jueves, 24 de noviembre de 2011
Quiero cerrar los ojos con calma
jueves, 17 de noviembre de 2011
Qué hago con esta cara de pocos amigos
Me lo dijeron mil veces. Mis amigos, algún pariente, una ex novia celosa y hasta el calendario: esa mujer no te conviene. O en el mejor de los casos, sugirieron que “esa chava no me gusta para ti”. Pero uno es un pinche necio, un imbécil con resabios de burócrata: aunque sabemos que hay que hacer un chingo de trámites, ahí vamos tras la sonrisa de la recepcionista…
Pero es que estar con Sofía era igual que escuchar una canción de Joaquín Sabina: primero te maravilla tanta hermosura y luego terminas con tristeza. Cuando la conocí, en alguna reunión, ella lo primero que me dijo fue “tienes cara de pocos amigos”.
Este gesto adusto, argumenté, es de los que hablan poco porque prefieren conversar consigo mismos y “en realidad tengo cara de que no me gustan ni mis amigos”. Sofía comentó algo muy común sobre eso de que la gente no está acostumbrada a la franqueza, “pero es muy respetable tu actitud”. Vaya, al menos sabía decir “respetable” sin faltas de ortografía. Ya en confianza soy algo divertido, así que ella se dejó guiar por su curiosidad y esa misma noche fuimos a emborracharnos a otro lado. Me besó como si añorara que le hicieran el amor.
Y en la cama no tuvo pudor, como si lo que menos le importara fuera que hiciéramos el amor. Y comenzamos a buscarnos, como dos huérfanos de ternura, igual que un par de ansiosos que se encuentran en la oscuridad.
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jueves, 10 de noviembre de 2011
Todas las mentiras que he contado
Hay gente hábil para tejer sombreros de palma. También conozco tipos que arman rompecabezas en tiempo récord. Y están las amas de casa que hacen milagros con 100 pesos diarios. O estudiantes que resuelven teoremas que a mí me resultan indescifrables…
Hay personas que nacieron con algún talento: el chico que toca la guitarra como si fuera una extensión de sí mismo; la chava que canta como si en ello se le fuera el alma; el señor que arregla un coche sin que le sobren piezas; el obrero que supera en conocimiento al ingeniero; aquel maestro que domina cuatro idiomas o el chaval que juega futbol mejor que en el PlayStation; y la señora que cocina con un sazón superior al de la abuela; el niño que se sabe de memoria la capital de todos los países. Y yo sólo tengo una habilidad, que además he perdido con el paso de los años: mentir todo el tiempo.
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jueves, 3 de noviembre de 2011
Yo que tanto te he soñado
¿Alguna vez has soñado realidades? Sí, uno de esos sueños tan palpables, tan verdaderos que percibes cada sensación, el dolor o el llanto, y luego te despiertas con agitación y sobresalto. Y es tan real que cuando abres los ojos respiras aliviado y piensas “no manches, que bueno que sólo fue un sueño”…
A mí me pasa muy seguido, más de lo que me gustaría, para ser sinceros. A veces sueño con mi madre, que se aleja con sus pasos cansados y me da la espalda mientras lloro sentado en el traspatio de la casa de mi infancia. Y en cuanto despierto, apesadumbrado, corro a llamarle por teléfono a mi jefa y me reconforta escuchar sus bendiciones o su clásico “¿estás bien, hijo?, porque apenas te soñé”. Otras veces sueño que voy corriendo, piso en falso y caigo al vacío, pero lo más cagado es que dormido hasta brinco y me aterra el vértigo de la caída. Lo más gacho es cuando sueño que me persiguen y me acuchillan, porque percibo con terrible angustia el dolor del arma al entrar en mi abdomen. Y es entonces que abro los ojos para suspirar el infaltable “no mames, sólo fue un mal sueño”.
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