jueves, 29 de enero de 2009

En otros brazos

© Manual para canallas

Estoy mirando el techo del Palacio de Bellas Artes. Sentado frente a una taza de café más animada que Valeria, intento no bostezar. Los silencios son tan incómodos que estoy tentado a pedirle a la mesera que me traiga un dominó, a pesar de que en la cafetería del Sears eso no existe. “Estoy embarazada”, fue lo primero que me dijo incluso antes de que me sentara. Vaya recibimiento. Y yo que no traje serpentinas para festejarlo. “Hola, amor. Bienvenida al mundo real”, intenté ser sarcástico pero ella no estaba para sutilezas. Se supone que Valeria y yo habíamos terminado casi un mes antes, pero insistió en que nos viéramos cerca de su oficina, bueno, la de su jefe. “¿Qué vamos a hacer?”, respondió a mi beso en la mejilla con frialdad. “Mira, yo sé que es algo que no estaba en tus planes”, manifesté, “pero al menos podrías ser un poco más cálida que mi frigo bar”. Me miró con odio. “¿Siempre tienes que ser tan duro?”, reclamó.

No fui yo quien terminó la relación. Valeria pidió tiempo “para replantear la relación”, aunque yo sabía por una amiga en común que ella estaba entusiasmada con un chico de su trabajo. “Vale me cae muy bien, pero creo que tú no te mereces esto”, se justificó Adriana para contarme el chisme. Es lo malo de no ser un cursi: faltan tarjetas de aniversario y siempre sobra un tipo que es más atento que tú. “Las mujeres necesitamos sentirnos halagadas”, fue algo de lo que pretextó Valeria. Nunca he sido un romántico, lo siento. Luego comentó algo como “es mejor que nos alejemos un tiempo, para pensar si vale la pena seguir con esto”. Para andar conmigo dejó a su novio, así que me pareció justo que me hiciera a un lado y se refugiara en otros brazos. Pensé que me había olvidado, hasta que me citó en este lugar. “La vista es hermosa”, celebró la primera vez que la llevé allí.

Ahora estamos separados por los silencios. Pido un café y enciendo un cigarrillo. “¿Cómo ves?”, pregunta Valeria. “¿Estás completamente segura?”, interrogo. “No soy estúpida”, se apoya en su mirada más rencorosa, “ya me hice un par de pruebas de embarazo”. La mesera me trae el capuchino y me sonríe con amabilidad. Le respondo igual. “Carajo, ¿tienes que coquetear con esa zorra?”, la misma Valeria de siempre. “Sólo estoy siendo amable”, la aclaración está de más. “Podrías ser amable conmigo y decirme qué chingados vamos a hacer”, se nota harta. Entonces, por las bocinas suena una canción que me encanta: Sin documentos, con Julieta Venegas. Tarareo el estribillo. Valeria lanza fuego por los ojos.

“Querida, lamento informarte que se me acabaron las solicitudes para procrear hijos”, señalo con toda calma. Ella hace una mueca horrible. “¿Qué, eso qué?”, luce contrariada. “Si estás embarazada no soy yo a quien deberías convocar a una reunión urgente”, trato de ser claro, “porque hace rato que me hice la vasectomía”. Valeria no lo puede creer. “Pero tienes dos hijos…”, intenta convencerme. “Por eso mismo me operé, porque con dos es suficiente”, detallo, “y también por eso me divorcié, porque mi ex quería otros dos”. Maldito, es lo que leo en su mirada. “¿Entonces por qué siempre usabas condón?”, aún no está convencida. “Porque cuando tú y yo empezamos a andar aún te acostabas con tu ex. Y yo sé con quien me voy a la cama, pero no sé con cuántas viejas se revolcaba él”. Su mirada es fulminante. “Tú no eres humano, no puedes ser así”, suelta con desgano. “De hecho, estoy esperando que venga la nave nodriza por mí”, se me escapa la ironía. “¿Por qué eres así, por qué?”, el coraje apenas la deja hablar. “Eso no importa, es secundario”, trato de sonar tranquilo, “lo relevante ahora es que encuentres al padre de tu hijo”. Sus ojos se hacen extra grandes. “¡Estúpido!”, estoy seguro de que se contiene para no darme una cachetada. Se marcha como una diva en una pésima película. “Uuuy, tu chica se fue echando lumbre”, es la meserita guapa. Sólo le guiño un ojo. “¿Se te ofrece algo más?”, su tono es más que amable. “Claro, ¿podrías darme tu teléfono?”. Toca mi hombro y suelta un “¡tonto!” de lo más prometedor.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 29 de enero de 2009

 

jueves, 22 de enero de 2009

Hasta los huesos

© Manual para canallas

En una madrugada caben todos los pretextos para sentirse incompleto, aquella lágrima que guardas en la almohada, el beso que extrañas cada mañana, la risa que no volverá a sonar en tu celular, los besos que no te llegarán hasta el alma. Tan triste y tan derrotada es tu noche, que te duelen hasta los tatuajes. Como si estuvieras desnudo, cala el frío en los huesos. Tantas veces el suicido te manda postales desde la azotea, desde el baño, que no sabes si en realidad tú mismo eres el remitente y al mismo tiempo el destinatario. Dejen ya de joder. Tus ideas malsanas se amotinan tras la puerta y no sabes cómo dispersarlas. Eres más vulnerable de lo que pareces, esa careta insensible te queda grande. El mundo no está en tu contra, pero de todas maneras te sientes incomprendido. Basta ya de lamentos, parece decir la foto de madre. Pero nunca fuiste educado para ser independiente. Creciste casi a la intemperie, con escaso hogar y demasiados reclamos. Niño, deja ya de molestar. Chamaco, no vayas a ensuciar. Órale cabrón, póngase a trapear. Pinche escuincle malcriado, nunca aprenderás. Y encima, el cretino de tu padrastro se manchaba contigo, siempre te veía como un apestado y el perdedor siempre era él. No es de extrañar que en tu propia casa te sintieras como un inquilino, uno de esos que no pueden pagar la renta y siempre se andan escondiendo del casero. Un extraño en tu propia tierra. Y tantas veces besaste el suelo, que aprendiste a caer y ahora te tiras a propósito esperando que alguien te levante. Por eso no duras con las viejas, porque eres demasiado manipulador y eso al final siempre harta. Hasta parece que tu estado ideal es añorar lo que nunca jamás sucederá. Y llenar tu diario con frases que te hacer ver más patético, como esa última que ahora transcribes:

“Tú que tanto has besado,
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo
que hasta los huesos
sólo calan los besos
que no has dado”.

Ni siquiera en eso eres original. Sólo copias lo que otros hacen, en lugar de sentarte a inventar tu propio epitafio.

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Marcela huyó de su casa muy temprano. Se fue a vivir con su hermana, escapando de un tío que intentó abusar de ella. “Estás loca, pinche escuincla”, le dijo su propia madre en lugar de abrazarla y prometerle que las cosas irían mejor. Así son los padres casi siempre: no se atreven a enfrentar las responsabilidades, prefieren engañarse y fingir que no pasa nada. Cómo le van a creer a una chamaca que se la pasa de vaga, según sus padres, y se anda besuqueando con el novio. Por qué habría de ser verdad, si el tío tiene cara de gente decente y “hasta trabaja con un licenciado”, como si los pinches licenciados fueran gente de fiar. Da lo mismo que sea abogado o dueño de una cadena de supermercados e incluso un cura con cara de abuelo. El diablo es experto en disfraces. Así que Marcela fue expulsada de su propio cuarto, ese mismo donde creció con muñecas y ositos de peluche. Y ahora comparte dormitorio con su sobrina, una pequeñita que siempre deja la puerta abierta para que sus miedos no se encierren con ella. Y Marcela no tiene privacidad y no se baña hasta que se va su cuñado, porque tiene miedo de que la historia se vuelva a repetir. No es que Juan Carlos sea mala persona, si hasta se ve que adora a Gaby, pero Marcela ya no confía ni en su propia sombra. Y llora en las noches. Y trata de encontrar respuestas a preguntas que nadie puede contestar. Hasta llegó a pensar que ella era culpable. Pero no, ella no tiene culpa de que sus caderas, sus senos, sean codiciadas por ese monstruo llamado lujuria. Lo nota en la calle, en cada comentario obsceno, en aquellas miradas groseras, en los arrimones del Metro… lo notó en el aliento alcohólico del primo de su padre cuando se aventó encima de ella. Sólo el instinto de supervivencia logró vencer el miedo y ella se encerró en el baño y no salió hasta la madrugada, con los ojos llorosos y la rabia de saberse ofendida. Lo peor fue que su propia madre le diera la espalda. Y Marcela no volverá a ser la misma. El miedo se ha instalado en sus huesos. Y un escalofrío la invade cada que un tipo la sigue un par de cuadras. La tranquilidad anda escasa. La verdad nunca es valorada. Y las lágrimas no remedian nada.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 22 de enero de 2009

 

jueves, 15 de enero de 2009

Ceguera emocional

© Manual para canallas

Basta una pregunta para saber si una mujer cambiará tu vida para bien o para mal. “¿¡A poco no te gusta Arjona!?”, se sorprendió Isabel cuando le sugerí que no pusiera El problema en la rockola. Apenas acababa de conocerla, porque era amiga de la novia de un colega. Ya con unas chelas encima me besó, pero yo no podía dejar de imaginarla llorando con las canciones del “Serrat de los microbuseros”. Así que esa noche regresé solo a casa. *** “¿Eres bisexual?”, me interrogó Andrea la vez que fui al cumpleaños de Paco. “No manches, por qué me preguntas eso”, reviré. “Pues no sé, mi amiga y yo comentamos que a lo mejor lo eras”, explicó. “Pero alguna razón debe haber”, traté de tomarlo a la ligera. “Bueno, un poco por la forma en que bailas”, dijo. Me pareció una tontería, pero no me ofendí. “¿Y cómo bailo”, cuestioné. “Pues no sé”, otra vez la pinche inseguridad, “lo haces bien para parecer un tipo duro”. Ay wey, no pude evitar un gesto de asombro. Nunca me habían preguntado eso. “Me encantan las mujeres, tu pregunta está fuera de lugar”, aclaré. Sí, también nos besamos y me sugirió que la invitara a mi departamento, pero preferí seguir en la fiesta. *** En otra ocasión, la prima de un amigo intentó ser simpática: “¿Tienes coche o Chevy”? Mala broma para alguien que no soporta las frivolidades. “Prefiero beber que manejar”, contesté con sarcasmo. “¿Y eso qué?”, expresó de la manera más tonta. Era demasiado guapa, pero igualmente vacía. “¿Tu hámster es autista?”, le pregunté mientras señalaba su cabecita. O quizá debí sugerir que sus dos neuronas sanas estaban en huelga. “¿Cómo?”, por supuesto no entendió. Sólo estuve un rato más y me fui a casa a escuchar a Radiohead. *** “¿Por qué gastas tanto en libros?”, fue la duda de Angie, que en realidad se llamaba Angélica. “Por la misma razón que tu gastas tanto en zapatos”, manifesté, “pero con la diferencia de que yo lo veo como una inversión, porque a la larga me beneficiará”. “Ay, eres un tonto”, se lo acepté porque era buenísima en la cama. Lástima que aquello duró poco. *** “¿Nunca te enamoras?”, la duda era de Tania, que besaba como si fuera la recepcionista de un incendio. “El amor apendeja”, fui contundente. “Creo que tienes razón, siempre que me enamoro soy una tonta”, su explicación estaba de más. Y siempre he coincidido con el sabio de Andrés Calamaro:

“Tengo abierto el mini bar y cerrado el corazón”.

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Sin dolor no hay redención. Debes machacarte las alas para aprender a volar. Debes besar el suelo antes de saber aterrizar. Las alas me salieron de forma natural: desde niño volaba lejos, me inventaba historias fantásticas, me impulsan los libros y mi combustible era la imaginación. Mi vida era demasiado miserable como para estacionarme allí. Quién iba a decir que un día me dedicaría a escribir sobre la realidad, cuando me sobraba inventiva. Será que prefiero contar historias cercanas, palpables; será porque no se me dan los finales felices o tal vez se deba a que odio las cursilerías. Reniego de las baladas, detesto los estribillos, odio a los cantantes que entonan rimas de primaria. Será por eso que mis noviazgos no duran mucho. Está claro que las chicas adoran los ramos de rosas, las tarjetas de aniversario, los regalos en su cumpleaños o que las beses en el cine. Creo que no estoy hecho a su modo. No, en realidad es un pretexto que me invento. Supongo que se debe a que padezco el Síndrome de Asperger y que me cuesta trabajo entablar relaciones emocionales. Sí, tengo ceguera emocional. No me compadezco, pero tampoco me odio. He aprendido a vivir con ello. Sí, a veces me quejo, en ocasiones lamento estar solo, pero nadie se muere por extrañar los besos. En ocasiones me deprimo y bebo a oscuras, pero Sabina siempre es buena compañía en casos extremos:

“Cada lunes me cuesta más trabajo,
poner en hora mi caricatura.

Entre la multitud y la locura
mi corazón anda volando bajo.

Sobra bilis y falta desparpajo.

Cuando se va al carajo la cordura,
ayunas, como pan sin levadura,
no trabajan las musas a destajo.

Desde que todo huele a despedida,
ni el salario del miedo me intimida
ni se amansan las fieras con canciones”.

Ahora mismo ni tengo ganas de volar. Diana no regresará y yo me guardé algunos besos y unas cuantas caricias que nunca pude darle.

“Ella no va a volver y la pena me empieza a crecer adentro,
la moneda cayó por el lado de la soledad y el dolor.

Todo lo que termina, termina mal, poco a poco.

Y si no termina, se contamina más, y eso se cubre de polvo”,

resuena esa pinche rola en mi cabeza. Para qué lamentar lo que no supe dar. Para qué añorar algo que nunca más sucederá. Para ser sincero, las cosas no están saliendo como quiero. Y me olvidé de avisarle que la extrañé en año nuevo.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 15 de enero de 2009

 

jueves, 8 de enero de 2009

Un calendario 2009

© Manual para canallas

De niño pedía poco a los Reyes Magos, me conformaba con lo que no soñaba. Y siempre anhelé una autopista Scalextric, que obvio nunca me trajeron. Una historia demasiado común. Nada del otro mundo. Un chaval juega con una pelota de goma y es el mejor portero del mundo. En un barrio polvoso dos hermanas hacen pastelitos de lodo y organizan una comida con sus muñecas como invitadas especiales. Se fueron los días festivos, vienen las quincenas contando los centavos. El Monte de Piedad es un calvario. Atrás quedó la Navidad, ahora a lidiar con la resaca. El año nuevo es un calendario en las manos de un pordiosero. Dios usa pantuflas de peluche con garras de utilería, mientras se ríe de nuestras tonterías. Y yo, como dicta Andrés Calamaro,

“yo soy un loco,
que se dio cuenta
que el tiempo es muy poco.

na na na na na,
na na na na na,
a lo mejor resulta mejor así”.

Los chavales ya no escuchan, se refugian tras los audífonos. No los culpo, el mundo exterior es demasiado ruidoso. Y nadie escucha a nadie. Está de moda el iPod, está de moda el suicidio, están de moda los Converse, está de moda vender el alma, empeñar la dignidad. Está de moda la violencia, está de moda chingar al prójimo. Comienza el año y todo pinta perfecto para inventar atajos al infierno. El mal triunfará sobre el bien, como siempre. Los Zetas se acercarán cada vez más a la esquina de tu casa. Los políticos nos seguirán viendo la cara. Y las canciones no aliviarán casi nada. Y la poesía seguirá escasa. Mal venido, 2009. Hola resaca, parecen decir las botella vacías.

>>>

Tampoco hace falta mucho para tratar de ser feliz: una tarde sentado en el parque, una foto con tus hermanos, los guisados de mamá, meter un gol en la final, una canción de Los Cadillacs, besar a la novia en la oscuridad, hacer el amor como si fuera la segunda vez, los fines de semana sin tarea, ir al cine en domingo y comer palomitas con salsa Valentina, cagarse de la risa viendo cantar al cursi de Gael, ir a un concierto de Los Caligaris, maldecir a los vecinos, hacer puntos en el x-box, abrazar a tu padre, gastar tus domingos en cómics, leer en voz alta un poema de Sabines, tocar la guitarra en la madrugada, ir a contracorriente aunque se infarte tu novia. No hace falta mucho para sentirse mejor. Todo pinta mejor cuando una sonrisa cínica se te cuelga frente al espejo. Y cantar El salmón y gritar a todo pulmón que

“quiero arreglar todo lo que hice mal,
todo lo que escondí hasta de mí…
hay botellas vacías de marcas extrañas,
las debo haber tomado, ¡qué resaca!

Voy a salir a caminar solito,
sentarme en un parque a fumar un porrito
y mirar a las palomas comer el pan que la gente les tira.

Y reprimir el instinto asesino
delante de un mimo, de un clown.

Hoy estoy down violento, down radical,
pero tengo aprendido el papel principal.

Siempre seguí la misma dirección,
la difícil, la que usa el salmón”.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 08 de enero de 2009

 

jueves, 1 de enero de 2009

Feliz 2009

© Manual para canallas

 

Este jueves no se publica la columna por ser día festivo…

 

© Manual para canallas

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 01 de enero de 2009