jueves, 26 de noviembre de 2015

Remedios caseros para la melancolía

Manual para canallas - Remedios caseros para la melancolía


Todos tenemos algunas tristezas, demasiadas nostalgias. Y nos hacen falta brebajes, recetas caseras, que nos curen las melancolías...


Yo tengo esta barba descuidada, un tanto desprolija, como espinas que arañan el alma. Tengo este bolsillo derecho con unas cuantas monedas y las promesas que no te he cumplido. Tengo estos jeans desteñidos, que han visto cómo se desgastan mis días. Tengo hartas noches, demasiadas madrugadas echándote de menos. Tengo remolinos en la cabeza y algunos poemas que me dan vueltas. Tengo dudas, tengo certezas y estas ganas tremendas de encontrar serenidad en algún libro y en tantos recuerdos buenos. Tengo esquizofrenia y ciertos delirios envueltos para regalo. Tengo este cáncer que presiento, pero que aún no me han diagnosticado y tengo también los rayos equis de la fractura en mi mano izquierda. Tengo a veces una que otra fiebre, que trato con paracetamol. Tengo recetas nuevas y padecimientos viejos. Tengo una farmacia en el buró junto a la cama. Tengo propensión a automedicarme, a tomar antidepresivos y también a dejarme llevar por la melancolía. Tengo Seguro popular y eso, queridos amigos, es el peor de los recursos. Tengo té de manzanilla, fomentos de agua fría, algunos remedios de la abuela y demasiados síntomas que me indican que empieza la cuesta abajo. Tengo colesterol alto y esta debilidad por remojar el pan en el café americano. Tengo ciertas ideas adormecidas y un ligero escalofrío que me eriza la cabeza. Tengo un doctor burócrata que sólo me receta ácido acetilsalicílico soluble. Y tengo mi próxima cita con el médico para cuando ya me haya medio muerto o para cuando ya esté medio vivo.


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jueves, 19 de noviembre de 2015

Cuando no basta con los adioses

Manual para canallas - Cuando no basta con los adioses

Hay mujeres, hay hombres, hay obsesos, que no entienden las despedidas...


Hay demasiados solitarios rascándose la cabeza, mordiéndose las uñas, dudando en olvidarte. “El día que me largue hazte la promesa de nunca buscarme”, me advirtió Vanessa. “Con un adiós me basta para desterrarme”, fue mi respuesta. Y sí, Vane me desterró a la primera oportunidad: me sacó de su vida, me borró del Facebook y cambió de número telefónico, por las malditas dudas. Yo estaba tan mortificado como un embalsamador en una convención de funerarias. Así que seguí con mis rutinas y mis vicios recurrentes. Nada edificante, pero tampoco algo destructivo. Los amigos celebraron que al fin me hubiera quitado “las cadenas”, porque según ellos ya no era el mismo y “esa vieja te controlaba demasiado”. Yo sabía lo que ellos querían decir: ya no iba con la misma frecuencia a las partidas de dominó, ni al fútbol los sábados y tampoco a los bares que frecuentaban. “Bienvenido de nuevo al club del insomnio, cabroncito”, espetó Fernando y levantó su trago en señal de salud. Mis amigos son bastante ocurrentes y muy desmadrosos, así que regresé a mi vida de soltero y salí con viejas amigas y conocí nuevas mujeres, algunas más prometedoras que otras. Nada serio. Suele ser así: no voy de una relación a otra, me doy mi tiempo para reflexionar y no curarme la soledad en otros brazos. Uno o dos días, por ejemplo. No, en realidad no. A veces pasa mucho tiempo. A veces no pasa nada. Y hay días que pasa todo, como un torbellino. 

jueves, 12 de noviembre de 2015

Antes de que nos carcoma el tiempo

Manual para canallas - Antes de que nos carcoma el tiempo

Desde niños soñamos en grande, inventamos naves espaciales, tuvimos amigos imaginarios y también nos enamoramos de personas imposibles. Pero entonces no sabíamos que la vida era todo esto que ahora nos agobia...


Y poco a poco fuimos desechando los mapas del tesoro, los amigos imaginarios, la brújula que venía en la caja de cereales, los planes para explorar planetas desolados, la colección de cómics y las cartas de amor a la princesa del barrio. Y sí, nos vamos convirtiendo en tipos ordinarios, con sueldos burocráticos y zapatos gastados. Cuando los imposibles te merodean, cuando no basta con soñar o imaginar, lo más seguro es que te carcoma el tiempo. Cuando navegas extraviado, nunca hay viento bueno. Y como a mí siempre me merodean los imposibles, apostaré todo mi resto antes de que coma el tiempo o antes de que el diablo venga con sus números infinitos a cobrarme sus impuestos y recargos. Así que antes de que suceda una cosa o la otra, antes de que amanezca muerto o anochezca medio vivo, voy a ofertar por la luna y gravitaré como un satélite sobre tu cuerpo. Sí, satelitaré con mis cuartos menguantes, con mi luna nueva, con mis cuartos crecientes, alrededor de tu cintura y también sobre tu vientre terso. Si no me alcanza con desearlo, ofertaré por el mundo y te lo obsequiaré completo. ¿Que ya tiene dueño? No lo creo. Te regalaré las puestas de sol, el viento de otoño, el columpio en el árbol viejo, la voz del viento en estas noches calmas, la brisa del mar, la arena bajo tus pies, el crujir de las hojas secas, todos mis recuerdos, tantas miradas buenas que me quedan, la llovizna de agosto y tantas otras cosas que no pueden, no podrán tener dueño. Antes de que me carcoma el tiempo, antes de que empiece a vivir la otra mitad de mi vida o la otra mitad de mi muerte, ofertaré por imposibles y también por tus suspiros. Haré una oferta, con mis deseos y mis besos, por el aire que juguetea con tu cabello. Ofertaré por tus adioses con la mano derecha y esa sonrisa que derriba mis defensas. Haré una oferta, con mis imposibles, por tus pensamientos para que me hospedes noche y día, en vacaciones y en horas laborales. Como siempre me merodean los imposibles y me carcome el tiempo, quiero ser el capitán que pilotea el asteroide que hará estallar tu cuerpo, palmo a palmo, sexo a sexo. Sí, quiero hacer una oferta también por tu constelación de lunares y hacer un mapa estelar que me recuerde el camino a casa. Como siempre me merodean los imposibles, quiero ser el Capitán Asteroide que navegue entre tu lluvia de estrellas y también entre tus piernas.


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