo cual me sorprendió bastante. Yo estaba allí, en ese salón universitario, tratando de convencer a los alumnos de que se dedicaran a la cría de cerdos o cualquier otra cosa que no fuera el periodismo. Yo hubiera preferido dormir hasta las 10 de la mañana, pero se me hizo muy gacho decirle a mi amigo José Arturo que “no” a la séptima vez que me invitó a “compartir” mi experiencia con sus alumnos. Shales, eso de “compartir tu experiencia” suena muy mamón, como del Club de los Optimistas, le aclaré. Además, siempre invitaba los tragos cuando nos veíamos y no es de gente decente gorrearle a los amigos sin corresponder aunque sea con la lealtad. Por tanto, tuve que ir hasta el sur, a las siete de la mañana, sólo para decir una serie de barbaridades que a nadie le cambiarán la vida. A cambio, debí soportar comparaciones sin sentido. Bueno, podría tener que levantarme a las seis de la mañana para trabajar como alarife o auxiliar de intendencia, así que mejor ni me quejo.>>>

Desde chavo, como todo mundo, he sido objeto de comparaciones. “Te pareces a tu abuelo”, me decía una de mis tías. “Eres igualito que tu padre”, me dijeron infinidades de veces. Ya en la prepa, un amigo rockero estaba obsesionado con su mundo me bautizó como Bowie, porque “te pareces un chingo a David Bowie” acentuó desde su disfraz de Robert Smith. En la universidad me dejé crecer el cabello y se burlaban de mí con el argumento de que vivía en el quinto patio de la Maldita Vecindad. Así pasa siempre. Nunca falta alguien que te diga que tú no eres tú, sino alguien parecido a otra persona. Entonces no es extraño que tardemos en encontrar nuestra identidad, que con regularidad nos sintamos confundidos. Por eso todo mundo tarda en encontrar su lugar: unos se unen a las filas de los skatos, otros forman clanes darketos y se pintan las uñas de negro, muchos se creen emo’s, algunos rinden tributo al heavy metal, y así sucesivamente, hasta que sus padres se hartan y los visten de traje para mandarlos a buscar trabajo. Muy pocos tienen voz propia, se escudan en las multitudes y votan sin conciencia. Y el tiempo pasa y se quejan de todo lo que no entienden, pero poco hacen para mejorar su entorno. En Haití los pobres comen galletas de lodo, en Chiapas la pobreza cohabita con los piojos, en Tabasco se ahogan ante la indiferencia de las autoridades. Y todos somos expertos en buscar culpables, pero postergamos las soluciones. ¿Y tú, que has hecho últimamente para ser una mejor persona?

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Durante la charla con estudiantes, un tipo que se creía el tipo-duro-de-la-clase hizo una comparación odiosa: “Escribes como Charles Bukoswki”. Le pregunté qué libros había leído de él y me respondió que sólo uno que se llama La máquina de follar. Muy poco para hablar como un experto. “Cuando leas a John Fante, Bret Easton Ellis, Juan Madrid, Roque Dalton y Benjamín Prado, entre otros, puedes comenzar a etiquetarme”, repliqué con naturalidad. “Y no estoy presumiendo, no se trata de eso, sólo estoy tratando de decirles que mis influencias son variadas”. El chavito me preguntó que si había leído a Sartre. “Lo suficiente para entender que mi locura es irreversible, que la cordura no es una de mis virtudes”, aclaré. Al fondo del salón, el mismo sujeto movió la cabeza en señal de desaprobación. No sé si les parecí mamón o un pobre diablo, pero me aseguré de decirles que el periodismo está lleno de charlatanes, de gente que es mucho menos de lo que se cree, de mujeres vacías, de hombres patéticos. Así que “harían bien en empezar a leer y, sobre todo, a escribir con decencia, porque sobran farsantes y faltan voces inteligentes”. Yo sabía que eso era inútil, porque la mayoría quiere ser como Paty Chapoy o Juan José Origel, y contra eso no se ha encontrado remedio… todavía.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
31 de enero de 2008

 

jueves, 24 de enero de 2008

Exceso de ausencias

© Manual para canallas

I) El celular no para de sonar. Katia lo escucha pero no tiene ganas de contestar. Maldito amanecer con jaqueca. Una noche más en vela. Y la habitación apestando a tabaco y ausencias. Hace tres días que maldice el frío del lado izquierdo de la cama. Y ella evita dormir junto a la ventana para evitar la tentación de saltar en la madrugada. Katia estira el brazo y apaga el teléfono. Su mano choca con una foto volteada bocabajo. Sin razón aparente la observa y encuentra una sonrisa que ya no le recuerda nada. Abrazada a Héctor, ella parece tener muchos motivos para estar contenta. El olvido la convirtió en una mujer vieja. A sus 29 años se siente cansada, sin ganas de abrir la estética, con el ánimo acumulando polvo bajo la cama, con el mismo entusiasmo de quien acude al funeral de sus deseos.

”El agua me ciega,
hay vidrio en la arena.
Ya no me da pena
dejarte que un adiós.

Así son las cosas,
amargas borrosas,
son fotos veladas
de un tiempo mejor.

Con los ojos no te veo,
sé que se me viene el mareo
y es entonces cuando quiero
salir a caminar”

Canta Cerati con la música de Bajofondo Tango Club. Héctor la dejó porque le ofrecían un buen trabajo en Guadalajara “y la neta no puedo estar viniendo a visitarte”. Lo conoció porque ella le cortaba el pelo. Y él la convenció de que no todos los hombres son iguales. Su anterior novio la engañó con la chica que hacía el maniquiur y Katia prometió no volver a enamorarse, como si la vida fuera una horrible canción juangabrielesca. Pero Héctor parecía diferente. Así que se enamoró. Y ahora estaba de nueva cuenta frente a un adiós. Lo dejó ir, con la esperanza intacta de que un día regresaría. Se escribían por messenger, él la engañaba con frases demasiado obvias del tipo “no sabes cómo te extraño” o “cuando regrese te comeré a besos”. Así era algunas tardes. Hasta que un amigo común le dijo a Katia que Héctor se iba a casar, que andaba con la gerente de recursos humanos, “una señora que tiene mucho varo”. Ella no lo pudo creer, así que todavía le preguntó a Héctor y él rehuyó la verdad al principio. Al final lo aceptó, pero le clavó un aguijón peor: “Pero no la quiero, porque a ti es a quien amo”. Incluso le comentó que aunque se casara, le gustaría ir a visitarla para compartir la cama. Katia lo maldijo. Y sollozó sin importarle que hubiera varios clientes en el cibercafé. El amor por Internet apesta. Esa debería ser la primera regla en el decálogo del cibernauta. Pero sobran ilusos y del otro lado hay un ejército de locos, de hombres enfermos y mujeres insanas. Así es esto de la Malasangre, como diría Iván Noble:

“Se derrama la mañana y yo diría que esta es la situación:
pésima, pero desmejorando…

Desayuno pan duro cuando no encuentro cianuro”.

II) Giovanni estrelló la foto contra la mesa y un vidrio le cortó el dorso de la mano. Vale madres. Se quedó inmóvil mirando la sangre. Levantó la vista y la ausencia de Lorena se probaba aquel vestido verde que tanto le gustaba para salir a Coyoacán. El departamento era demasiado pequeño para compartirlo con tantos recuerdos. Sintió rabia, ese coraje que dejan las mujeres que se emborrachan y se besan con el primero que les sonríe en los antros. A Giovanni lo dejó su vieja porque “eres muy aburrido, siempre estás cansado del trabajo”, así que prefirió hacerle caso al Micky, el wey que siempre le daba aventón en la moto cuando la encontraba en la calle. “No seas tontito, sólo es mi amigo”, aclaró ella cuando Giovanni le dijo que “ese wey vende coca, te va a meter en un pedo”. Pero hay viejas que no se resisten al varo, “para que te compres lo que quieras, lo que te mereces, reina”, dijo El Micky después de fajársela en un callejón del barrio. La siguiente vez Lorena aceptó irse a un hotel. Al poco tiempo le dijo a Giovanni que nunca lo quiso de verdad. Y este le contestó lo que suelen decir los hombres heridos en su dignidad: “Si ya sé que andas de puta con El Micky, ya todo mundo lo sabe”. Pues piensa lo que quieras, a mí no me vuelves a ver, eres un pobre diablo, y demás lugares comunes soltó la muy zorra. Y lo dejó solo, con sus canciones de Babasónicos, con sus discos de Los Auténticos Decadentes, con esa rolita llamada El loco, que dicta cosas como

“soy víctima de un dios frágil,
temperamental,
que en vez de rezar por mí
se fue a bailar
a la disco de un lugar.

Quiso mi disfraz,
vivir como un mortal,
como no logro matarme
me regalo una visión particular”.

Giovanni no sabe qué hacer con sus odios, con la rabia de quien se sabe abandonado a su maldita suerte, que se confabula con su pésima autoestima para recordarle que todas las mujeres, al menos las que él ha conocido, tienen un precio. Y los Caballeros de la Quema atizan la hoguera de su jodida confusión:

“Se te puso vieja la sonrisa
arañando el viento en la cornisa,
triple mortal de cabeza a un amor sin fondo
y nunca aprendes, la nostalgia no es negocio…

Cero mensaje en el contestador,
ni una mierda en HBO,
bebes un tinto para no escuchar
a tus demonios que no paran de picar tu cabeza.

Cero mensajes en el contestador”.

Y el exceso de ausencia le provocó náuseas, pero se contuvo para no vomitar. Miró la sangre seca que barnizaba su brazo y maldijo las heridas que nunca sanarán.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
24 de enero de 2008

 

jueves, 17 de enero de 2008

La confusión vive contigo

© Manual para canallas

Siempre pasa igual. Uno no es lo que quiere, sino lo que puede o lo dejan ser. De niño soñabas con crecer. De adulto has dejado de soñar. Quisiste ser cirujano y te mareaba el olor de la sangre. Deseabas ser futbolista, pero tus rodillas temblaban desde los 11 pasos. Anhelabas convertirte en abogado, pero siempre perdías el juicio ante las mujeres bellas. Te sobraban anhelos y te faltaban alas, porque no es lo mismo echar a volar la imaginación que aterrizar los proyectos. Siempre planificabas tus vuelos, pero te estrellabas con el desencanto. “Esa carrera es muy cara” o “el fútbol o la escuela”, eran los pretextos que escuchabas para convencerte de que tu vocación estaba equivocada. Siempre te obligaron a elegir lo que no te convencía, ni lo que te daba mayores alegrías. Tu padre fue policía. Tú madre era infeliz remendando calcetines y reciclando las tortillas. Tus hermanos eran muy menores para darse cuenta de que te gustaría desaparecer o escaparte en aquel tren que se escuchaba a lo lejos.

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“Ya tuve que ir obligado a misa, ya toque en el piano ‘Para Elisa’. Ya aprendí a falsear mi sonrisa, ya caminé por la cornisa. Ya cambié de lugar mi cama, ya hice comedia, ya hice drama; fui concreto y me fui por las ramas, ya me hice el bueno y tuve mala fama. Ya fui ético, ya fui errático, ya fui escéptico y fui fanático, ya fui abúlico, fui metódico, ya fui impúdico y fui caótico. Ya leí Arthur Conan Doyle, ya me pasé de gasolina a gas natural. Ya leí a Bretón y a Molière, ya dormí en colchón y también en el suelo”*.

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Creciste en un sitio incorrecto, limitado por la cultura del “no puedes hacer eso” o castigado por los miedos que dictan que “masturbarse es pecado”. Tu madre rezaba a los santos para que sus hijos le salieran buenos, sobre todo porque ella no sabía educarlos. Tu padre era experto en “mordidas” pero siempre se quejaba de la corrupción. Así que no es nada raro que hayas terminado con la autoestima torcida. Si bien es cierto que tus padres no eran los peores, tampoco podías presumirlos como los mejores. Te enseñaron a persignarte, a sentirte culpable, a creer en sus dioses, a no comer carne en días de vigilia, pero no te dieron el instructivo para volverte seguro e independiente. Y luego se extrañaban porque no dabas señales de mudarte. Mientras crecías probaste las primeras caricias, te emborrachaste con las canciones de Sabina, renegaste de la cumbia y te vestiste de rockero, te creías un tipo duro y sufrías por la chica que nunca te daría sus besos. Ya luego la olvidaste, pero sigues en busca de un amor que nunca será perfecto. Siempre traías un disfraz distinto y todos te veían raro, pero tú sólo pretendías sentirte algo especial o simplemente alguien distinto.

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”Ya me cambié el pelo de color, ya estuve en contra y estuve a favor. Lo que me daba placer ahora me da dolor, ya estuve al otro lado del mostrador. Y oigo una voz que dice sin razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’, y yo estoy cada vez más igual. Ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua, ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa. Ya creí en los marcianos, ya fui vegetariano. Hice el curso de mitología pero de mi los dioses se reían”.

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Los estudios no se te daban, así que cifrabas tus esperanzas en los maestros “barcos”. Los libros te daban hueva, rehuías a las tareas de matemáticas, y sólo tenías ganas de cascarear en el barrio o andar de fiesta con los más vagos. No es de extrañar que hayas dejado la escuela para probar mil trabajos. Fuiste ayudante de mecánico, repartidor de pizzas, volantero de sex shops, el que hace las palomitas en Cinépolis, conductor suicida, mal amante y peor romántico. Nunca echaste raíces porque lo tuyo, lo tuyo, era huirle a las responsabilidades. Y ahora te sientes más solo que nunca y siempre incomprendido. Lamentas el tiempo que desperdiciaste y te has especializado en buscar pretextos hechos a la medida a tus debilidades. Fuiste rebell, usabas playeras del Che y del subcomandante Marcos, pero no podías orquestar una revolución que derrocara tus miedos, algunas inseguridades.

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”Matemáticas lo pasé de panzazo y ritmología aquí la estoy aplicando. Ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué. Ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fui, ya volví, ya fingí, ya mentí. Y entre tantas falsedades muchas de mis mentiras ya son verdades. Hice fácil adversidades, y me compliqué en las nimiedades. Y oigo una voz que dice con razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’. Y yo estoy cada vez más igual. Ya no sé qué hacer conmigo. Ya me hice un lifting, me puse un piercing, fui a ver al Dream Team y no hubo feeling. Me tatué al Che en una nalga”.

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Te faltó vocación, escasearon las oportunidades, te convertiste en un perfecto imbécil y nunca te graduaste. Soñabas con ser lo que no eres y poco a poco te conformaste con ser parte de un ejército de ilusos que sueñan con ganarse el Melate. Nunca serás rico, ni manejaras un Jetta del año, sólo sonreirás ante las fotos viejas y no te reconocerás en aquel sujeto flaco que en nada se parece al tipo gordo y neurótico que ahora eres. Te sobraron sueños y te faltaron agallas.

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“Ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo. Ya fui alcohólico, ya fui anónimo y ya hice dieta. Ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajo. Y mi historial cuenta a destajo que me porté bien y que armé relajo. Y oigo una voz que dice sin razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’. Y yo estoy cada vez más igual. Ya no sé qué hacer conmigo. Y oigo una voz que dice con razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’, y yo estoy cada vez más igual”. *(Ya no sé qué hacer conmigo. El cuarteto de Nos).

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 17 de enero de 2008

Manualparacanallas@hotmail.com