jueves, 12 de marzo de 2015

Epidemia de tristeza

Manual para canallas - Epidemia de tristeza


La tristeza es contagiosa, por mucho que te laves las manos o uses cubrebocas. La tristeza no es una canción; más bien es una posdata o epitafio que nadie quiere escribir.



Sí, la tristeza es una epidemia. Y no todos sobreviven a ella. Leticia diluyó pastillas para dormir en la leche de sus dos hijos. Ella los mandó a la cama, como siempre y hasta les puso la pijama. Los miró mientras fueron perdiendo el conocimiento, se acurrucó junto a ellos, los acarició con ternura. Eran su adoración y no podría vivir sin ellos, pero tampoco sin el padre de las criaturas. En cuanto dejaron de moverse, sus lágrimas fueron más insistentes. Los sollozos se volvieron incontenibles. Fito era el vivo retrato de su padre y sonreía con el mismo brillo en los ojos. Laurita tenía algo de ambos y a sus 7 años parecía una princesita como de anuncio televisivo. Leticia y Adolfo se conocieron en la universidad. Siempre se gustaron, así que era natural que se volvieran novios. Ella resultó embarazada antes del último año de la carrera, por lo que debió dejar los estudios. Los padres de Adolfo decidieron que debían casarse, porque además la nuera siempre fue encantadora. Siempre los apoyaron en todo, así que él pudo culminar la licenciatura. Desde entonces ya trabajaba en el despacho de su padre. Allí fue donde se enamoró de la secretaria, que era más joven y más hermosa que Leticia. 

jueves, 5 de marzo de 2015

El brebaje de tu piel

Manual para canallas - El brebaje de tu piel


Cuando platicas con el espejo no piensas con claridad. Algo debe andar mal: tu autoestima, el caos en tu interior, algún tornillo flojo en la cabeza, tal vez el corazón desolado... 


¿Quién carajos va a saberlo? 

Al menos no yo, que crecí en una familia disfuncional y rodeado de miedos. Yo no sé si he hecho la paz con mi desesperación, pero hace rato que dejé de hablarle al espejo. Ya no lo regaño, ya no le digo “eres un pendejo”, ya no le sonrío con ese gesto retorcido que suelen tener los locos. Será que ya no me carcomen los amores malsanos. Será que ya no bebo como los náufragos. Será que los amores pasados por fin están clasificados alfabéticamente en el archivo muerto. Y yo tan campante releyendo a Mario Benedetti y tratando de volver a escribir con la calma de las mañanas y no con la desesperación de las madrugadas. Yo creo que me ha hecho bien esta marea baja, sin tormentas en el horizonte, el no sentirme como una isla perdida en el mapamundi de los recuerdos. Hace tanto que no hablo con el espejo, que no lo miro con desconfianza ni le sonrío con ese gesto retorcido de los locos. Pero pareciera que siempre llega el diablo a untarte alguna pócima extraña en los ojos y de pronto, en algún insomnio, me observo distinto: como si mi lado malvado me aconsejara estupideces, como si me saliera fuego de los ojos, como si por fin me volviera un lunático de tiempo completo.


>>>