jueves, 28 de agosto de 2008

Tormentas todo el tiempo

© Manual para canallas

Un secuestrador mutila la tranquilidad, un violador se masturba pensando en su próxima víctima, el sicario se persigna frente a la Santa Muerte, nuestros políticos comen en restaurantes de lujo, y tú y yo nos encomendamos a un San Judas de yeso que parece indiferente. La muerte ya no es sólo una nota roja de Sinaloa. La violencia se pasea por nuestras calles. Y la policía se agazapa en su indiferencia. El presidente está rodeado de ineptos. Un taxi piraña espera para conducirte al infierno. Una bala perdida se incrusta en un dolor cada vez más cercano, cada vez más próximo. Esta ciudad está en llamas. Y no hay forma de contener el fuego. Nos roban la esperanza, nos condenan al encierro, a clausurar las puertas y encender veladoras para encontrar calma en los rezos. Tus hijos no pueden jugar en las calles. Un autobús es asaltado a medio camino. Los ángeles de la guarda no se dan abasto. Este país se llena de sangre, de temor, de autoridades corruptas, de ambición desmedida, de matones sin remordimientos, de narcogobernantes, de judiciales sin escrúpulos, de pederastas que se salen con la suya, de millonarios que lucran con el hambre, de tantas y tantas cosas que nos agobian cada día. No hay soluciones a la vista. Y el pesimismo se vuelve nuestro inquilino. El gobierno subsidia la gasolina, cuando debería subsidiar la cultura. Sobran cantinas, faltan escuelas, escasean las oportunidades. Hay vacantes en el purgatorio. Esta crisis nos está asfixiando. No se puede ser optimista en un país de ladrones, de banqueros sinvergüenzas, de funcionarios que son socios de los poderosos. No, en definitiva, no hay esperanza para los que ganan el salario mínimo, para los jóvenes que trabajan y estudian, para los abuelos que se emplean de cerillos, para los niños sin fiesta de cumpleaños, para las madres solteras, para los que viajamos en Metro, para los que viven en calles que se inundan. No hay espacio para la ternura. La mayoría nos quedamos sin sueños y coleccionamos pesadillas. No, esta pinche crisis apenas empieza. No quiero sonar fatalista, pero no veo las salidas de emergencia.

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Tuviste que dejar la escuela. Tu madre ya ni se peina. Tu padre ya se resignó a su destino. Te quedaste sin sonrisas. Envidias la suerte ajena. Trabajas en lugares que detestas. Chatear no compensa tus vacíos. Tienes amigos virtuales que están más solos que tú. Quisieras escapar de tu miseria. Demasiado ruido allá afuera. Demasiado oscuro acá adentro. Pasas mucho tiempo en la calle. Aborreces tu casa. Sobran atajos hacia la nada y no tienes mapa para encontrar un camino. La confusión vive contigo. Tus pantalones de mezclilla son demasiado viejos. Tu madre te exige dinero. Tú sólo quieres abrazos. Ella tiene lo que quiere, sin dar nada a cambio. Una canción patética te hace compañía. Ni siquiera te quedan lágrimas. Te encierras en tus pensamientos. Nadie parece entenderte. Los amigos son tan inmaduros. La lluvia inunda tus pesares. Los relámpagos presagian más tormentas. Te ahogas en silencios. Eres demasiado joven para entender este mundo. Nadie te enseñó a crecer, ni te dio alas para alcanzar tus sueños. Tu celular no tiene crédito. Y necesitas escuchar un “te quiero”.

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Necesito una señal. Me siento extraviado. No me gusta la lluvia. Tengo demasiadas páginas en blanco. El cansancio no me deja pensar con claridad. Mi corazón se está oxidando. Odio demasiadas cosas y todo me parece inútil. Estoy igual de solo que un perro en el antirrábico: desesperado, con la mirada desahuciada, rodeado de semejantes que tampoco pueden hacer nada. La inspiración escasea. Demasiadas hojas en blanco, cero poesía en las metáforas, pocas ganas de escribir. Y cuando lo hago las palabras suenan huecas. Puedo ser patético y no darme cuenta. Intento parecer cuerdo y la locura me atormenta. Soy poco funcional en un mundo que gira demasiado raudo. Cuántas ganas de sentarme en el parque sin hacer nada. Tantos deseos de abrazar a alguien que nunca está en mi casa. El silencio es la banda sonora de mis madrugadas. Una canción de U2 amansa a mis demonios, antes de pensar en pendejadas. Mis fobias son un ejército. Mis filias se cuentan con los dedos. Simpatizo con los débiles. Detesto mi cara en las mañanas. Me peino con los dedos. No me gusta esta mirada. Creo que soy bipolar y mis motores truenan si me esfuerzo. Necesito vacaciones. O tal vez cambiar de oficio y volverme misionero. Mejor no. Soy un pésimo predicador.

“Y no te asustes si me río como un loco,
es necesario que mañana sea así,
será la vida que siempre nos pega un poco”

cantan Los Piojos. Y por aquí sigue lloviendo. Y el agua escurre en las ventanas. Y la gente tiene más prisa que de costumbre. Y las calles se volverán a inundar esta tarde.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 28 de agosto de 2008

 

 

jueves, 21 de agosto de 2008

Los malditos celos

© Manual para canallas

“Está canción tiene una dedicatoria especial, es para una chica especial”, comentó el trovador mientras veía hacia mi mesa. Vale madres, pensé, este wey es tan profundo y original como Arjona. La rola no la conocía, pero decía algo así como que su vida era tan oscura como un túnel sin tren expreso. La neta es que no le presté mucha atención. Pero juro que el wey le guiñó un ojo a Cristina cuando yo pedía otra ronda de tragos. Giré la cabeza y Cristina sonreía con complicidad. “¿Qué?”, preguntó a la defensiva. “¿Le estás sonriendo?”, cuestioné. “Es que canta tan lindo”, se puso roja. “¿Me he perdido de algo?, ¿se conocen?”, pregunté como un imbécil, sabiendo la respuesta de antemano. “¡Cómo crees!”, otra vez a la defensiva. Aquel cancionero cerraba los ojos como lo hacen los hombres cursis. En la mesa de atrás una chava cantaba con timidez. El mesero llegó con los tragos. Era la tercera vez que yo salía con Cristina. Ella sugirió el lugar. Desde que llegamos el señor que nos atendió la saludó con familiaridad. Todos aplaudieron cuando el alumno de Arjona terminó de cantar. Él señaló un tarro en forma de bola y comentó “se agradecerán las contribuciones que quieran hacer, son para los niños necesitados”, hizo una pausa, “o sea para mis niños, que necesitan comer”, alguien al fondo soltó una risa. Lo que me faltaba, reflexioné, un trovador fanático de Chespirito. Cristina acabó de redondear la escena: “este cuate es genial”. Si no fuera porque ella me gustaba demasiado, no hubiera aceptado ir a ese sitio tan aburrido. Prefiero las cantinas con rockola, pese al riesgo de que un fanático de Juan Gabriel acaparé el pinche aparato. Al menos no tendría que chutarme frases tan pinchurrientas como “esta pieza es para todas las mujeres hermosas, que siempre se ven más guapas cuando vienen solas”. Me carga el payaso. Aquel individuo debería ser coronado como el rey de las frases pasteleras. Nomás le faltaba cubrirlas con un corazón de chantilly. Cristina me tomó de la mano cuando el barbón entonaba algo que decía:

“entra en mi vida,
te abro la puerta.

Sé que en tus brazos
ya no habrá noches desiertas”

Luego, ella se recargó en mi hombro. “Me encanta estar contigo, me siento tan, no sé, tan protegida”, comentó antes de besarme. No soy afecto a dejarme envolver por el ambiente, así que sólo le sonreí. Yo sólo pensaba en que al otro día tenía que levantarme temprano, así que mientras más pronto nos fuéramos a la cama sería mejor. Estuvimos allí como dos horas y ella se emborrachó con cuatro tragos. Luego me confesó que antes iba allí con sus amigas, así que una noche que se embriagó se fue con el trovador, nada más porque una de sus amigas le sugirió que aquel tipo no estaba nada mal. “Pero no estaba tan gordito”, aclaró como justificándose, “además siempre me ha gustado como canta”. A mí me daba lo mismo que se hubiera “tirado” al capitán de meseros o al valet parking. Total, no la quería para ponerle un altar. Como diría Sabina:

“me han traído hasta aquí tus caderas,
no tu corazón”.

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“Buenas noches, sigan pasándosela bonito”, se despidió el cancionero y le sonrió a Cristina. “Lo traes loquito”, me acerqué al oído de ella y solté la broma. “No me digas que estás ceeeloso”, Cristina arrastró la “e” como lo hacen los que han bebido de más. No pude evitar una carcajada. Me miró con extrañeza. “¿De qué te ríes, tonto?”, se sorprendió. “No sé lo que son los celos”, aclaré. “No te hagas”, encendió un Benson, “te cayó mal mi amigo, así que estás celoso”. Por qué hay mujeres que necesitan ese tipo de demostraciones, la pregunta revoloteó en mi cabeza. “Mira, Cristina, sí tú piensas que me molesta que te hayas acostado con este wey, si crees que te voy a hacer una escenita porque te dedicó una canción, estás con el hombre equivocado”, aclaré con tono pausado. “¿En verdad no te molesta?”, insistió. “Claro que no”, le robé una fumada de su cigarro. “¿Ni tantito?”, hizo la típica seña en que se juntan el dedo índice y el pulgar. Sonreí antes de aclararle que “por fortuna crecí rodeado de música, no de telenovelas baratas”. Sólo faltaba que me reclamara que no la quería. “No sé por qué ando contigo”, inquirió y ella misma se respondió, “si tú no me quieres”. Lo sabía. Las mujeres necesitan el conflicto para sentirse vivas. No están acostumbradas a las relaciones sanas. Siempre tienes que celarlas porque el ex novio les habla cuando está ebrio, porque se van a beber con sus amigas o las saca a bailar el más mamón de la fiesta. Si no despiertas y les cuestionas de dónde vienen, sienten que no te importan. Necesitan tu inseguridad para alimentar su ego. Requieren sellar tu visa para guiarte por sus infiernos. “Puede que no sea el hombre de tu vida”, le expliqué, “pero siempre avivaré tu fuego”, la besé para que se callara. “Nooo, yo no quiero eso, sólo quiero que me demuestres que me quieres”. Ya valió, imaginé. “Mejor llévame a mi casa”, se indignó. No me habló en todo el camino de regreso. Justo al llegar a la puerta soltó un sollozo. “Yo no te importo, sólo te interesa el sexo”. Ya ni siquiera eso. No intenté consolarla. Me miró con ojos llorosos. “Cuando aprendas a quererme, ven a buscarme”, otra frase telenovelera. Fue la última vez que salí con ella. Supe que volvió con su ex novio y que van a casarse. De la que me salvé, me dije a mi mismo cuando me lo contó su mejor amiga. Seguro tendrán una boda de telenovela y Cristina le reclamará cuando el baile muy sonriente con una de las damas de compañía. Y él se pondrá celoso porque ella invitó a un ex novio. Yo estaré haciendo el amor con una vieja más loca que Cristina, seguramente. Y sonará esa rola que dice:

“no me gusta invertir en quimeras,
me han traído hasta aquí tus caderas,
no tu corazón”.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 21 de agosto de 2008

 

jueves, 14 de agosto de 2008

Nadie en su sano juicio

© Manual para canallas

“Si puedes gritar, hazlo” me dijo Evangelina. Bueno, así me dijo que se llamaba. Intenté hacerlo, pero de mi boca no salió ningún sonido. Un escalofrío se instaló en mi hombro y recorrió todo mi brazo izquierdo. El placer era demasiado intenso, un poco más que el dolor. Intenté hacerla a un lado, pero era demasiado tarde. Ella estaba encima de mí, yo dentro de ella. O mejor dicho, yo estaba debajo de ella. Lo cierto es que nadie me había enloquecido tanto en tan poco tiempo. Desde un principio ella tomó el control y no requirió de los trucos baratos del tipo “déjame amarrarte a la cama”. No, sólo me besó con lujuria, luego su lengua recorrió mi pecho, la entrepierna y jugueteó con mi sexo. Intenté que mis delirios no se confabularan demasiado pronto en mi contra. Quise cambiar de posición, pero Evan ya estaba encima de mí y su vagina devoró mis ansias. Cabalgó a placer un rato, luego se salió, disfrutó con mis murmullos, me pidió que fuera obsceno. Sus miradas destellaron malicia. Mis jadeos la enloquecieron. “Toma mi cuello”, sugirió. Mi voluntad era suya, lo sabía. “Me encantan tus manos, son enormes”, musitó en mi oído, “y ahora asfíxiame” y su mano derecha apretó la mía. Intenté hacerlo, pero entonces su sexo envolvió el mío de nueva cuenta. Solté un quejido demasiado débil. Ella río de una manera que no me gustó. “Es tu última oportunidad, ahórcame”, retó. Mis manos temblaron. No quise parecer débil. Ella se movía de una manera que no sé describir, sólo atino a creer que era demasiado excitante para ser cierto. Justo cuando alcancé el orgasmo, ella mordió mi cuello. Fue certera, sentí una explosión múltiple. Y entonces comprendí los alcances de su maldad. “Si puedes gritar, hazlo”, alardeó de la misma manera que lo hizo en aquel bar del centro. “Puedo ser tu debilidad o tu esclava, todo está en que te arriesgues”, soltó antes de beber un trago de mi bebida. Alta y segura de sí misma, con aquel abrigo de terciopelo que apenas ocultaba sus curvas, Evan me besó y luego me pidió que la sacara de ese “lugar tan aburrido”. Fuimos a mi departamento. No se anduvo con rodeos. Directo a la recámara. Parecía tener prisa por demostrarme algo. Eso lo comprendí más tarde. Justo cuando clavó sus colmillos en mi cuello, justo en el momento que traté de gritar y no pude. Amanecí sintiéndome extraño, con la luz lastimándome la mirada, con la sensación de náuseas, con las ganas de quedarme dormido todo el día, con estas extrañas marcas en mi cuello, con la necesidad de que Evangelina regrese pronto porque este esclavo ya no quiere saber nada que no tenga que ver con ella. Sólo me dejó una nota que decía “soy tu debilidad, soy tu infierno, y esperarás mi retorno”. Y mientras aguardo, no dejo de escuchar a Fito y los Fitipaldis:

“Estaba listo para todos tus mordiscos
y preparado para todos tus pecados.

Yo tenía el corazón adormecido,
tú casi siempre el paladar anestesiado”.

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He tenido días malos y noches peores. No me dan ganas de hacer casi nada. Pedí mis vacaciones en el trabajo. Así que prácticamente vivo encerrado. Lo bueno es que tengo reservas de ron y cigarros. Pasan de las diez y mis vecinos espían desde sus ventanas. Me detestan porque no soy como ellos, porque no trabajo ocho horas diarias y el estéreo siempre suena hasta la madrugada. Ya no se atreven a molestarme desde que les dije que para entrar a mis fiestas había que desnudarse en la entrada. La señora se ofendió. Su marido intentó hacerse el duro, así que sólo le dije con mi tono más helado que “en mi reino los pendejos se mueren antes de que el diablo certifique que su alma no vale la pena”. Con sólo verme a los ojos supo con quién trataba. Jaló a la mujer, regresaron a su departamento y le puso doble seguro a su puerta. Sí antes dormían poco, ahora no están tranquilos. Yo no me meto con nadie, cada quien sus pedos, pero odio que toquen a mi puerta cuando no han sido invitados. En fin, estaba en que me siento aislado, en mi elemento. Así me pasa un par de veces al año. Me deprimo por completo. Escribo poco y maldigo mis insomnios. No me rasuro y fumo a todas horas. Tin Tan me observa desde la pared a mis espaldas. Creo que se ríe demasiado y yo estoy enloqueciendo. Cuando llegué él ya estaba ebrio, así que no me culpen si no entiendo lo que me dice. ¿Ya les he contado que estoy enloqueciendo? Mis neuronas sanas se resisten al absurdo. Mi lado siniestro me dicta historias demasiado incongruentes. Mis demonios me aconsejan que salte por la ventana. Mi ángel de la guarda está en huelga. Tuve que cenar atún porque no he ido al súper. Cuts You Up, canta Peter Murphy y siento que me salen alas. Volar es una asignatura pendiente en mi locura. Estoy encadenado al purgatorio de quemarme a solas, de extinguirme en la melancolía, mientras allá afuera todos sonríen y compran a crédito y este país se va a la mierda. Detesto el atún con galletas saladas. No soporto el sol y reniego de mis sueños. Tengo demasiadas pesadillas y pocas horas de descanso. Ayer soñé que conocía a una mujer seductora, que me enloquecía en la cama, que succionaba mi sangre y me prometía más noches de placer y lujuria. A veces pienso que todo lo que he escrito lo he soñado. Sueños de segunda mano, podría ser el título de mi primer libro. Digo, si es que alguien está interesado en publicarlo. Quién querría leer a un tipo que se oculta tras unas gafas oscuras o una máscara. Quién carajos le creería a un pobre idiota que sueña con mujeres-vampiro y escucha la voz de Tin Tan en su sala. Quién en su sano juicio se arriesgaría a publicarle a un imbécil que cena atún con galletas y viaja en Metro.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 14 de agosto de 2008

 

jueves, 7 de agosto de 2008

Demasiados sueños en el equipaje

© Manual para canallas

“Por más que quieran sacarnos de nuestro lugar
y piensen que sólo somos un puñado de idiotas,
no, no podrán quitarnos lo que hicimos ya”

Cantábamos a coro cada que teníamos oportunidad. Mis amigos y yo coleccionábamos himnos que nos reconciliarán con el mundo. Los Fabulosos Cadillacs nos parecían fantásticos para sonorizar esos momentos en que soñábamos con cambiar el mundo, con hacer una revolución sin manos. Sí, éramos un tanto ingenuos y no faltaba el maestro que se reía de nuestras teorías, de las creencias, del entusiasmo que nunca falta en los jóvenes. Éramos demasiado apasionados y poco prácticos. Por eso no es de extrañar que nos enamoráramos de mujeres imposibles, que nos batearan porque no traíamos coche. Bueno, Paco sí tenía un Chevy pero él prefería el estudio que las viejas. No me extraña que le hayan dado la medalla Gabino Barreda por su impecable promedio. Alejandro hubiera querido hacer carrera en teatro, pero optó por seguir los consejos de sus hermanos y estudió periodismo. Paty estaba desorientada e incluso pensó cambiarse de carrera, aunque aguantó hasta el día de la clausura. Josué era un apasionado del cine, así que aspiraba a dar el salto en cualquier momento. Marichuy sólo se dejaba llevar y yo no dudaba que acabaría trabajando en la televisión. Fernanda era bastante guapa y quería trabajar en modelaje, así que nunca entendí qué hacía en nuestra facultad. Nos gustaban casi las mismas cosas, intercambiábamos libros, editábamos un periódico escolar, nos emborrachábamos en las fiestas, y bailábamos canciones de U2 o cantábamos nuestras rolas favoritas de The Cure y La Maldita. Éramos un puñado de idiotas y teníamos demasiados proyectos por concretar. Queríamos viajar por el mundo con demasiados sueños en el equipaje. Guardo una foto de aquellos años en la que todos sonreíamos y parecíamos muy hermanos. Ahora sólo es un recuerdo que se está borrando, igual que una instantánea de Polaroid.

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Nunca fui bueno para seguir las reglas, por lo que hubo maestros que en verdad me odiaron.

“Tomando en cuenta la calidad de su trabajo, no me atrevo a calificarlo. Pero le voy a dar un consejo: dedíquese a otra cosa, aún está a tiempo de elegir otra carrera”,

aquel profesor fue contundente. Desde luego no le hice caso. Por el contrario, me aferré y él me mandó a examen extraordinario. No fue el único caso. Mi madre hubiera querido que yo fuera médico o algo así como asesor financiero, sin embargo siempre respetó mis deseos. Cuando vio que ya era en serio, ella me regaló mi primera grabadora. Y la primera vez que publiqué algo, respiró aliviada. Yo no lo sabía, pero ella guardaba los recortes en un álbum. Un buen día me dijo que se había equivocado conmigo, pero que estaba orgullosa de verme titulado. Bueno, ella sabe perfectamente que sin su apoyo no lo hubiera logrado.

“Es que no sé de dónde sacaste eso de ser periodista”,

me comentó un día.

“Yo sólo quiero escribir, madre, es lo que me gusta, es lo que hace que no me vuelva loco… por completo”.

Sólo sonrió y me abrazó como lo hacía cuando yo era niño. Aún persigo algunos sueños aunque no existe la certeza de alcanzarlos, pero no me desespero.

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¿Qué fue de mis amigos?, ¿dónde nos extraviamos? Eso aún no termino de averiguarlo. Paco seguro pule de vez en cuando su medalla, bueno, así lo imagino cada que lo veo en los noticieros de Televisa. Alex coordina un suplemento de un diario muy importante y hace yoga y lleva una vida saludable. Paty se casó, se divorció, se volvió a casar y otra vez está sola. Josué no se convirtió en cineasta pero hace comerciales, y tal vez no se sienta realizado, pero gana bien y cena en lugares caros. Marichuy se fue a trabajar de ilegal, vive en Seattle, tiene dos hijos y una pareja que bien podría ser “El marido del año”. De Fernanda nadie sabe gran cosa. Alguien me dijo que trabajaba en un teibol de San Ángel, aunque alguien también me comentó que ella se había casado con un millonario. También me llegó la versión de que Fer vivía en Miami y que salía en películas porno. Yo no sé si alguien sepa de mí, o sí también hay historias raras sobre mi paradero. Creo que no estaría mal reencontrarme con mis amigos, quizá ahora que por fin publique mi libro, que espero que sea en noviembre. Sí, éramos un puñado de idiotas, pero ya no somos tan amigos como antes, lo cual es lamentable. De vez en cuando, si escucho a Los Fabulosos Cadillacs o a U2 y The Cure me recuerdo que siempre será mejor coleccionar sueños que doctorarse en insomnios.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 07 de agosto de 2008