jueves, 26 de enero de 2012

Que tus sueños no sean boicoteables

© Manual para canallas

Nunca tuvimos casa propia, siempre rentábamos en vecindades donde aceptaran a una mujer sola con hijos. Y por consecuencia, tampoco tuvimos mascotas. Algo un tanto trágico para cuatro chamacos huérfanos de cariño…

Para no variar habitábamos en pequeñas construcciones, con una recámara, una sala-comedor-cocina y un baño tan pequeño que apenas tenía lo mínimo. Por ello es que nunca tuve una habitación propia desde que fui niño y me convertí en adolescente. De hecho, mi hermano y yo dormíamos en una litera habilitada sobre un pequeño pasillo. Nos las ingeniamos para poner unas bocinas en ese pequeño espacio para al menos escuchar música a bajo volumen mientras dormíamos. Y no, aquello no era un gran territorio pero nosotros volábamos escuchando Rock 101 y bandas como Caifanes, Café Tacuba, Soda Stereo y The Cure, por mencionar sólo algunas.

Fue hasta mi juventud que por fin mi hermano y yo compartimos un cuarto, no muy grande pero al menos nos daba cierta privacidad. Así que llenamos aquel espacio con pósters y bocinas en cada esquina para seguir con nuestra pasión por el rock. En verdad que era complicado crecer en aquellas circunstancias, con poca esperanza en el futuro, con demasiadas dudas y nulos consejos paternos. Cuando eres joven siempre sucede que tus inquietudes se topan con cuatro paredes. Nunca es como en las películas, en que cada uno tiene su cuarto y está prohibida la entrada. No, en nuestra casa no había espacio para refugiarte o escaparte de algo; mucho menos autorecetarte un orgasmo sin temor de que alguien entrara y te sorprendiera. Así ha sido siempre. Todos, tú, yo, tus vecinos, los primos, aquel amigo, todos tienen una historia encerrada en pequeñas habitaciones en las que apenas cabe una cama y un miserable clóset con tres pantalones desgastados y unas cuantas prendas demasiado usadas. ¿Cómo soñar con grandes mundos, con paisajes magníficos, si hemos sido reducidos a habitar en cuartos de tres metros por lado? Y encima de todo, nuestros padres siempre nos estaban controlando: ya métete que es tarde, no juegues en la calle, ándale que tienes que lavar el baño, con una chingada ya-te-dije-que-no-te-juntes-con-esos-vagos, órale que tienes mucha tarea, a-ver-a-qué-hora-vas-a-cuidar-a-tus-hermanos, y así sucesivamente hasta el infinito.

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jueves, 19 de enero de 2012

Soy un reparador de autoestimas

© Manual para canallas

Siempre me están confundiendo con alguien. Algunas personas insisten en llamarme Jorge y no sé por qué carajos. Y con frecuencia me pasa que me digan “oye, tu cara me es familiar, me pareces conocido”…

También sucede que en alguna plática alguien sale con eso de que “¿no estudiaste en la Del Valle?”. Uy no, suelo aclarar, “no, claro que no, yo sí tengo conciencia social y nunca he votado por el PAN”. O nunca faltan sus lugares comunes: “¿Eres abogado?”. No, obvio que no, me asesora la decencia. “¿Eres diseñador?”. Chale, a poco también hablo con faltas de ortografía. “¿Eres reportero de tele?”. Nel, a mí sí me gusta leer. “¿Estás en Gobernación?”. Claro que no, yo no podría trabajar bajo las órdenes de un presidente necio y poco autocrítico. “¿Eres periodista?”. Me delata la cara de borracho, ¿verdad? El asunto es que todos creen conocerme, de alguna u otra manera. Me pasa de manera frecuente. En las fiestas, en las reuniones, cuando me presentan a alguien.

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jueves, 12 de enero de 2012

Yo también he sido un gato. Y a veces un perro

© Manual para canallas

Con rabia miro el video de un pobre diablo que no tiene más que dinero. El estúpido golpea a un valet parking porque no le quiso cambiar la llanta a su auto. Al grito de “yo pago para que estos gatos hagan lo que les digo”, el imbécil agredió verbal y físicamente a un empleado de un condominio de lujo…

Este país se está hundiendo en la mierda, a merced de los presidentes necios y los políticos corruptos y los empresarios sin escrúpulos y los sicarios sin piedad, tal y como lo ha vaticinado alguna vez Charles Bukowski:

“Esta ciudad parece enferma
y es habitada por locos.

Todo parece triste
y nos aniquila poco a poco:
amantes que acaban odiándose,
ese pordiosero que sentado
mira fijamente nuestros rostros,
adentrándose en nuestras mentes,
flores secas y basura amontonada,
banqueros y funcionarios tramando
quedarse con nuestro dinero,
políticos de cara amable y espíritu podrido,
ladrones de cuello blanco con maravillosas esposas
y champaña en las comidas,
la misma historia de las devaluaciones,
cárceles atestadas de violadores,
gente desencantada en los andenes del metro,
hombres suficientemente viejos
como para amar la tumba desde ahora…

Estas y otras, muchas, cosas
demuestran que la vida gira
sobre un eje oxidado.

Pero nos han dejado un poco de música
y un póster de Dylan en la pared,
una botella de ron, unos pantalones de mezclilla,
un delgado volumen de poemas,
un perro que corre como si el diablo
le estuviera retorciendo la cola...

Y llega el odio,
luego el amor y después,
de nuevo, el odio
como un asesino que dobla la esquina”.

jueves, 5 de enero de 2012

El rescate del capitán Trueno

© Manual para canallas

Cuando eres un niño sin muchas expectativas en los Reyes Magos te inventas infinidad de juegos para distraer la miseria. Así que yo me construía castillos miniatura, puentes de arena y también trazaba autopistas en la banqueta con un pedazo de ladrillo…

Y ese niño que era yo fantaseaba siempre con que un buen día los Reyes Magos comprenderían mi bondad y le traerían aquellos juguetes relucientes que lo embobaban desde la televisión. Pero la realidad es que, como cada año, el dinero era escaso y mi madre siempre encontraba las justificaciones necesarias para lo que yo consideraba “una equivocación” de aquel trío mágico: “Es que hay muchos niños en el mundo y no pueden leer todas las cartas”, explicaba mi jefa; o esa otra versión de que “seguramente tu carta se extravió, así que no te pudieron traer lo que pediste”. Cada 6 de enero lo mío era una colección de sentimientos acentuados: decepción, tristeza, coraje, resignación y hasta envidia de los obsequios ajenos. Lo que yo no sabía entonces era que mi madre también era un mar de contrastes: iba de los nervios a la desesperación y a la tristeza porque el dinero era escaso y se acercaba un gasto tan fuerte como lo eran los juguetes para cuatro chamacos. Cómo le hacía Alicia, no lo sé. Seguramente pedía prestado a su comadre o empeñaba aquel radio de transistores que, según nos contaba, estaba en reparación con demasiada frecuencia.

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