La primera vez que vi a Joaquín Sabina fue en la portadilla de un compacto. Me pareció un tipo melancólico, con el cigarrillo en la mano y la vida empeñada en hacer metáforas certeras. La segunda vez que lo vi ya me había atrapado con sus canciones, así que disfruté bastante su primer concierto en México…
Lejos estaba yo de imaginar que platicaría con Sabina varias veces. Mentiría si dijera que somos cercanos o que él me recuerda cada que viene a nuestro país. No, sólo era un mero trato profesional: él hablando de sus discos y yo preguntando lo que me parecía interesante para una nota en el periódico. Pero yo aprovechaba las entrevistas para pedirle que me autografiara mis discos o me dedicara unas líneas para mi jefa. "Es que esa canción de ‘Quién me ha robado el mes de abril' es la historia de mi madre, sin duda", le comenté. Y Joaquín no pareció muy sorprendido, como tampoco entusiasmado, aunque se portó muy amable. Entonces tomó la portadilla del compacto y garabateó algo con la pésima letra que tiene. Nunca he sido muy fanático de nadie, pero es justo aceptar que este tipo flaco y bohemio, harto canalla y calavera, ha sabido cimbrar mis emociones con base en letras inspiradas y posesivas. Por eso me agradó sobremanera la dedicatoria que puso en mi edición de "El hombre del traje gris", dedicada a mi madre: "Para Roberto, que me inspira canciones sin saberlo. Y para Alicia, la de Abril". Y entonces sentí a ese cancionero más cercano que nunca, pese a que él se despidió con una sonrisa que parecía decir "bueno, ya estuvo, ya lograste lo que querías, ahora dame chance de irme a emborrachar".
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