jueves, 29 de mayo de 2008

Más derrotas que victorias

© Manual para canallas

Karen no soporta a su madre. Detesta que quiera controlar todo. “Me choca que se mete en todo”, se queja. La señora se preocupa por las amistades de su hija, por el tiempo que se la pasa encerrada, por la manera en que se viste, porque sus calificaciones han bajado, por cualquier cosa. “Ya quítate esas cosas, que estamos comiendo” y señala los audífonos de la chica, quien hace una mueca de enfado antes de hacer caso. De todos modos, comen en silencio. Su hermanito no quiere comer la sopa. Su madre luce diez años más vieja. Y Karen quisiera comer sola, en su cuarto. “Nada más que venga tu padre, le voy a decir que te la pasas chateando y que no quieres hacer la tarea”, la amenaza la señora. Karen la reta: “Para todo sales con eso, ‘le voy a decir a tu papá, vas a ver con tu papá’, ¿qué no te cansas de lo mismo?”. La madre avienta las tortillas. “A mí no me hables así, pinche escuincla, porque te voy a dar una chinga”, la doña ya no aguanta la neurosis de una vida maltrecha, agobiada por las promesas que nadie le cumplió. Karen goza haciéndola enojar. Ni siquiera se termina la sopa y se va a su cuarto. “¡Ven acá, escuincla!”, grita la madre. Ella no hace caso. La señora opta por renunciar. La chica se conecta al Internet. “Ya no soporto a mi jefa”, le cuenta a su mejor amiga, “ya quiero cumplir 18 para largarme”, añade como si la mayoría de edad fuera un pasaporte a la tierra prometida. Nada nuevo. Todos queremos escapar de algo, del pasado, del dolor, de la casa materna, de las deudas, de los compromisos. Pero nadie nos prepara para tomar las mejores elecciones. Y Karen no es la excepción. Es muy fácil querer renunciar a todo cuando no tienes nada. Y lo que sigue es precisamente eso, la nada. Por eso no es extraño que Karen llore a solas, sintiéndose incomprendida, abandonada. Su padre trabaja todo el día, su madre es su custodia y ella se siente como una esclava, a pesar de que casi no hace nada. Le choca la escuela, odia la tarea, le molesta su hermano, detesta estar en casa. Sólo es feliz cuando sale con sus amigos, cuando se besa con su novio, cuando nadie juzga su música o su forma de vestirse. No está preparada para ser adulta, pero sueña con fugarse un día. Si la vida fuera un carnaval, todos terminaríamos con resaca.

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Siempre lamentas algo. Fuimos educados de la peor manera, con culpas y resentimientos. Si prefieres jugar fútbol que ir a la escuela, “estás echando a perder tu vida” dice tu madre. Si eliges una carrera humanista, “estás perdiendo el tiempo, deberías ser médico o abogado”, reclama tu padre. Si no trabajas, “eres un pinche webon”; si quieres trabajar, “seguro piensas dejar la escuela”. Todos opinan, nadie se quiere quedar sin echarte las cosas en la cara. No puedes tener ocho en inglés porque “tú eres más lista y debes sacar un diez”. No te puedes quedar en casa de tu mejor amiga porque “quién sabe cómo sea esa familia”. Tampoco tienes libertad de irte de fiesta, “porque ese amigo tuyo tiene cara de mariguano”. Siempre hay reclamos y faltan alientos. Nadie aplaude tu nueve de promedio. Tu madre no festeja tu gol, ese que le dio la victoria a tu equipo, porque “deberías estar estudiando”. Tu padre te castiga porque sales “con puros vagos que se visten como payasos”. Estás confundido, sueles pensar en el suicido, te deprimes fácil y nada es consuelo. Quisieras crecer y dejar de hacer mandados. Quisieras un manual que te explicara cómo desaparecer o hacerte invisible aunque sea por un rato. Falta una guía para reconocer a tus ángeles de tus demonios. Algún día serás adulto y te sentirás igual de exhausto que tu padre, igual de amargada que tu madre o tan confundido como tu hermano. Pero habrá una que otra victoria que te hará sentir más humano, aunque te falte una pieza del rompecabezas que estás armando. Nunca te sentirás pleno, aunque colecciones alegrías, aunque Cruz Azul sea campeón o cantes mil canciones que te digan algo. Ya lo dice la Mancha de Rolando: “Tu equipo volvió a ganar,/ se prendieron mil bengalas hoy,/ la banda grita tu nombre/ y ves cómo la popular se va a caer,/ pero tu estrella no está más,/ se la llevó la mañana./ Arde la ciudad,/ llueve en tu mirada gris,/ la gente festeja y vuelve a reír/ pero este carnaval/ hoy no te deja dormir./ Mires donde mires ella está ahí./ Tu vida siempre fue así,/ te da y te quita por nada,/ y aunque estés solo, sin corazón/ ahora tienes que seguir la función./ Es una fiesta,/ donde se junta la hinchada…. Sí, arde la ciudad. Y aunque consigas algunas victorias, no alcanzarán los festejos para opacar tus derrotas.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 29 de mayo de 2008

 

jueves, 22 de mayo de 2008

Canciones que hablan de nosotros

© Manual para canallas

Cada lunes y cada martes me cuesta demasiado trabajo sincronizar mi desinterés con mis obligaciones. Soy demasiado yo, y muy poco lo que los demás esperan que yo sea. Cuesta trabajo ponerme en marcha, a sabiendas de que preferiría quedarme tirado en cama, encerrado a merced de mis delirios, agobiado por mi falta de ambición. Tuve que ir a la escuela desde pequeño, lidiar con maestros neuróticos y con las angustias de mi madre. Durante décadas me enseñaron matemáticas, geografía y esa historia que escriben los vencedores, pero nadie nunca me dio un manual para comprender las cosas más elementales de la vida. Tampoco he encontrado un instructivo para lograr que embonen mis debilidades con mis escasas virtudes. Este que carece de ambiciones soy yo. Ya lo he dicho antes, no pretendo ser aconsejado, como tampoco ser asesor de nadie. Y aún así me sorprende que mis historias sean conocidas, que me lean al pie de la letra. Soy un cliente frecuente de la ansiedad. Bebo a solas y maldigo en público. Rehuyo a las multitudes, entiendo mejor a los individuos. Alguien me ha dicho que tengo muchos lectores emos. Otro alguien sugirió que soy misógino. Hay quienes sostienen que tengo 25 años, otros creen que son 40. Bastaría con decir que soy demasiado viejo para salir con quinceañeras, y muy joven para andar con cuarentonas. En el Internet sobran teorías sobre el mayor de las canallas. Unos me imaginan como un tipo interesante, otros sólo me ven como un sujeto agradable, algunas chicas me idealizan, y sobran los novios celosos, los amigos envidiosos. Tengo tantos amigos como enemigos. Con los segundos puedo lidiar, pero los primeros me abruman. No soy tan bueno. Uno no es simplemente bueno o totalmente aborrecible. Es mucho más complejo. Las deudas me agobian, el sueldo no me alcanza, viajo en Metro, colecciono abandonos, me muerdo las uñas, reniego del gobierno y tengo pocas esperanzas en mi propio futuro. No me parezco al cantante de Café Tacvba, ni al guitarrista de Panteón Rococó y mucho menos a un integrante de Zoé. Soy ordinario y en mi trabajo me obligan a usar corbata. No tengo tatuajes, ni un piercing en la barbilla, ni tampoco llevo un arete en la oreja derecha. Ni uso cabello largo, pero tampoco me gusta corto. Mi sentido del humor es horrible, mis chistes apestan, y mi boca escupe sarcasmo. No soy rockero, no soy emo, tampoco simpatizo con la derecha, ni pertenezco a ningún club o asociación, porque reniego de los clanes y prefiero seguir mis propias reglas. Detesto las etiquetas, aborrezco los prejuicios. Los lunes y los martes no logro concentrarme. Sólo quisiera que las semanas comenzaran en miércoles. Y que nunca me faltaran cigarrillos, ni canciones de Sabina y Babasónicos, ni poemas de Roque Dalton, ni las caricias tibias, ni una mirada cómplice, ni tantas cosas que a veces se echan de menos.

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Me sobran motivos para desconfiar de todo. Me faltan razones para creer en algo. Soy partidario de quemar los recuerdos. Soy enemigo de estacionarme en el pasado. Me sobrepasan las dudas. Me abruman los compromisos. Tiendo a alejar a la gente que me quiere y me maldigo por ser tan estúpido, pero hay cosas que parecen no tener remedio. Soy un desconocido para mi madre, un extraño para mis amigos, y un estúpido para mis contemporáneos. Sólo soy un poco raro, quizá distinto, acaso medio obsesivo. Una amiga me decía que lo interesante en mí es que siempre creo tener la razón, pero que lo excitante que casi siempre la tengo. Es lo malo de ser tan analítico, tan duro contigo mismo, tan gobernado por el corazón y asesorado por el cerebro. Mientras escucho esta canción, me reitero que ninguna mujer puede aguantarme.

“Puedes tomarte el tiempo necesario,
que por mi parte yo estaré esperando
el día en que te decidas a volver
y ser felices como antes fuimos.

Sé muy bien, que como yo estarás sufriendo a diario
la soledad de dos amantes que al dejarse
están luchando cada quien por no encontrarse”

Cantan Café Tacvba y Celso Piña a un ritmo que aguijonea,

“Y no es por eso,
que haya dejado de quererte un solo día.

Estoy contigo aunque estés lejos de mi vida,
por tu felicidad a costa de la mía”.

Te diría que suspiro, pero los tipos duros no bailan ni se permiten el lujo de acongojarse demasiado. Prefiero azotar a mis musas para que me dicten rimas forzadas o una canción a medias con esta vieja guitarra. Nunca es suficiente. Siempre te faltará algo, un poco de amor, algo de piedad, una mirada de bondad. Siempre querrás más. Nos educaron de manera pésima, en una familia disfuncional y rodeados de tristeza. Trataremos de curarnos a base de tropiezos, escuchando canciones que hablen de nosotros, abrazándonos a una mujer imperfecta, viajando de gorra hacia ningún lado, muriendo un poco en cada abandono, malviviendo con un pésimo sueldo, sobreviviendo a los lunes y los martes. De las madrugadas con los ojos abiertos mejor ni hablamos.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 22 de mayo de 2008

 

jueves, 15 de mayo de 2008

Los diarios no hablan de ti

© Manual para canallas

Suena la alarma de un banco y nadie se inmuta. Llueve ácido y todos se mojan. Arde la ciudad y no hay quien grite “fuego”. Los diarios sólo hablan de ejecutados, de que el presidente no cederá ante el crimen organizado. Y en este país no hay sitio para la esperanza. No se puede confiar en un hombre que no puede gobernar sus propios nervios. Una mujer estrella su auto contra una patrulla. Aquella niña llora porque perdió su muñeca. Los niños juegan a matarse con pistolas de alto calibre en el Xbox. Ese anciano no completa para su medicina. Tu madre está harta del borracho de tu padre. El banco no acepta pretextos. Un desempleado se suicida en la mañana. El metro es un baño sauna. La vida carece de poesía. La muerte recorre el subsuelo. Tus noches son amargas, tus días sofocantes y siempre te sientes tan desorientado. Cómo confiar en el futuro cuando el pasado es un expediente de miserias y tu presente parece un perro callejero. Malditos sean los políticos de traje caro y sonrisas cínicas. Benditas sean las noches que logras conciliar el sueño. Tus deseos nunca son órdenes. Escasean los besos, sobran las vergüenzas, y los abrazos están en peligro de extinción. ¿Hace cuánto que no abrazas a tus hermanos? Madre se queja de que todo está cada día más caro. El carnicero afila su avaricia. Padre odia su trabajo y jura que todos son unos webones. El patrón planea sus próximas vacaciones en Las Vegas. Ya no hay vacantes para los soñadores. Y este país se cae a pedazos. El calor es insoportable. Tus propias pulgas te han abandonado. Tus muchas rabias se están amotinando. Nadie sonríe en el pesero. Nigga vocifera en el estéreo. Y Joaquín Sabina sigue en silencio. El odio va en el asiento trasero. Miras a través de la ventana y una anciana ve pasar a la muerte en bicicleta. Hay mucho por hacer. Y nadie hace nada. Es que este calor apendeja. Te secas el sudor con el dorso de la mano, buscas refugio en la sombra, maldices la falta de suerte y quisieras estar tirado en tu cama. Aunque a este país se lo lleve la chingada. Los periódicos hablan de otro ejecutado en la ciudad de Tijuana. Tan lejos y tan cerca. Mientras más lejos de tu casa y más cerca de tu indiferencia, mucho mejor. Maldito calor. En serio que apendeja.

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“Hoy dice el periódico que ha muerto una mujer que conocí,
que ha perdido en su campo el Atleti,
y que ha amanecido nevando en París.

Que han pillado un alijo de coca,
que a Piscis y Acuarios les toca el vinagre y la hiel.

Que aprobó el Parlamento Europeo
una ley a favor de abolir el deseo,
que falló la vacuna anti sida,
que un golpe de ha triunfado
en la luna y movidas así.

Pero nada decía la prensa de hoy de esta sucia pasión,
de este lunes marrón,
del obsceno sabor a cubata de ron de tu piel,
del olor a colonia barata del amanecer”

Canta Joaquín Sabina y todo se confabula para que te deprimas. Hoy dicen los diarios que Café Tacvba triunfó en el extranjero, que los niños son cada vez más gordos, que nadie le ha pegado al Melate, que este año será el más caluroso de la historia, pero nada dice de mí, ni de ti. Las noticias son las mismas cada día. Y no hay novedades en el frente de batalla de los desempleados. Somos un ejército de locos, cada vez hay más bajas, siempre te atacan las dudas, nunca te visitan los triunfos y los amigos sólo llaman cuando necesitan algo. Hay tan poca ilusión en tu mirada, tanto odio en tu alma, que ya te extraña que valga la pena algo.

“Hoy dijo la radio que han hallado muerto al niño que yo fui,
que han pagado una fortuna por una acuarela falsa de Dalí.

Que ha caído la bolsa en el cielo,
que siguen las putas en huelga de celo en Moscú.

Que subió la marea,
que fusilan mañana a Jesús de Judea,
que creció el agujero de ozono,
que el hombre de hoy es el padre del mono del año 3000.

Pero nada decía el programa de hoy de este eclipse de mar,
de este salto mortal,
de tu voz tiritando en la cinta del contestador,
de la manchas que deja el olvido a través del colchón”

Sigue la voz ronca de Sabina y la tristeza es una amante despechada que siempre tiene reclamos.

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Las calles están atestadas de caras largas, de gestos adustos, de policías corruptos, de burócratas malparados, de estudiantes reprobados y profesionistas manejando taxis. La basura se acumula en las calles, los cines pasan películas horribles, las canciones de moda apestan, los burócratas rechazan solicitudes, las universidades no tienen maestría en desengaños, la imaginación ha caducado y en tu refrigerador habita un jitomate magullado. Aún queda un poco de ternura en la mirada de los niños. Pero nunca tendrás lo suficiente, ni lo necesario. No es que sea pesimista, pero estamos más cerca del abismo que de llegar a la frontera de lo prometido. Lo prometido es deuda. Y la duda siempre te aqueja. Somos expertos en quejas. Maestros en el arte de postergar todo. Y nos han dado doctorado en sentirnos deprimidos. Somos bipolares condenados de antemano. Si he de llegar tarde a todos lados, para que me levanto más temprano. Hoy amanecí más pesimista que de costumbre, serán que Los Piojos siempre tienen razón cuando cantan que:

“estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado,
tengo una idea: es la de irme al lugar que yo más quiera.

Me falta algo para ir, pues caminando yo no puedo,
construiré una balsa y me iré a naufragar.

Tengo que conseguir mucha madera,
tengo que conseguir de donde sea.

Y cuando mi balsa esté lista partiré hacia la locura,
con mi balsa yo me iré a naufragar”.

Tú mismo eres una isla abandonada. Y el sol a plomo sobre la arena te recuerda cuanto añoras la lluvia.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 15 de mayo de 2008

 

jueves, 8 de mayo de 2008

Alas de utilería

© Manual para canallas 

“Hace cuanto no haces el amor con una mujer de 19 años”, me dijo aquella chica. De inmediato percibí la cerveza en su aliento. Reí de la manera más estúpida. “No-o-o, nooo te rías, tonto”. Por supuesto, no me sentí ofendido. “Desde que tenía 16 no me acuesto con mujeres menores que yo”, aclaré. “Pues no sabes de lo que te pierdes”, se acercó a mi oído y juro que sentí su lengua húmeda. Un escalofrío recorrió mi cuello y bajó por mi hombro. La miré con malicia. Yo estaba en aquella reunión porque era cumpleaños de uno de mis mejores amigos y no conocía a la mitad de los invitados. “Te he estado observando y parece que no te merece el mundo. Te crees mucho”, indicó la chavita, “pero me gusta tu actitud”. Bebí un trago de mi cuba. “Tú lo has dicho. Es la actitud. Me quiero mucho”, intenté explicar. “¿A poco muy acá?”, preguntó. Volví a reír, consciente de lo que quiere decir “muy acá”. Le invité un cigarrillo, lo tomó, se lo llevó a la boca y me observó como lo haría un demonio con alas de utilería. Le ofrecí la llama del encendedor, tomó mi mano entre las suyas. Me arrojó la primera bocanada de humo, como si aquello fuera sensual. “No vuelvas a hacer eso, es de pésima educación”, le sujeté la mano en que llevaba el tabaco. “Me encantan los caballeros, pero me calientan los chicos malos” y me guiñó un ojo. “No me has dicho tu nombre, guapo”, soltó como en una mala película, igual que haría una mujer manipuladora. Ella me dio el suyo. “Soy Jennifer, pero me puedes decir Jenny, mi amor”, parecía tener prisa por conseguir algo, no me pregunten qué. “Mira, Jennifer, yo no soy tu amor y tampoco podría ser el hombre de tu vida”, aclaré con desgano. “Ashhh, que mamoncito eres, eh, me chocas”, hizo berrinche y se fue con el pretexto de buscar una cerveza, “porque aquí no hay hombres atentos. Es más, dudo que haya hombres”. Pinche loca. Se me acercó Paco y me preguntó que si me gustaba la cuñada de Álvaro. Le dije que dox dox. “No mames, wey, está bien buena”. Luego me pidió que lo acompañara a comprar hielos. “No huyas, no me tengas miedo”, otra vez la voz ebria de Jennifer cuando me dirigía a la puerta. La ignoré. Necesitaba aire fresco.

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En el camino al Oxxo, Paco me puso al tanto. “Esa vieja es una zorrita, dice Álvaro que le encanta el desmadre, así que no te me apendejes, mi Robert” y se carcajeó. En cuanto regresamos a su departamento sentí ganas de estar en el mío. No me agradan las multitudes. Aún así, me serví otro trago. Fui hacia la terraza. Mientras observaba el edificio de enfrente sentí una mano en mi hombro. “Ya me vas a decir por qué eres tan mamón”, me provocó Jennifer. “Llámale como quieras. Yo le digo arrogancia. Es uno de mis defectos”, solté con monotonía. “Ah, sí, ¿y cuáles son los otros?”, se recargó en el barandal. “Sería muy estúpido si te los dijera. Prefiero promover mis virtudes”, dejé en claro. “Déjame adivinar. Eres perfecto en la cama”, intentó reírse a mis costillas. “Lo único que sé es que puedo ser el fogonero de tus noches en vela”, no pretendí que entendiera. “No me digas. Eres igual a todos, igual de presumido”, me harté de sus retos. “Lástima que no puedas comprobarlo, porque no me acuesto con niñas”, la dejé mientras me miraba con odio. Alguien puso una rola que me gustaba, así que saqué a bailar a una de mis amigas, aunque su novio me odiaba. Cuando acabó la canción me fui al baño. Me eché agua en la cara. Me miraba al espejo cuando entró Jennifer. No me extrañó. Me besó con fruición. Me dejé llevar. Una de sus manos bajó a mi entrepierna. Su lengua sabía decir mejores cosas en silencio. “Esta niña puede enseñarte algunos trucos”, advirtió mientras bajaba el zipper de mis jeans con habilidad. Intuí lo que seguía. Estuve a punto de detenerla antes de que se arrodillara, pero alguien tocó la puerta. “Ocupado”, advertí. Me subí el cierre, Jennifer se arregló el cabello. “Quiero irme contigo”, supongo que intuyó que ya quería largarme.

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“Díme que te gusto”, gimió Jennifer, “díme que te gusto”, insistió antes de alcanzar el clímax. “Me encantas”, fue lo que musité. Era hermosa, aunque demasiado joven para mi gusto y tan llena de inseguridades. Hay mujeres que confían demasiado en la pasión y tan poco en el amor. Será porque están tan carentes de afecto que quieren compensarlo con el sexo. “¿Te gusto?”, preguntó Jennifer mientras se pintaba los labios. “Si no me gustaras, no estarías aquí”, aclaré. Volteó a verme. “Ashhh, me chocas. Sólo díme que te gusto”. Okay, okay, “eres hermosa”. Se acercó, me besó, y sus labios volvieron a estremecerme. “Si no tuviera que llegar a mi casa, me quedaba contigo”, sonó a promesa pero a mí me chocan las mujeres que se la pasan prometiendo. “No te preocupes, podré vivir con eso”, la aparté y me vestí para llevarla a su casa. En el camino casi ni hablamos. No le pedí su número de teléfono, aunque ella insistió en que le diera el mío. Antes de bajarse volvió a besarme. “Nunca podrás olvidarme”, sonó convencida, “nos vemos pronto, xoxo”. Su sonrisa me pareció sincera. Pero no creo en quimeras. Subí el volumen al radio. Inmigrantes cantaba eso de

“Si hay infierno para mí,
si hay infierno para vos,
que nada nos separe por favor…

Un graffiti en mi interior
me dice que mañana es hoy”.

Nada mal para una noche que prometía muy poco.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 08 de mayo de 2008