jueves, 26 de agosto de 2010

Mi mejor consejero es el deseo

Manual para canallas...

Como en la escena de una mala película, llamé al mesero y le dije que llevara a aquellas dos chicas “lo que estén bebiendo”. El tipo sabía que eso representaba una buena propina, así que de volada fue a la barra para pedir las bebidas y luego lo vi encaminarse a la mesa de las guapas con dos martinis…

Ellas aceptaron y miraron hacia mi mesa cuando él sujeto les comentó algo como, seguramente, “se las manda aquel caballero”. A la distancia yo podía parecer un caballero, desde luego, así que ellas hicieron una señal de aprobación y yo levanté mi vaso para decirles “salud” con un ademán. La chava que me gustó tenía una sonrisa encantadora, lo cual me alentó bastante. Media hora más tarde ya estaba yo sentado con ellas, explicándoles que al parecer un amigo mío me había dejado plantado. La chava linda comentó algo como “ay, estamos igual, porque mi novio me acaba de avisar que no vendrá, que tiene mucho trabajo”. Lamenté que tuviera novio y por unos instantes traté de ajustar la estrategia para caerle mejor a su amiga, que no estaba nada fea. Pero yo soy un necio y pese a las señales negativas me empeño demasiado en mis terquedades. Durante un buen rato reímos mucho y platicamos de trivialidades. Cuando Karen se disculpó para ir al baño, su amiga Luzma me preguntó sin rodeos: “¿Te gusta mi amiga, verdad?”. Uhhh, pude mentir y guardar ambas cartas, pero no lo pude resistir: “¿A poco soy tan obvio?”. Luz María se rió y luego comentó que “se te nota a leguas. Pero no te preocupes, a ella le pareces atractivo”. Vaya, respiré aliviado y pregunté “¿en serio?”. No me respondió, por el contrario, me aconsejó que no me detuviera “vas, mi amiga es muy chida, además su novio es un patán y siempre la deja plantada”. Así que eso me hizo abrigar esperanzas, aunque me tuve que chutar los clásicos consejos del tipo “pero por favor, sé lindo con ella, lo que menos necesita en su vida es otro idiota”. Uuuuy, la típica amiga protectora. “Sólo tengo la cara, porque en realidad soy buena persona”, solté la broma y a ella le hizo un poco de gracia. “No, en serio”, hizo una pausa para voltear al baño, “mi amiga es lindísima y merece a alguien que la trate bonito”. Parecía que le estaba buscando novio, pero yo sólo planeaba llevarme a su amiga a la cama, porque soy miope a la hora de visualizar el futuro. Justo iba a aclararle que puedo ser tan caballero como ella estuviera dispuesta a ser una dama, pero entonces regresó Karen con esa sonrisa como faro en la neblina de la madrugada. “¿Todo bien?”, cuestionó al tiempo que yo notaba que se había retocado los labios. Y la promesa de besarlos me pareció aún más tentadora. Nos emborrachamos un poco, les sugerí que fuéramos a otro lado. Luzma puso de pretexto que tenía que levantarse temprano, así que pedimos la cuenta, salimos y la fuimos a dejar a su casa. Pregunté a Karen que si quería tomar otra copa. Ella aún traía pila, “pero ¿a dónde vamos?”. Sugerí un barecito en el Centro “o si lo prefieres vamos a mi casa”. Optó por lo segundo y yo supe que aquella noche el diablo sería el barman en aquella pequeña fiesta particular. Y el brillo del deseo se instaló en mis ojos, mientras yo recordaba una canción que contaba que:

“tus caderas serán mi naufragio,
tus besos mi balsa de madera y
alcanzaremos la frontera de un océano de sol”.

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Le serví a Karen un whisky en las rocas, yo me preparé un ron con coca. “Me gusta tu depa y ese poster de Sabina es la onda”. Mi pequeño refugio tiene la particularidad de hacerte sentir cómodo, así que no me costó mucho derribar sus barreras. Nos besamos. Ella se abrazó a mí como si escasearan los afectos. Acaricié su cabello, descubrí con los dedos su oído, mi lengua encendió el fuego. Mordisqueé suavemente su cuello y ella se cimbró. Mi mejor consejero, que es el deseo, me hizo conducirla a la puerta de la recámara. Karen iba a girar la perilla, pero la detuve con delicadeza. Coloqué sus manos contra la puerta y mis labios recorrieron cálidos su nuca. Ella se dejó llevar. Acaricié sus senos y luego mi mano derecha bajó hasta su cintura para desabrochar el pantalón. Hurgué con suavidad en su sexo y la humedad de un trópico infernal nos recorrió de pies a cabeza. Ella no pudo más, giró sobre su eje y su boca buscó la mía. Entonces musitó “hazme el amor, quiero que me hagas el amor” y su voz era entrecortada. Aquello me excitó aún más. “Karen, eso es precisamente lo que estoy haciendo”, la miré a los ojos. “Sí, sí, pero quiero que estés dentro de mí, que me penetres”. La conduje al interior de la recámara, la recosté con delicadeza sin que mi lengua perdiera contacto con la suya. La desnudé por completo, ella me desnudó a mí. Con suave firmeza la hice girar bocabajo y mi lengua recorrió su cuello, su espalda, su trasero, hasta que no pudo más. “Hazme tuya, por favor”, suplicó. Ya no argumenté nada, sólo encaminé mis dedos largos a lo más profundo de sus deseos. Luego la penetré de una forma pausada. Sus gritos fueron subiendo de tono mientras el vaivén se volvía más frenético. Yo sabía que no era el hombre de su vida, pero difícilmente me olvidaría. Karen estaba exhausta, aunque no tanto como yo. El sudor aún poblaba mi frente y ella se acurrucó en mi pecho. Su pierna sobre las mías, mis latidos resonaban en su oído. “Me encantó, tú me encantas”, musitó. La cobijé entre mis brazos y le dije muy quedito, al oído, “hay tres maneras de hacer las cosas: mal, bien y como yo las hago”. Obvio, ella no sabía que estaba citando a Robert De Niro en Casino. “Eres muy lindo”, me halagó entre suspiros. Fue la primera de muchas veces que compartió mi cama, luego aquello se acabó de la manera en que suelen terminar las cosas buenas. Será porque “prefiero la angustia, a una vida en paz que me pudra”, como escribió alguna vez Antonio Tabucchi.

 

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 26 de agosto de 2010

 

jueves, 19 de agosto de 2010

Hay días en que amanezco más despeinado

© Manual para canallas...

Los lunes me despiertan las prisas de los niños que llegan tarde a la escuela. Y los claxonazos frente a ese colegio me roban horas de sueño…

Como cada mañana de principio de semana amanezco más despeinado que de costumbre, será porque el cansancio me sacude mientras sueño con mujeres desnudas, verdaderas, de ésas que nunca son perfectas. Los lunes y los martes no logro concentrarme. Sólo quisiera que mis semanas comenzaran en miércoles. Y que nunca me faltaran cigarrillos, ni canciones de Andrés Calamaro y David Bowie, ni poemas de Roque Dalton, ni las caricias tibias, ni una mirada cómplice, ni tantas cosas que a veces se echan de menos. ¡Ah!,  cómo carajos me caen mal los lunes, sobre todo,  porque son como esas mañanas que se nos hacían eternas, esperando que llegara la hora del recreo para salir corriendo y cruzar alguna mirada con aquella niña que tanto nos gustaba o ya de "perdis"  jalarle la trenza para que nos "pelara".

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Los martes desayuno hastío y miro por la ventana con desgano, queriendo que sea jueves para acercarme un poco más a la frontera del olvido. Pero a quién chingados engaño si en mi maleta siempre habrá espacio para uno que otro recuerdo tuyo. Jodidos martes en que hasta da weba rasurarse o planchar las rutinas antes de salir a la calle. Y en el Metro las desilusiones más subterráneas se dirigen al sur, conviviendo con el odio de aquel desempleado y con la desesperación de la afanadora embarazada. No cabe duda que los martes estoy más susceptible que de costumbre, así que no me cuesta ser solidario con el invidente que vende plumas o la adolescente que lee a Bukowski y el maestro de traje desgastado. Me bajo en Hidalgo, atravieso Reforma, encamino los pasos al edificio en que trabajo y me prometo que no volveré a quejarme porque no me aumentan el sueldo. Pero siempre lo hago. Y lo seguiré haciendo. Es que los martes soy más susceptible, más solidario, pero también mucho más voluble. Y tan pronto como digo que estoy hasta la madre, de volada se me empiezan a jubilar las ganas de mandar todo a la chingada.

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En miércoles sólo se me ocurren tonterías. Será porque una noche antes se me agotan las ideas escribiendo esta columna. No es que sea un ejercicio desgastante, no, pero es que amanezco de un mejor humor y hasta me da por bailar de manera ridícula mientras suena algo de Los Cadillacs en el estéreo. No canto en el baño porque eso ya sería un exceso. Y mientras me enjabono las axilas pienso en cuáles jeans me pondré, si los viejos o los que ya le quedarían perfectos a un pordiosero. Y desayuno algo ligero mientras checo en internet que en algún punto lejano las cosas se están poniendo feas, pero en este país la mierda ya nos está llegando al cuello. La Iglesia se pone ruda por los derechos de los homosexuales, mientras escudados en el confesionario absuelven a los narcos. No se puede ser optimista cuando a media semana te sepulta el caos y vamos a un abismo que tiene graffiteada la palabra "purgatorio".

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Los jueves soy menos pesimista que de costumbre, pues construyo puentes que me acercan un poco más a la gente. En definitiva no soy un ejemplo de coherencia, mi universo se confabula para recordarme esa canción de Iván Noble que cuenta, que me recuerda que es:

"otra tarde como las demás
sin amores rotos de casualidad.

Otro jueves de esos que no se dejan besar.

No eran las esquirlas del rencor,
eran telarañas en el corazón,
una flor con lagañas,
un desamor sin amor...

Hoy que no me sale ni dormir
no le pongas miel a la verdad,
que si ando muerto es de tanto resucitar...

Otra tarde que no arde,
esta tarde sin pasado mañana...

Otro jueves que anda dando lástima
por los rincones de esta resaca sin vos.

Otro jueves como los demás,
demasiado martes, demasiado igual...

No perfumes tanto la verdad
que si ando muerto es de tanto resucitar".

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Y en viernes soy un homenaje a tu ausencia. Me despierto a mediodía, un poco con lagañas y otro poco con ganas de volver a beberme la noche entera, para que no toquen a mi puerta, como cada madrugada, los momentos que siempre añoro. Y tu nombre, que en mis labios suena a resaca, me inspirará poemas nuevos, acaso no tan afortunados,  pero sí muy certeros:

"Tu despedida más sincera aún me sabe a mentira,
tu sonrisa más disfrazada siempre me engaña,
tus besos menos míos los malbaratas con cualquiera.

Tus ojos maquillan destellos que no serán para mí,
tus caderas se ajustan a unos jeans que no desabotonaré jamás.

Y con sólo imaginarte desnuda en la madrugada,
mis dedos extrañarán el terciopelo de tu sexo,
el aroma embriagador de tu lujuria".

Carajo, si este pinche dolor cotizara, yo sería menos miserable que la semana pasada. Si mis rolas tuvieran éxito, si alguien las grabara, seguro volverías a mi lado como una puta barata:

"Y esta canción no sabrá de tus suspiros,
quedará huérfana del acorde que te halague,
así que sonará siempre incompleta,
por más que me emborrache,
por mucho que flagele mis malsanos pensamientos.

Esta guitarra tan carente de abrazos
no necesita que la afine en la proa de mis desvelos,
sino que la abandone al naufragio de extrañarte
un poco a destiempo,
siempre que encienda este insomnio,
siempre que interprete el papel de pendejo".

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Y quisiera que los sábados me rindieran más para reír con mis hijos, para comer palomitas en el cine y patear un balón que siempre parece que va a gol. Sí, quisiera que los sábados tuvieran más horas para platicar con Dante y con Patricio, para escuchar sus voces que parecen decirme: "No tienes que caminar hacia el abismo si puedes aceitar el mecanismo de reversa en tu corazón". Y quisiera que todos mis días fueran sábado y también domingo. Pero el quisiera no existe, sólo es un catálogo de Sears para el fin de temporada.

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 19 de agosto de 2010

 

jueves, 12 de agosto de 2010

Milagros que nunca he querido gastar

Manual para canallas...

I) Me recargué en la pared del bar Milán, con un vaso en la mano y a la espera de mi amigo Hugo o la pinche Sandra que siempre llegaba tarde. Con lo que me fastidia la impuntualidad. Media hora más tarde aquel sitio ya empezaba a llenarse. Diez minutos más y me largo, argumenté mentalmente

Entonces, dos idiotas se pararon frente a mí, a un escaso metro. Iban llegando, pero ya traían unos tragos encima. Decidí ir al baño, le pedí permiso de pasar a uno de ellos para no empujarlo con el antebrazo. Dio un paso a un costado y me dijo “pásale, Jackie Chan”. Pude ignorarlo, pero me cagan los payasos sin nariz postiza, así que giré para encararlo. “Perdón, pero no te escuche bien, ¿qué dijiste?”, lo miré a los ojos. Tal vez se dio valor porque estaba con su amigo, porque pretendió divertirse a mis costillas: “¿Qué no eres Jackie Chan?” y juro que se estiró un ojo con el dedo. Ambos rieron como estúpidos. En fracción de segundos puso su mano sobre mi hombro. Lo tomé por la muñeca y no lo solté. Acerqué mi rostro hacia el suyo y enfaticé: “Mira, pendejito, no soy Jackie Chan, pero igual te parto tu madre sin tanta faramalla, ¿cómo ves?”. Su expresión dejó de ser divertida. “Oye, calmado”, su voz trastabilló, “sólo, era… era una broma”. Su amigo enmudeció. “Pues tus pinches bromitas puedes ir a desecharlas al excusado. Y asegúrate de bajarle a la palanca, porque apestan”, me preocupé en parecer realmente un tipo rudo. “Discúlpame, no pensé que te molestara tanto”, estaba apabullado. Su amigo tardó en reaccionar, “tranquilo, bro, no le hagas caso, ya está pedo” y trató de calmarme con una palmada. “No me toques”, entonces lo miré a él, “porque soy muy nervioso y si tuviera un arma ya se me hubiera escapado un tiro”. Pinches chamacos de la Roma, además de tetos son bien putos. Antes de dar la vuelta les dejé en claro que “voy a la caja, ahí me apartan mi lugar”. Asintieron con la cabeza. Pero cuando regresé ya se habían largado. ¡Qué mala onda! Y yo que pensé en gorrearles un trago y hasta hacerme su amigo. A los pocos minutos llegó Hugo y le conté la anécdota. Se rió bastante, aunque sabía que yo era incapaz de armar un lío en mi bar preferidos de ese entonces, porque ya una vez nos habían sacado por jugar rayuela con un vaso y un cenicero de la esquina. No me cobraron el vaso roto, pero nos fuimos con la advertencia de que una más y seríamos vetados. Total que cuando Sandra arribó ya estábamos algo ebrios y a mí ya me dio flojera volver a contar la anécdota. Incluso ella ya empezaba a darme weba, porque estaría muy buena y lo que quieras, pero le daba por creer que mi vida sin ella no tenía sentido. Y siempre intentaba remarcarlo. De aquella época me quedan algunos buenos recuerdos y varios milagros que nunca he cambiado. Cada que abro un libro salta un “milagro”, uno de esos billetitos que circulan en el Milán y que a mí me encantaba usar como “separadores” en mis páginas favoritas.

II)Ojos enormes, nariz perfecta, cabello negro profundo y labios exquisitos. Se llamaba Alexa y escribía algo en una servilleta, sobre la barra del bar Milán. Poca gente alrededor, por tratarse de un jueves y ser demasiado temprano. Le pregunté que si le gustaba la poesía y dijo que sí, que cómo lo sabía. “Simple intuición, por la manera en que tomas el bolígrafo”, la halagué. “Me gusta mucho escribir”, mi miró a través de unas gafas modernas, “pero sólo lo hago para mí, ya sabes, cosas muy personales”. Aún así le comenté que si podía echar una ojeada. Me extendió el papel y en cuanto leí supe que aquella chava no tenía futuro como poetisa, pero me comporté como un caballero. “Es lindo”, sólo comenté. Ella quiso saber mi nombre y, como todas, a qué me dedicaba.

—Soy escritor –mentí alevosamente.

—¿Y de qué vives? –cuestionó con seriedad.

No pude evitar la risa. Todo mundo tiene la certeza de que escribir es como un pasatiempo, una especie de oficio sin beneficio.

—Sobrevivo con una beca del Conaculta –recordé a un conocido que vive del presupuesto.

—Oye, ¡qué padre! –parecía emocionada.

—¿Te parece? –interrogué como si aquella plática fuese interesante.

—Claro, es muy padre ser escritor y que te paguen –en las bocinas sonaba “Enjoy the Silencie”, con Depeche Mode.

—¿Por qué no me escribes algo? –pidió con cierto entusiasmo y me entregó una servilleta.

Tomé la pluma y plasmé:

“He muerto y he resucitado.

Con mis cenizas un árbol he plantado,
su fruto ha dado y desde hoy
algo ha empezado.

He roto todos mis poemas,
los de tristezas y de penas,
lo he pensado y hoy sin dudar
vuelvo a tu lado.

Ayúdame y te habré ayudado”.

Le devolví el trozo de papel, ella lo observó y expresó “¡wooow!”, sí, como sospeché no conocía “Pero a tu lado” de Los Secretos. “Ay, pero dedícamelo, por fa”, añadió.

Lo hice, pero no puse mi nombre sino el de uno de mis personajes favoritos: “Con mis deseos más perversos, Carlos Chinaski”.

—¿Chinaski? ¿Tienes familiares extranjeros? –esa chica no dejaba de sorprenderme. Aguanté la risa.

—Claro, mi abuelo era alemán y mi abuela de China, ¿por qué crees que tengo los ojos un poco rasgados?

—Oye, es cierto –parecía no haber reparado en ello— y por eso lo de China-ski –sonrió como diciéndose pero-qué-tonta.

Tomé mi vaso, le dije “salud, por el gusto de conocerte”, ella levantó su Corona y me regresó el brindis con un guiño de sus ojazos. Pude coronarla allí mismo como la reina de un concurso llamado Señorita Superficialidad, pero al cuarto trago perdonas muchas cosas, hasta la escasez de neuronas sanas.

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 12 de agosto de 2010

 

jueves, 5 de agosto de 2010

Si el diablo te concede una membresía

Manual para canallas...

Al infierno se llega por atajos, no cabe duda. Y el diablo sabe jugar sus cartas como buen ilusionista. Siempre habrá un rey de espadas que acabe con tus más filosas esperanzas. Nunca ganarás una partida que te jubile esa sensación de eterna derrota…

Aquella noche yo no traía un centavo en la bolsa, mi vieja me acababa de dejar para andar con un tipo que conducía un Mini Cooper y además era su jefe en la agencia de “edecarnes” (chiste local y mamerto). No es que yo la quisiera mucho, pero aquella mujer era encantadoramente seductora, sobre todo con jeans a la cadera. Ah, pero estaba en que aquella noche me sentía un auténtico miserable. Salí del trabajo y sólo quería llegar a casa para servirme un buen trago. Yo hubiera querido tener dinero para emborracharme en una cantina, con rockola y canciones de Radiohead, pero estábamos a mitad de quincena. Crucé Bucareli con las manos en los bolsillos vacíos y justo antes de alcanzar la acera de enfrente un auto me tocó el claxon. Mi primera intención fue voltear y mentarle la madre al conductor. Sólo hice lo primero, porque el tipo me hizo una señal con la mano. Lo miré fijamente y enseguida lo reconocí. Pinche Luis, tenía años de no verlo. Me acerqué y me saludó con familiaridad. “¿Qué onda Robert, qué andas haciendo?”, preguntó. Pude decirle que “aquí nomás, saliendo del peor casino de la ciudad”, pero sólo expuse que “nada, voy camino a casa”. Él me sugirió abordar el auto, “súbete, vamos a una fiesta”. Ni lo dudé. En el camino me explicó que me andaba buscando desde semanas atrás, pero que nadie parecía tener mi teléfono. No era extraño, porque teníamos pocos amigos en común. “Es que trabajo en una editorial y te quiero proponer un bisne”. Yo lo escuché con reservas. “Siempre me ha gustado como escribes, qué te parece si editamos tu libro”, caray la propuesta era interesante. Cuando llegamos a la fiesta yo no conocía a nadie, pero Luis se encargó de que me sintiera muy cómodo, sobre todo porque me presentó como “un amigo escritor al que le voy a editar su libro”. Una chava de ojos claros preguntó que “¿de qué va a tratar el libro?”. Sonrió cuando le detallé que “básicamente es un manual para aprender a volar sin alas”. Ella me miró : “Ah caray, ¿y cómo es eso?”. Bebí un sorbo de mi vaso y expliqué: “Hay mujeres que sólo con hacerte el amor te elevan unos centímetros del suelo”. Yo proseguí, “pero hay algunas que te llevan a cielos poblados de truenos y destellos”. Me tomó del brazo como si me conociera de toda la vida: “Oye, eso suena muy bieeen”. Ya estaba de este lado. “Cuando quieras te puedo dar un curso intensivo en aterrizajes de emergencia”. Ella rió ante mi atrevimiento. “Oye, ¡estás coqueteando conmigo!”. Luis aprovechó una pausa para decirme sutilmente “ahí te dejo con ella” y se fue a saludar a unos amigos. Natalia, que así se llamaba, estuvo charlando un rato más conmigo, me dio su número telefónico y se marchó porque su novio pasó por ella. No la llamé pronto, sino un par de semanas después. Nunca pude enamorarla, porque estaba muy clavada con su galán. Pero a ella le gustaba aquel juego de seducción que le sacaba lustre a su vanidad. Un buen día extravié mi teléfono y con ello la posibilidad de buscarla y llevármela a la cama. Les digo que el pinche diablo sabe jugar muy bien sus cartas, es un tahúr que no tiene vergüenza, ni atisbo de decencia.

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Un mes después Luis me llamó para decirme que cuándo firmábamos el contrato. A los pocos días tenía en mis manos cinco hojas con términos rebuscados y lo que más me llamó la atención fue la parte que decía: “La vigencia del derecho adquirido a través del presente contrato será de diez (10) años, contados a partir de su fecha de firma”. Aquello me hizo mucho “ruido”. Así que le llamé a mi cuate para decirle que “el plazo me parece muy largo”. Él estuvo de acuerdo en modificar esa cláusula. Pero todo se quedó en proyecto. Yo me extravié un tiempo en pendejadas, sufrí por una mujer que me arrebató la calma, orquesté un plan de fuga para liberarme de algunas ataduras, me concentré en reconstruir mi autoestima, y pasaron los días, las semanas. Hasta que llegó una señal de alarma. Mis compañeros de la universidad organizaron una reunión. Todos parecían tener vidas perfectas. Alguien se dibujó una postal maravillosa: “Tengo una familia hermosa, un trabajo envidiable y estoy construyendo una casa de campo en Querétaro”. Cuando fue mi turno comenté que “soy bipolar, tengo un trabajo estable y estoy divorciado”. Y añadí que “tengo dos casas: una casa grande y una casa chica. La casa grande no es tan grande y la chica no es tan chica”. Nadie entendió la broma. Josué me preguntó qué había sucedido con lo de mi libro. “Ya no creo que sea tan buena idea”, me resistí. “No seas mamón, mejor di que no has hecho nada”, me retó. Tienes razón, afirmé con la cabeza y sentencié que “la neta es que me he hecho pendejo. Me dijo que lo llamará al día siguiente para que me pasara el contacto de no se quién. Como mi especialidad es sabotearme de antemano, tampoco lo tomé en serio. Y como siempre, encontré señales en las canciones”. Hace unos días escuchaba una rolita de Babasónicos que me dice mucho:

“Soy víctima de un Dios frágil, temperamental,
que en vez de rezar por mí se fue a bailar,
se fue a la disco del lugar,
quiso mi disfraz y
vivir como un mortal,
como no logró matarme
me regaló una visión particular”.

Y entonces comprendí que ya estaba bien de huir sin rumbo. Así que le llamé a mi amigo Luis, le pedí que me llevara el contrato para firmarlo. Ni siquiera me tomé la libertad de leerlo con calma, sólo me explicó que tenía los derechos para publicar mi obra por cinco años. De ganancias ni hablamos, pedimos unos tragos porque los mejores tratos se sellan en una cantina. Por alguna razón sentí como si le estuviera vendiendo mi alma al diablo o comprando una membresía para el infierno. Yo sólo sé que es un sueño largamente acariciado. Y ayer mismo festejé con tres de mis mejores amigos. Yo no sé qué resultará, pero confío en haber hecho lo correcto. Y quiero ver tu sonrisa cuando tengas ese libro en las manos. Sí, a ti me estoy refiriendo: a mi lector más leal, a mi lectora más fiel desde hace tiempo. Salud por eso.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 05 de agosto de 2010