jueves, 29 de julio de 2010

Joaquín Sabina suele tener razón

Manual para canallas...

Salí al balcón con ganas de aire fresco. Por un acto reflejo busqué la cajetilla de cigarrillos en la bolsa de mi chamarra. De reojo vi a la chica en el extremo derecho. Saqué un Marlboro y lo encendí. Me recargué en el barandal y entonces noté que la chava sollozaba. “¿Todo bien?”, pregunté estúpidamente

Ella ni siquiera volteó a mirarme, sólo hizo un movimiento de aprobación, también estúpidamente. Me acerqué un poco. “¿Necesitas algo?”, no sé por qué lo hice. Ella movió la cabeza en señal de negación. “Bue… bueno sí, regálame un cigarro”, se pasó el dorso de la mano por el rostro para borrar las lágrimas. “Perdón, soy una tonta”, trató de justificar. Le extendí la cajetilla, tomó el tabaco. Yo activé el encendedor cuando debí accionar la alarma y salir de allí. Ella posó su mano en la mía y acercó el fuego. Me sonrió en vez de darme las gracias. Era realmente bonita. En unos minutos me contó que acababa de pelear con su novio, quien se había marchado de la fiesta. Adentro sonaba algo de Texas, creo que era “Say What You Want”, lo que me recordó que la banda sonora de mi vida no tiene desperdicio. “No me has dicho tu nombre”, estaba sugiriendo que se lo diera. “Me da gusto conocerte, yo soy Joanna y te invito una cerveza”, me condujo a la cocina. Ella destapó una chela y yo le aclaré que prefería un ron. Seguimos charlando, teníamos un par de amigos en común pero no nos molestaron porque estaban demasiado ocupados en emborracharse. No tardamos en irnos a mi departamento a beber y escuchar música. Esa misma madrugada me dijo que iba a dejar a su novio, aunque no dejaba de checar su teléfono a cada rato.

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Joanna me siguió buscando, sobre todo cuando tenía broncas con su novio. Inclusive coincidimos los tres en alguna fiesta y me presentó con él como “un gran amigo”. Aquel tipo era un cretino, suelo reconocerlos incluso a un kilómetro de distancia. Ella parecía muy enamorada de él, pero en un descuido se acercó para decirme que me extrañaba. A mí ese doble juego ni me emocionaba ni me inquietaba. Esa noche me fui temprano a casa. Al otro día me llamó Joanna para preguntarme si había sentido celos. “Claro que no, ese tipo de cosas no están incluidas en mi chip”, aclaré. Ella se rió y expresó su típico “no te creo”. Con lo que me caga que me hablen en ese tono. “Oye, al rato paso a tu casa, para que veas cuánto te extraño”, sugirió. “No es una buena idea, porque voy a salir”, le respondí. “Lo ves, sí estás celoso y también estás molesto”, carajo, ciertas mujeres son un caso típico para el psiquiatra. Solté una carcajada. “Estás loca, de verdad que estás loca”, ella intentó decir algo pero continué, “también tengo una vida, que no gira en torno a ti”. No se ofendió, al contrario, se sintió retada: “Ahhh, sí, ¿y esa otra vida te hace el amor como yo?”. ¡Qué pex con esa vieja! “Por Dios, Joanna, tú y yo no hacemos el amor, bien lo sabes”, me reí en su oído. “Bueno, bueno, ya, si cambias de planes me avisas porque me encantaría amanecer contigo”, sólo era una manera de replegarse para después atacar por mi flanco más débil. Esa noche salí a beber con unos amigos y las dos de la mañana le llamé a Joanna, que andaba en algún antro, para que pasara por mí. Y una vez más nos dijimos mentiras piadosas mientras el colchón se amoldaba a nuestros incendios.

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Joanna me preguntó que si la amaba. “A mí, como a Sabina, me gusta el whisky sin soda y el sexo sin boda”, no pretendía ser original. “Pero al menos me quieres un poco, ¿no?”, parecía urgida por saber algo innecesario. “También quiero al sábado porque es mi día que descanso”, dejé en claro. “No seas payaso, sólo contéstame”, se acomodó en mi pecho. “Te quiero como se quieren los días de quincena”.

—Odio que seas tan sarcástico –se alejó.

—Y yo odio que uses un perfume que no me late, que sólo leas el Vanidades, que no sepas bailar –aquello me fastidiaba.

—¿Y por qué andas conmigo? –buscó mi mirada.

—Por favor, tú y yo no andamos. Sólo es el deseo lo que nos une –yo no estaba inventando nada.

—No mames, Roberto, ¿entonces qué significa todo esto? –me miró como suelen hacerlo las chicas que leen a Corín Tellado.

—¿Sexo sin compromiso? O me vas a decir que te estás enamorando –no me gustan los rodeos.

—Es una pena que no sientas lo mismo que yo –parecía realmente decepcionada.

Hubo un silencio incómodo. Yo hubiera preferido que se extendiera, que ella no se empeñara en tantas preguntas inútiles que no conducen a ningún lado.

—¿Es mi culpa? –rompió el silencio un tanto contrariada.

—Por favor, no estamos resolviendo un chingado crucigrama. Es muy simple: nuestra amistad se echó a perder desde que nos acostamos por primera vez – sinteticé.

—Ahora resulta que fue un martirio, ¿no? Si bien que la pasaste –sonó enfadada y yo traté de evitar su mirada.

—Claro que no me refiero a eso. El sexo contigo es fabuloso, pero sólo es eso: puro deseo —nunca prometí quimeras.

—¿Y entonces por qué no podemos estar juntos? –Joanna se empeñaba bastante en tratar de escuchar mentiras piadosas.

—¿Porque tú tienes novio? ¿O porque tenemos pocas cosas en común? –yo siempre he preferido la verdad.

—Pero si tú quieres lo dejo, ya te lo he dicho antes –en efecto, ya me lo había sugerido en alguna ocasión.

—Tu problema es que no sabes estar sola. Lo dejarás el día que te lo propongas y sería ideal que fuera porque realmente así lo deseas, no porque ya encontraste refugio en otros brazos –yo no era precisamente el refugio al que hay que acercarse.

Otra vez esas lágrimas que ya conocía. Se levantó de la cama, se vistió, ni siquiera se despidió y sólo escuché la puerta al cerrarse. Volví a verla tiempo después en otra fiesta de amigos comunes. La noté muy a gusto con su novio. Ni siquiera se molestó en saludarme. Yo iba con una amiga. En algún momento, Joanna y yo coincidimos en la cocina. Me estaba preparando un trago cuando me dijo “está guapa tu novia”. Giré para aclarar que no era mi novia, pero ella insistió en que “espero que ella si te haga feliz”. Vale madres. “También me hacen feliz las canciones de Calamaro”, le guiñé un ojo y antes de salir le repetí una estrofa de Sabina:

“hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,
hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad”.

Aún recuerdo su cara, ese gesto que parecía decir por-qué-no-te-puedo-olvidar.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 29 de julio de 2010

 

jueves, 22 de julio de 2010

Mensajes de mis ángeles de la guarda

© Manual para canallas...

“Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave”, dicta un poema de César Vallejo. Y palabras más certeras no podrían aplicarse a mi vida. Sin embargo, ese mismo Dios me mandó un ejército de ángeles de la guarda. Y esos enviados me han llenado el buzón de mensajes, que siempre trato de atender

No es raro, entonces que mi existencia ha sido bendecida con gente buena, con seres entrañables que me han hecho sentir menos miserable. Y todos los “yo” que soy, que he sido, pueden parecer imperfectos, harto volubles, pero si he dejado un legado de afecto me doy por bien servido.

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“‘Well I’ve Lost my Equilibrium, my Car Keys and my Pride’, canta Tom Waits. Decir que el canalla es un tipo duro y que tras la dureza encierra fragilidad, ternura y cierta debilidad es, a mi entender, aparte de lugar común, error de apreciación. El canalla es en efecto un tipo duro, sin embargo, ello no obsta para que muchos de sus actos, de sus gestos se conviertan en verdaderas declaraciones de principios con una fuerte carga amorosa, solidaria. En estos tiempos de consumo masivo de literatura de superación personal, tiempos en que no hay peor estigma ante los ojos de la gente que la derrota, el canalla navega a contracorriente. Todo lo que no es vendible, negociable, incluido el ser humano, es visto como derrota, y en este sentido, el canalla resiste y se manifiesta desde lo que yo llamo la estética de la derrota. La derrota tiene su lado pinche, su lado depresivo. Y en contraparte tiene un vasto terreno de creatividad, de motor de vida. Es el punto en que, toda vez que se asume el lado no bello de la existencia es posible la transformación del mundo inmediato, cercano, de los seres próximos, del entorno, transformación en algo disfrutable, querible. Empiezo el texto con una cita de Tom Waits porque en muchos aspectos encuentro en la creatividad del canalla cierto paralelismo con pasajes del cantante, sin que ello represente influencia necesariamente, los personajes que pueblan los textos de uno y las canciones de otro representan en buena medida esa estética a la que me refiero. Hoy me parece buen día para decirte canalla, cuánto te amo. Decirte que admiro entre otras cosas los grandes gestos amorosos que nos has demostrado, tu solidaridad, el dar la cara por nosotros, tu abrazo en el momento necesario, tu ejemplo de ética, la entereza con la que encaras tu profesión. Agradecerte por tantos y tantos momentos y enseñanzas que he tenido a tu lado. Tú sabes que no soy creyente, sin embargo, al leer a Marguerite Yourcenar cuando dice ‘la gente que pone Dios para demostrarnos que nos ama’, pienso en ti. En resumidas cuentas canalla, dudo mucho que hubiese podido tener mejor hermano. Y que sepas el amor que me provoca decirte que nos cuidaste bien”. Un texto de mi hermano Claudio, provocado por una historia que publiqué hace tiempo y que se titulaba “Pequeños demonios”.

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“Mi padre se llama Roberto García Castañeda, aunque periodísticamente es conocido como Roberto G. Castañeda. Nació en Durango y es dueño de una vida sin duda melancólica. Creció siendo el mayor de cuatro hermanos cuyo padre los abandonó desde niños. Mi padre trabajó y estudió desde niño, estudió Ciencias de la Comunicación y se desarrolló como periodista. Mi deseo más grande es ser el mejor escritor latino existente, mejor incluso que mi padre. Desde pequeño desarrollé la capacidad de plasmar en un papel mi sentir y escribí mi primer poema a los nueve años de edad. Recuerdo que fue un poema acerca de la soledad, de la tristeza que me provocaba no tener una familia unida bajo el mismo techo. Poco a poco fui desquitando mi angustia, rabia, la tristeza, a través de la poesía. Y la escritura se volvió mi hogar, ese sitio hacia el que escapo cuando me siento incomprendido. Mi padre es mi ejemplo y mi guía, siempre ha estado conmigo a pesar del divorcio. Lo único que lamento es su afición por el cigarrillo, porque parece no darse cuenta que ese vicio le quitará años para amar a sus hijos. Cada que lo veo, no pierdo oportunidad de decirle cuánto lo quiero”. Palabras de mi hijo Dante, para una tarea en su clase de español.

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“‘Periodismo es pasión’. Así definió Roberto Castañeda a la actividad que ha ejercido durante años. Egresado de la FES Acatlán (UNAM), Castañeda, quien visitó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), tiene una columna llamada Manual para canallas y publicada los jueves en El Gráfico. En ella escribe lo que él llama ‘historias urbanas’, crónicas conformadas en su mayoría por lo que le ha tocado vivir. En su visita a la FCPyS se da tiempo de leer un fragmento autobiográfico: ‘Soy especialista en defraudar todos los pronósticos’. Mide aproximadamente 1.83 metros de estatura. Es delgado y de tez morena. Admirador de Jaime Sabines, pertenece a ‘un club llamado insomnio’, en el cual se duerme poco y se sueña mucho. Viste unos pantalones de mezclilla, una camisa azul, corbata y —en honor a ir en contra de los convencionalismos— ¡tenis! Para ser reportero —aclara—, hay que tener intuición y creatividad. Pese a que su experiencia le ha enseñado que es difícil publicar un libro, dentro de sus planes está dar a conocer el suyo, una compilación de los textos incluidos en el Manual, que también es una referencia de su vida universitaria, una ‘guía para sobrevivientes’. ‘Yo escribo como me gustaría leer’, sentencia Roberto. En un estilo personal, fluido, desenfadado, coloquial, el autor plasma sus impresiones, emociones y reflexiones sobre la vida. En ‘Un cementerio para los sueños’, por ejemplo, a partir del caso de un anciano que fue a empeñar su reloj al Monte de Piedad, critica la situación política, económica y social del país. Roberto cuenta que es divorciado. También tiene dos hijos, pero aunque el mayor juega a ser cronista deportivo, a él no le gustaría que ninguno fuera reportero. Prefiere que ‘vivan bien’. ¿Por qué? Porque, en su opinión, el periodismo ‘no te va a dar para vivir, sino para sobrevivir’. Por tal motivo —enfatiza—, para ejercerlo se necesita entrega, pasión. ¿Y cuál es su aportación al periodismo? Roberto opta por ser modesto y no hablar de las ‘aportaciones’ que ha hecho, como si no tuviera nada qué decir. Aun así, hacia el final de la charla, y como queriendo hacer hincapié en la importancia del público para quien se escribe, señala: ‘De lo que me puedo sentir satisfecho es de que muchos jóvenes están leyendo gracias al Manual para Canallas’”. El texto anterior fue escrito por Mauricio Torres, estudiante de periodismo, luego de mi visita a la UNAM.

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 22 de julio de 2010

 

jueves, 15 de julio de 2010

Las mujeres de mis amigos

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Las mujeres de mis amigos me detestan. No todas, claro, pero la mayoría de ellas suponen que soy un terrorista de su felicidad, el enemigo público número uno, el que los sonsaca para irse de borrachotes

“Claro, como él no tiene perro que le ladre”, cuenta Marcos que le recriminó su vieja, “pero tú tienes hijos y esposa, así que no puedes llegar a la hora que se te dé la gana”. Casi la oigo y seguramente dijo “no puedes llegar a la pinche hora que se te dé la chingada gana”. Yo a Marcos lo conozco desde la prepa y ha cambiado bastante, como yo, pero la diferencia es que él postergó algunos de sus proyectos, como montar un barecito y tocar su guitarra todos los fines de semana. Se casó con Dafne apenas salieron de la universidad, luego de tres años de noviazgo. El padre de ella tenía un par de farmacias y metió a mi amigo en el negocio. Hoy tienen cuatro farmacias, les va muy bien, pero mi amigo siempre suspira cuando oye esa frase de Sabina que dice “acertó quien El Templo del Morbo le puso a este bar”. Y es que mi buen cuate prometió, en una de esas borracheras de chavales, que “un día tendré un bar que se llame El Templo del Morbo”. Admirador de Joaquín Sabina, Fernando Delgadillo, Pedro Guerra, Jorge Drexler y otros, ahora se conforma con coleccionar sus discos. La guitarra la tiene abandonada desde hace rato porque la esposa reclama, cuando lo ve tocar, “ya estás perdiendo el tiempo otra vez”. Dafne me odia con y sin razones. Sí, las pocas veces que nos hemos visto Marcos y yo, aprovechamos para emborracharnos y charlar por horas o simplemente bromear sobre mil cosas. Y siempre lo mando a su casa bastante ebrio y envalentonado con su muletilla de “ahora sí mi vieja me va a escuchar”. Ja. Lo malo es que, me confesó Marcos, cuando su esposa le encontró huellas de carmín en una camisa le inventó que yo lo había llevado a un teibol. Ni modo que le dijera que se andaba acostando con una de sus empleadas. “Tiro por viaje”, él inventa que anda de parranda conmigo. Y ella le cree y se llena de rencor hacia mi persona. Con razón siempre que me mira pareciera decir “pero qué cínico es este idiota”. En algo no se equivoca: soy cínico, soy idiota, soy inmaduro, soy eso y mucho más, pero al menos no estacioné mis sueños a un lado de la autopista. Ni utilizo el matrimonio o los hijos para manejar los hilos pusilánimes de los demás. Y sí, la mayoría de mis amigos inventan que andan en el desmadre conmigo porque les parece la coartada perfecta para ocultar sus desvaríos. Y el odio de sus mujeres me persigue como una mala sombra.

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Las mujeres de mis amigos en realidad no son de ellos. Bueno, sólo pasa que ellos usan esa inútil presentación de “mi mujer” o “mi vieja”. Y también a la inversa, ellas son felices con eso de “mi marido” o “mi hombre”. ¿Y luego se preguntan por qué no funcionan las relaciones de pareja? Es muy simple: apenas firman y aquello se convierte en un contrato con letras chiquitas que dicen:

a) No darás un sólo paso sin que yo lo sepa.

b) Tu opinión estará supeditada a la mía.

C) Primero yo, después yo y al último tú.

d) Y así hasta que la muerte nos separe.

La esposa de Charly, porque le dice Charly, nunca ha sido fanática de lo que escribo. Me odia por ser tan machista, según ella que no repara en mis cualidades. “¿Y cuáles son tus cualidades?”, me preguntó un día. “Mmmm, deben ser muchas porque no las recuerdo todas”, trate de salirme por la tangente. “Al contrario”, atacó Marcela, “tus defectos llenarían el Zócalo”. Ja ja. “Claro, claro. Y si votaran, harían presidente a López Obrador por abrumadora mayoría”, me reí a mis propias costillas. Ella se quedó seria. Estábamos en el cumpleaños de Max, que le organizó su novia. La mayoría iban en parejas. Yo era el único divorciado allí. En la charla, antes de que nos emborracháramos, una amiga de alguien parecía interesada en mi perspectiva, después de que comenté “hay matrimonios que acaban bien. Otros duran para siempre”. Nadie lo festejó.

—¿Y cuántos hijos tienes? –cuestionó la chava.

—Dos, sólo tengo dos. –No me interesaba hablar del asunto.

—¿Con la misma? –Ella insistió.

—Sí, claro. Con distintas mujeres, pero con la misma. –Intenté bromear.

Me miró extrañada, con esa típica expresión de “o sea, ¿cómo?” e iba a decir algo, pero Max se carcajeó en ese momento: “No maaaaames pinche Robert, no la había captado”, volvió a reír. “¡Muy buena! ¡Eres un cabrón!”, y me dijo salud. Levanté mi vaso y bebí un sorbo de ron a la salud de sus neuronas que actúan en cámara lenta. La chica insistió: “De qué me perdí, a ver, explícame”. Mmmm, saqué la cajetilla, le ofrecí un cigarrillo y no quiso, yo me llevé un Marlboro blanco a la boca y lo encendí. La pausa la intrigó. “¿Ya me vas a explicar cómo está eso de que tuviste dos hijos con distinta mujer pero con la misma?”, en verdad estaba intrigada. “No me hagas caso, linda”, minimicé, “sólo es un chiste local y es bastante guarro”. Me miró igual que al policía de tránsito que le dice “está estacionada en lugar prohibido, güerita”. Volteó para ver a Max, que seguía “muerto” de la risa. Luego me observó a mí, hizo una mueca de desdén y se fue a destapar otra cerveza. Después de un rato me despedí. Nunca me han gustado las reuniones de matrimonios, menos cuando se ponen a hablar de lo buenos que son sus maridos o la primera estrellita de los hijos en el kínder. Así que me largué a casa, a escuchar canciones que me recordaran que hay autopistas que es mejor recorrer en solitario:

“Al estilo lo llevaron detenido.

La elegancia ahora viaja en ambulancia
y parece que el buen gusto estuviera prohibido.

Voy a encender una vela por si aún queda una esperanza.

Si las teclas en el piano se volvieron todas blancas
y la música barata ya no para de sonar.

Si la clave de sol hoy amaneció nublada
voy a volver a la cama y dormir hasta mañana.

La canción cumple condena
por ser demasiado buena.

La guitarra confesaba
que ya nadie la tocaba,
por eso mató al cantante
con una cuerda oxidada.

Si te quieres ir nadie
te va a perseguir
pero por favor
cierra la puerta al salir”.

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 15 de julio de 2010

 

jueves, 8 de julio de 2010

No hay canciones que resuman la tristeza

MusicGirl

Aurora tiene noches negras y una depresión que la atormenta. Plancha hasta sus esperanzas arrugadas mientras llega Miguel, casi siempre tarde y oliendo a alcohol, porque se va a beber con los cuates de la chamba

“No es que no te quiera”, le dice cuando está borracho, “pero es que ya sabes cómo son los compañeros del trabajo”. Aurora no puede evitar que las lágrimas rocíen la ropa y humedezcan aún más su tristeza. Se resiste a aceptar que su madre tenía razón: “Ay, m’ijita, ese muchacho toma mucho, piénsalo bien”. Se tuvieron que casar cuando ella resultó embarazada. Por desgracia, perdieron al bebé antes de que naciera. Y ella hoy está condenada a vivir con ese hombre que hoy le parece desconocido. Nada qué ver con aquel muchacho simpático, divertido, que la llevaba al cine, que le compraba flores cada que salían. Cuatro años de casada, rebasada la frontera de los 30, han apagado el brillo de sus ojos. Ha subido de peso, ya no se arregla como antes, y lo peor de todo es que las rutinas son igual de oscuras que el rímel que se corre de sus ojos. Y no hay una balada que le ayude a sobrellevar las lágrimas.

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Vianey es madre soltera. Tiene 24 años y un abandono que no se merece. Se enamoró de su jefe en el despacho, se dejó deslumbrar por los trajes caros, el perfume finísimo y los modales educados. El licenciado, como todos le dicen —“claro que sí, licenciado” o “lo que usted diga, licenciado”—, no desaprovechó la oportunidad de seducir a la nueva recepcionista, aquella jovencita guapa y de buen cuerpo. Durante casi un año la trató como a una reina, la llevó a restaurantes caros, le regaló algunas baratijas, y ella se sentía soñada cuando la iba a dejar a su casa en aquella camioneta tan bonita. “No me gusta ese señor”, advirtió la madre, “se me hace que es casado”. Vianey lo sabía, pero prefería engañarse y creer que un día él se divorciaría para irse a vivir con ella. Todo iba perfecto hasta que se embarazó. Desde luego, él la culpó de todo, hasta de hacerlo a propósito, “seguro creías que me iba a divorciar nada más por eso”. Sugirió que no tuviera al niño, pero la madre de Vianey se opuso. Luego, la chica fue despedida del despacho, y hoy su belleza comienza a marchitarse. Sus lágrimas son amargas y los recuerdos son demonios que sobrevuelan sus insomnios. De pronto le daba por pensar que su amado recapacitaría y la iría a buscar. Hace más de un año que no sabe nada de él. Y cada que se mira al espejo, no puede evitar que el llanto le recuerde lo tonta que ha sido. La misma historia que muchos conocemos, con distintos nombres y circunstancias, pero tan común que da miedo. Y ninguna canción sanará sus malos recuerdos.

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Creo que tendría unos 19 años cuando me enamoré de Maribel, que era demasiado bella para haber nacido en un barrio pobre. Ella tenía ojos almendrados y cuerpo que provocaba tentaciones. Delgada en sus turgencias, con piernas espectaculares, cintura avispada, Maribel se sentía deseada y por tanto, actuaba con soberbia. Todos en el barrio, en la escuela, nos soñábamos abrazándola. Pero aquello parecía imposible porque su madre la cuidaba como la perla virgen del cultivo, reservándola para un príncipe que cabalgara en moto Kawasaki. En una fiesta, quizá como parte de un juego, me mandó decir con una amiga que yo le gustaba. Esa noche nos besamos y palpé sus senos generosos, pero al otro día me dejó en claro que no éramos novios ni nada parecido. Y tuve que guardar como tesoros preciados los únicos besos de la primera mujer de la que me había enamorado. Luego, Maribel se mudó a otra colonia menos astrosa. Años después, por medio de una prima de ella, me enteré que Maribel ganó un concurso de belleza medio chafa, pero que ya sentía que estaba a unos pasos de la fama. Yo no hice intentos por buscarla. Luego se casaría con un tipo rico, tendría dos hijos, y acabaría abandonada. Yo tuve que irme a estudiar a otra ciudad, con mi maleta de aspiraciones y mi agenda de recuerdos. Cuando regresé al barrio, un amigo de la infancia me dijo que si ya sabía la mala noticia: “Maribel murió de una sobredosis en un hotel de ‘cuarta’”. Había versiones que decían que trabajaba en un teibol, otros sugerían que tenía agenda de clientes. El punto es que la belleza de Maribel se volvió su propia enemiga. Y ella no supo lidiar con sus ambiciones. Lo lamento por los dos niños que ha dejado huérfanos. Y no hay canciones que resuman esa tristeza, el dolor de una mujer que siempre fue seducida por las caricias más intensas y los demonios del dinero. No, no hay canciones que resuman tanta tristeza.

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 08 de julio de 2010

 

jueves, 1 de julio de 2010

No creo ya lo que hay pintado en la pared

guayasamin4mod

Sientes que todo se mueve, que una sacudida oscilatoria te hace dudar. Lo primero que dices es “está temblando” y miras hacia la puerta pero todo pasa tan rápido que tu ángel de la guarda ni siquiera tiene tiempo de alarmarse

Además cuál es el problema, si tu vida ha sido un constante derrumbe, un bombardeo que te ha dejado medio sordo, un tanto loco, totalmente destrozado. Ni para dónde hacerse, porque encima de todo ya eres un refugio antiaéreo ambulante y sueles habitar en el subsuelo, no por nada te conoces al dedillo todas las líneas del Metro. Así que pones en sincronía el iPod y suena “el temblor, uohhhh ohhhh ooohh ooo, el temblor, despiértame cuando pase el temblor”. Soda Stereo siempre ha sido un aliciente, un punto de fuga en los peores momentos. Es curioso, pero las canciones te han enseñado más sobre la vida que muchos maestros. La escuela sólo es un pasaporte hacia la realidad, una estancia temporal mientras encuentras tu mejor sitio o quizá el peor de ellos. Todas las canciones nos dicen algo, el chiste radica en buscar relámpagos que te iluminen, ciertas frases que te hagan mejor. Es curioso, pero acabo de retomar un disco que me marcó en momentos de confusión. Y la letra de “Romper la voz” fue un himno durante mucho tiempo:

“Esta noche no tengo ganas de callar.
Esta noche puede pasar todo en este bar.
Esta noche estoy a punto de estallar.
Esta noche yo me quiero romper la voz.

No creo ya lo que hay pintado en la pared.
No creo ya el mismo rollo otra vez.
No estoy para sonrisas de salón.
Déjame gritar mi rabia, déjame”.

Y sí, cuando eres joven, soñador y estúpido, buscas señales que te salven aunque sea temporalmente. El sonido de una alarma que te indique el camino hacia la salida de emergencia. Quizá no podrás escapar por siempre, pero te habrás salvado de los peores momentos. Cuando has crecido en la miseria, te rodean jaurías de miedos, manadas (dije manadas) de incertidumbres, así que buscas las armas que te ayuden a sobrevivir a los malos tiempos, a tus enemigos más recurrentes, al abandono en que te han dejado, a la indiferencia de tus padres, al desamor al que te han condenado. Y sí, crecerás incompleto, carente de afectos, pero intentarás no volverte un idiota, un permanente fracaso o un triste derrotado. Esta noche no tienes ganas de callar, como dice Patrick Bruel.

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“Los amigos se van, los otros se quedan. Me he dejado juzgar por los comemierda. Encuentros fallidos, tiempo que se quema. Jóvenes cansados, viejos que esperan. Flashes que nos ciegan desde el televisor, bufones que imponen el color del amor. Vagar por la ciudad sin sentirse mejor y ese miedo sin fin y ese puto dolor”. La confusión puede vivir contigo mucho tiempo y nadie tiene un instructivo que te ayude a construir una mejor versión de ti mismo. Tienes que arreglártelas para sentirte vivo, para no crecer como un zombi sin voluntad propia, sin ideas que valgan la pena. Los amigos te pueden influenciar de la mejor o la peor manera, ya tú sabrás elegir lo que más te convenga. Y te equivocarás mil veces, tropezarás más de lo que deseas, pero es la única forma de comprender que el mundo no está en tu contra, que tu destino no está trazado por un dios mezquino o arrogante. Sí, es verdad que en ocasiones te sentirás abandonado en el traspatio, igual que la bicicleta de tu infancia, pero tú eres mucho más que fierros retorcidos u oxidados. Tienes un corazón en el que habita el fuego interno, el coraje que no te dejará darte por vencido. Y tomarás la guitarra, postergarás las lágrimas, te aferrarás a ese sentimiento que lucha por ser valorado, aunque haya gente que se empeñe en manipularte. Lo relevante es desgarrarse la voz, levantar la mano, no quedarse callado, defender tus ideas, atesorar tus principios, ser honesto contigo mismo y el crítico más duro de tus defectos:

“Chicas de la noche,
las que huyen del sol,
y un revolcón con ellas
lo llamamos amor.

La vergüenza maldita
que el espejo devuelve,
reflejando el vacío
y un perdón urgente.

Ver a un niño sufrir,
a un hombre llorar
y tener que admitir
tanta mediocridad.

Canciones que nacen
como un grito feroz
desgarran mi garganta
hasta romper la voz”.

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Dejarás amigos en el camino, algún amor imposible, muchos recuerdos que un día se extinguirán, un álbum de fotos que no querrás volver a mirar, pero guardarás las canciones, los libros que han sido como faros que te han resguardado del naufragio. Quizá no habrá muchas victorias por celebrar, pero un día llegarás a tierra firme con la convicción de haber sobrevivido. Y los poemas te hablarán al oído y las musas se rebelarán ante tus desvaríos. Y no, seguramente no serás el mejor tipo del mundo, pero de menos serás coherente contigo mismo. Y tendrás derecho a mirar a los ojos y odiar a los corruptos y maldecir a los cretinos. Y serás solidario con los desprotegidos y crítico con los poderosos. Y no volverán a engañarte más porque has crecido a la sombra de falsas esperanzas y discursos podridos de los presidentes más grises o los políticos sin escrúpulos. Y cada mañana te levantarás con ganas de que este país encuentre un revulsivo, pero convencido de que la mejor revolución empieza por uno mismo. Y sí, como dictan los himnos verdaderos, hay que desgarrarse la voz y gritar que tú no estás podrido. O como bien dice Joaquín Sabina:

“Me considero un rojo
sin diminutivos.

No soy un rojillo,
soy un rojo.

Y eso no quiere decir comunista,
ni socialista, ni anarquista,
quiere representar esa hermosísima ideología
de hace unos años,
que hacía creer que esta infamia de mundo
podía cambiar de alguna manera”.

¿Y por qué escribo todo esto? Sólo es una declaración de principios. Además hay días en que mi humor no está para carnavales. Y encima de todo, mis ideas nunca son una parvada de palomas mensajeras, sino que revolotean en mi cabeza cual bandada de murciélagos que necesitan la noche para sentirse vivos, aunque sea por unas horas.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 01 de julio de 2010