Amanecí con resaca, un tanto distraído, chequé que mi cartera estuviera en su sitio y sentí un incómodo dolor en la cintura. Carajo, es lo malo de dormir sentado, que al otro día te sientes como si te hubieran apaleado…
Mi celular estaba muerto, así que recordé que yo mismo lo había apagado para ahorrar lo poco que quedaba de batería. Serían como las diez de la mañana y lo único que yo quería era salir de esa pinche cloaca. Había pasado la noche encerrado en el juzgado cívico por una pendejada... bueno, por varias. La primera: porque no quise tirar en la calle un vaso desechable que “olía a alcohol”. La segunda: porque un patrullero me detuvo con el argumento de que había estado bebiendo en la vía pública. La tercera: ¿quién chingados me manda salir del River Plate con medio trago en un vaso desechable? Y la cuarta: reclamar en el juzgado de Pino Suárez que no había flagrancia. Así que mientras un poli decía “ya déjenlo ir”, la juez en turno se manchó con el argumento de “me encanta que se pongan rejegos” y me confinó a una galera, no sin antes aplicarme la multa más alta. Un amigo mío, que fue testigo de los hechos, me diría después que la juez se molestó porque ella y sus compañeros de turno estaban “chupando y jugando cartas” en una oficina. A mí no me consta, así que no puedo asegurarlo, pero de que estaba enojada y se desquitó conmigo, eso sí fue cierto. Como también es verdad que yo fui irresponsable por beberme medio vaso de ron en la calle y andar cargando el vaso desechable aunque estuviera vacío. Estando allí encerrado comprendí que es muy fácil equivocar el rumbo, extraviarse en pendejadas, cometer tantos errores que te vuelves un experto en clasificar pretextos. Es la historia de mi vida: demasiado alcohol, un chingo de problemas, relaciones destruidas y exceso de adioses en la cajuela. Cuando no puedes dormir, como aquella madrugada, te sientes a la intemperie y el frío cala en los huesos. Pero cala más la vergüenza, ese sentimiento de saber que te has vuelto a equivocar, que no has remediado nada, que giras en una espiral y las náuseas son las mismas de hace años y que las de mañana. Maldita sea, pero no me vuelve a pasar, te dices mentalmente. Aquel domingo, luego de que dos grandes amigos pagaran la multa, ya todo nos pareció hasta divertido. Y dormí toda la tarde. Y cuando desperté sentí la espalda adolorida, el cuello un tanto torcido, pero el bálsamo fue una canción de Fito y Fitipadis: