jueves, 29 de agosto de 2013

Negra el alma, oscuro el panorama

Negra el alma, oscuro el panorama


El sol era tímido como una mujer que se desnuda por vez primera en un hotel. Aún así las gafas oscuras eran necesarias porque los rayos me daban de frente. Sentado en las escalinatas del acceso al Palacio de Bellas Artes fumaba y el ligero viento era agradable, salvo que me arrojaba el humo a la cara...


Siempre he creído que las seis de la tarde es la hora ideal para hacer un alto en el camino, mientras la gente con su rostro cansado camina de prisa y sólo quiere llegar a casa lo más pronto posible. Un pordiosero sin zapatos me pidió “un cigarrito, carnalito”, así que le di el que traía en la mano, no sin antes aplicarle un último jalón. Luego llegó una chava vestida de negro, vendiendo flores artificiales de colores y que intentó convencerme con el argumento típico: “Para la chica que estás esperando”. Dije no con la cabeza al tiempo en que ponía gesto de “no estoy esperando a nadie y tampoco quiero que llegue alguien a fastidiarme”. Sin embargo, se sentó a mi lado y me gorreó un cigarrillo. Carajo, por qué las personas no se ocupan de desperdiciar su vida como se les pegue la gana, pero sin molestar a los que preferimos estar solos. Encendí un Marlboro Light y apenas llevaba dos inhaladas cuando se acercó una mujer guapa, aún sin maquillaje: “hermano, sólo Jesús salva” y me dio un folleto que apenas miré de reojo. “Gracias”, dije y vestí mi silencio con una mueca de fastidio. Ella era insistente. “Me llamo Ana Luisa y quiero compartir unas palabras contigo”. Le invité un cigarro y lo rechazó. “Veo que estás muy pensativo y quiero invitarte a que reflexiones sobre la palabra de Dios”. Seguí sin abrir la boca, un poco contrariado.

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jueves, 22 de agosto de 2013

Hay que privatizar las nubes

Hay que privatizar las nubes


Yo también soy de esos que no entiende nada de reformas energéticas, de privatizaciones y esas cosas. Pero estoy de acuerdo con el escritor José Saramago, que protesta a su manera y sugiere “que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire”...


Desde que era niño han privatizado tantas cosas: los bancos, las autopistas, el maíz y otros artículos de uso cotidiano. Yo no entiendo nada de esos asuntos, pero resiento las consecuencias. Y mi bolsillo es un pordiosero, que a fin de quincena anda hurgando en busca de las sobras. Y en mi refrigerador se congelan las pocas esperanzas que me quedan de ahorrar un poco para mi retiro o aunque sea para irme de vacaciones un rato a la chingada. No, yo no entiendo de propuestas de reforma, ni esos asuntos de las privatizaciones. Y siguiendo el consejo de Saramago, he enlistado las pocas cosas que son nuestras y que son susceptibles de irse al diablo. Así que puestos a sugerir, yo propongo que privaticen las canciones de amor, las calles en que paseamos al perro, la mierda de nuestra mascota, los árboles que nos dan sombra, los mapas del tesoro que no hemos encontrado, las rutas de escape, la fiebre de los adolescentes, los besos furtivos, las noches prometedoras.

jueves, 15 de agosto de 2013

Instructivo para mandar todo al carajo

Instructivo para mandar todo al carajo


Hay días absurdos, grises, azules, amarillos, incómodos, tristes, incoloros. Hay días comunes, intensos, alegres, pesados, rutinarios. Sí, en verdad que hay un catálogo infinito de días que se van, que se marchan como amores ingratos, pasajeros...


Yo también tengo días que me abruman como un montón de facturas por pagar. Días, tardes, noches que incomodan igual que un maldito vendedor ambulante en el Metro. Hay días que un ángel bueno te acompaña y llegas con bien a casa. Y también hay jodidos días en que tu ángel de la guarda anda distraído y regresas sin celular porque un pendejo cualquiera no sabe trabajar o vive de chingar al prójimo. Hay días tremendos, furibundos, en los que se te acumula el cansancio en los pies y el rencor en el alma. Hay lunes y martes, viernes y miércoles para el olvido. Hay noches que da miedo asomarse a la calle. Hay madrugadas que sueñas imposibles. Y hay amaneceres que no prometen otra cosa que migrañas. También hay tardes pobladas de neurosis mientras miras el paisaje a través de la ventanilla. En resumen: hay días en que dan ganas de mandar todo al carajo. Sí, hay días propicios para mandar todo a la chingada. Y últimamente tengo esta sensación de hartazgo, de querer que se acorten las rutinas para encerrarme en mi cuarto a fumar en silencio y cerrar los ojos pensando que tal vez me he equivocado de camino. Yo no sé por qué diablos tengo lunes y viernes que me saben a resaca. Será que me hace falta darle un giro a mi destino, olvidarme de todo, empacar unas cuantas cosas y largarme en busca de una frontera que nunca estará cerca. Será que mis labios se agrietan con el frío y no encuentro el bálsamo de los besos. Será que las tardes lluviosas empañan mis tristezas, será que hace tanto que no navego sobre la balsa de tu cuerpo, será que me ahogan los malditos recuerdos, será mi poeta de cabecera que ya no escribe con la fiereza de antes, será que mi sueldo es un niño con anemia, será que ya no me alcanza para comprar libros nuevos y tengo que escarbar en el montón de viejo, será que mis Converse se han deteriorado sin recorrer nuevos senderos, será que este pinche jueves tiene poco que darme, será que he dejado de ir al cine en compañía, será que me estoy aburriendo de comer huevo o quizá se deba a que ya no escribo poesía con la misma soltura. Será que necesito hacer una convocatoria de musas. O quizá sea momento de escribir un instructivo para mandar todo al carajo. Y enclaustrar mis silencios, como monjes asilados en un convento viejo.

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