jueves, 24 de noviembre de 2011

Quiero cerrar los ojos con calma

Ya no quiero un lanzallamas, ni un libro de poemas para leer en voz alta mientras prendo fuego a todo lo que me ha dado más tristezas que momentos buenos. Hoy quiero enclaustrarme en mis silencios…

No preciso nada, ni deseo festejar como hace un año. Quiero encierro, necesito mucho silencio, y la calma apenas necesaria para no llamarte en las madrugadas. Una vez más no deseo pastel de cumpleaños, ni tarjetitas cursis, ni el perfume que tanto nos gustaba. Ya no necesito un lanzallamas, ni el combustible necesario para flamear todo mi pasado. Hoy he aprendido a incinerar rústicamente todo lo bueno y todo lo malo, porque soy un experto boicoteándome.
Quiero que tu ausencia se difumine con el alba, que tus ojos ya no destellen en mis sueños, que mis labios dejen de añorar la tersura de tu espalda. Quiero exiliar los suspiros que me atormentan cada mañana, cuando descubro uno de tus cabellos entre las sábanas. Quiero que tu ausencia no torture mis momentos malos, que ya no siga latigueando mis pestañas hasta altas horas de la madrugada.
Y también quiero que mis besos se queden tatuados en tu memoria, que sean invisibles al tacto pero grandilocuentes en tu imaginario. Quiero que no olvides mis escasas risas, ni la pésima voz con la que cantaba en el baño. Hoy deseo que mis “te quieros” figuren en tu colección de momentos memorables. Y deseo, por el bien de ambos, que un día mires atrás y recuerdes con un poco de bondad a este tipo arrogante que nunca supo valorarte.
Otra vez quiero paz, quiero cielo, quiero otra canción que me recuerde que soy la suma de mis defectos, el recuento de pellejos, un armazón de esqueletos y un corazón en fragmentos. Ya no quiero un lanzallamas, me conformo con este libro de poemas que me regalaste para leer en voz alta mientras prendía fuego a todo lo que me ha dado más tristezas que momentos buenos.
Quiero que mis defectos no te hayan hecho tanto daño, o al menos que no dejen secuelas duraderas. Y también espero que no le guardes rencor a este imbécil por reservarse el derecho a una segunda oportunidad, porque “este adiós no maquilla un hasta luego, este nunca no esconde un ojalá”. Y deseo que cada 27 de noviembre sólo me obsequies una plegaria por la salvación de mi alma, que no sé hasta cuándo encontrará la paz que tanto ando buscando. Quiero cerrar los ojos con tranquilidad y pensarte con agrado mientras prendo fuego a tus cartas, a tus fotos, a tu aliento en mi oído, a las postales en que nos abrazábamos. Sólo quiero cerrar los ojos con calma, escuchando tu voz como un susurro que me dictaba los más sinceros “te amo”. Quiero, sólo quiero, que tu ausencia se difumine con el alba.
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jueves, 17 de noviembre de 2011

Qué hago con esta cara de pocos amigos

Me lo dijeron mil veces. Mis amigos, algún pariente, una ex novia celosa y hasta el calendario: esa mujer no te conviene. O en el mejor de los casos, sugirieron que “esa chava no me gusta para ti”. Pero uno es un pinche necio, un imbécil con resabios de burócrata: aunque sabemos que hay que hacer un chingo de trámites, ahí vamos tras la sonrisa de la recepcionista…

Pero es que estar con Sofía era igual que escuchar una canción de Joaquín Sabina: primero te maravilla tanta hermosura y luego terminas con tristeza. Cuando la conocí, en alguna reunión, ella lo primero que me dijo fue “tienes cara de pocos amigos”.

Este gesto adusto, argumenté, es de los que hablan poco porque prefieren conversar consigo mismos y “en realidad tengo cara de que no me gustan ni mis amigos”. Sofía comentó algo muy común sobre eso de que la gente no está acostumbrada a la franqueza, “pero es muy respetable tu actitud”. Vaya, al menos sabía decir “respetable” sin faltas de ortografía. Ya en confianza soy algo divertido, así que ella se dejó guiar por su curiosidad y esa misma noche fuimos a emborracharnos a otro lado. Me besó como si añorara que le hicieran el amor.

Y en la cama no tuvo pudor, como si lo que menos le importara fuera que hiciéramos el amor. Y comenzamos a buscarnos, como dos huérfanos de ternura, igual que un par de ansiosos que se encuentran en la oscuridad.

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jueves, 10 de noviembre de 2011

Todas las mentiras que he contado

© Manual para canallas

Hay gente hábil para tejer sombreros de palma. También conozco tipos que arman rompecabezas en tiempo récord. Y están las amas de casa que hacen milagros con 100 pesos diarios. O estudiantes que resuelven teoremas que a mí me resultan indescifrables…

Hay personas que nacieron con algún talento: el chico que toca la guitarra como si fuera una extensión de sí mismo; la chava que canta como si en ello se le fuera el alma; el señor que arregla un coche sin que le sobren piezas; el obrero que supera en conocimiento al ingeniero; aquel maestro que domina cuatro idiomas o el chaval que juega futbol mejor que en el PlayStation; y la señora que cocina con un sazón superior al de la abuela; el niño que se sabe de memoria la capital de todos los países. Y yo sólo tengo una habilidad, que además he perdido con el paso de los años: mentir todo el tiempo.

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jueves, 3 de noviembre de 2011

Yo que tanto te he soñado

© Manual para canallas

¿Alguna vez has soñado realidades? Sí, uno de esos sueños tan palpables, tan verdaderos que percibes cada sensación, el dolor o el llanto, y luego te despiertas con agitación y sobresalto. Y es tan real que cuando abres los ojos respiras aliviado y piensas “no manches, que bueno que sólo fue un sueño”…

A mí me pasa muy seguido, más de lo que me gustaría, para ser sinceros. A veces sueño con mi madre, que se aleja con sus pasos cansados y me da la espalda mientras lloro sentado en el traspatio de la casa de mi infancia. Y en cuanto despierto, apesadumbrado, corro a llamarle por teléfono a mi jefa y me reconforta escuchar sus bendiciones o su clásico “¿estás bien, hijo?, porque apenas te soñé”. Otras veces sueño que voy corriendo, piso en falso y caigo al vacío, pero lo más cagado es que dormido hasta brinco y me aterra el vértigo de la caída. Lo más gacho es cuando sueño que me persiguen y me acuchillan, porque percibo con terrible angustia el dolor del arma al entrar en mi abdomen. Y es entonces que abro los ojos para suspirar el infaltable “no mames, sólo fue un mal sueño”.

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