jueves, 25 de febrero de 2016

Si te cuentan que me han visto arrodillado

Manual para canallas - Si te cuentan que me han visto arrodillado

Si te cuentan que por ti no duermo, es una vil mentira. Lo que padezco es un síndrome algo común: no me rinde el presupuesto hasta la próxima quincena...


Si te juran que me han visto con los ojos anegados, yo te juro que te mienten. Yo lo que tengo es arcilla en la mirada, polvo de ladrillo en los lagrimales. Mas no es por ti o por la roca de tu ausencia, sino porque hay demasiados cosas que me quitan el sueño. No, no es la ausencia de tus senos o tus cosenos, sino porque no me cuadran las cuentas. Es la aritmética fría e irrefutable de contabilizar las migajas en los fines de quincena.

Si te cuentan que no duermo, te puedo asegurar que es falacia. Lo que padezco es un síndrome algo extraño, porque no me alcanza el presupuesto hasta el próximo desastre.

Si te dicen que me vieron de rodillas, es tan falso como el amor que aún guardo en el cajón izquierdo. No era yo, quizá me confundieron, o tal vez andaba cumpliendo alguna manda o rezándole a un dios esquizofrénico.

Si te llegan a contar que te enciendo veladoras, desde luego que están muy equivocados. Sólo pasa que tengo manos de cirio, dedos de cera, extremidades de pabilo que están presagiando el incendio venidero.

Si acaso te llegaran a insinuar que ya no soy el mismo, que luzco desmejorado, por supuesto que todos están equivocados. No hablan de mí, sino de la sombra que me acompaña por todos lados y que murmura envidias a mis espaldas.

Si llegase a pasar, por la sinrazón que sea, que te cuenten sobre mí o acerca de lo que alguna vez fui, desde luego que no hay nada más falso. Sigo siendo el mismo, el idéntico maniquí que tiene hielo en los globos oculares. Sí, soy el típico figurín con una flor en la solapa y esa mueca ridícula en temporada de rebajas.

jueves, 18 de febrero de 2016

Beberás el arsénico del rencor

Manual para canallas - Beberás el arsénico del rencor

Siempre pasa y no dejará de suceder: los desquiciados como tú, como yo, terminamos con la cabeza tiznada de telarañas, con caricias de papel carbón, bebiendo gota a gota el arsénico del rencor...


Tuve un amigo imaginario, que usaba tenis rotos y corría con un rehilete en la mano. Yo era un chamaquito tímido. Y él no era buena influencia, desde luego. Se llamaba Matías, so decía él. Y siempre me aconsejaba tonterías: “échale sal al café de tu tío”, sugería. “Haz una hoguera y quema las Barbies de tus hermanas”, aunque en eso no le hice caso. O cosas como “entiérrale el lápiz en la cabeza a Jaimito, que te cae tan gordo” y allí iba yo de obediente. Pues este amigo invisible que tuve durante varios años era muy persistente, siempre me ponía a pensar en cosas descabelladas: “¿Qué pasaría si dejas la llave de la estufa abierta y luego prendes un cerillo?, ¿qué tal si le quitas su bicicleta a ese niño y huyes en ella?, ¿y si te avientas por la ventana, caerías de pie como los gatos?”. Matías era muy inquieto. Yo creo que por eso le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Primero me dijo que de donde venía a todos les faltaban esos dedos. Luego inventó que se los había volado con un cohete que aparentemente se cebó. Y también explicaba que se los había cortado al saltar una barda con vidrios. Finalmente dejé de preguntarle, pero supuse que eso le había pasado por desmadroso. Como sea, este amigo imaginario mío se fue un día de invierno, supongo que se cansó de que yo fuera un mal compañero o que no hiciera caso a todos sus terribles consejos. Ni siquiera sé por qué lo sigo recordando. Será porque Matías era mi mejor amigo o al menos el que más me entendía. Bueno, tampoco es que yo fuera muy popular en la escuela o en el barrio. Quiero suponer que mis lentes de pasta no ayudaban mucho. Y bueno, además yo era de esos chavales extraños que decían cosas como “vamos a jugar a los piratas y yo elijo ser Barbanegra” o “hay que construir una casa en el árbol y fundar el club de la mano siniestra”. Y la mayoría votaba por “juguemos una cascarita” y terminábamos pateando una pelota. Como siempre me ponían de portero, al quinto o sexto gol me aburría y me despedía con el típico “¿tienen tele? Ahí se ven”. Y me iba a construir mundos imaginarios, a trazar mapas del tesoro, a leer historias de corsarios con amores en cada puerto. Yo creo que por eso tenía un amigo imaginario, porque veía demasiadas películas o me refugiaba en las historietas y los libros. Sí, yo creo que por eso se me zafaba un tornillo con frecuencia, por eso siempre fui algo lunático y me sentía diferente al resto de mi generación. Desde entonces, aunque ya no tengo amigos imaginarios, sigo hablando a solas y me considero algo huraño. Sí, soy un lunático, un deschavetado, un delirante al abordaje, aquel capitán que en sus desvaríos aún busca la tierra firme de unos senos femeninos. Sí, soy el navegante de este galeón fantasmal que iza la bandera de las causas perdidas.


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jueves, 11 de febrero de 2016

El oscuro vals de la muerte

Manual para canallas - El oscuro vals de la muerte


Si la muerte nos dedica su marcha fúnebre será mejor que no vaya a agarrarnos distraídos. Sí la muerte nos merodea, hagamos las paces con el pasado y replanteemos el presente, no vaya a ser que en el futuro acabemos en el limbo...


Sólo es una foto pero tú estás mirando fijamente a la cámara. Seguramente alguien pidió que “digan chis”, aunque tú no pareces haber hecho caso. Te faltaban sonrisas y motivos para albergar destellos en tu mirada. A tus seis años algo anticipabas. Seguro estabas rodeado por miedos que no alcanzabas a comprender. No debieron archivar esa imagen, reflexionas. Tu corte de cabello era espantoso, se nota que no tenía mucho que te habían aplicado el “casquete corto” que no era por comodidad sino para no gastar tan pronto en la peluqueada. Estás de pie, con los brazos cruzados, como si posaras junto a un extraño. Pero no, tu padre está a un lado, con el codo reposando sobre una especie de asta bandera. Él sí sonríe, con su peinado impecable y sus zapatos recién boleados. La particularidad de la imagen es que da la impresión de que son dos fotos distintas. Te separan unos 30 centímetros de aquel adulto, como si fuera una metáfora del futuro: tan cercanos y al mismo tiempo tan distantes. Quizá el fotógrafo debió decir “acérquense más, abrace al chamaco”, pero seguramente a tu padre le sobraba desgano. El mismo desinterés que se asoma en tu mueca de yo-lo-que-quiero-es-irme-a-jugar. No es raro que tengas pocas fotografías con tu padre, si acaso tres o cuatro, porque escapó quién sabe a qué puerto, con qué bandera, hace bastante tiempo. Y si hacía frío o llovía o caía un sol inclemente, no lo recuerdas. Un buen día él ya no durmió en casa. Y no existe una foto familiar con los seis, padre, madre y cuatro hijos. Y eso está mucho mejor, porque no hay falsas sonrisas, ni abrazos posados, como tampoco alguien que fechara la instantánea en el reverso. Qué bueno que nadie la haya tomado, porque sería otra de esas fotos que intentarías borrar de la memoria. Para qué una postal sin poesía, cuando la realidad es una bestia herida que te recuerda que las heridas cicatrizarán pero queda la huella.


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jueves, 4 de febrero de 2016

Somos expertos en simulacros

Manual para canallas - Somos expertos en simulacros


Un martes, cualquier domingo, no importa la hora, todos aplicamos algún simulacro o chantajeamos a alguien cercano o desconocido...


Todos tenemos un lado oscuro. Y todos somos expertos en simulacros. Por naturaleza, se nos da eso de manipular, mentir, con tal de lograr nuestros fines.

Sí, todos tenemos experiencia en eso de simular. Así me lo dijo algún lunático o un predicador o un sabio, algún filósofo o tal vez mi loquero. ¡Qué más da! Es la verdad: Desde niños, con llanto o con berrinches, aprendimos a manipular a los adultos. De adolescentes, las mujeres aprenden a chantajear hasta con los recursos más infantiles: “es que no me gustan las películas de balazos”. De jóvenes, argumentamos cualquier tontería para explorar los paraísos: “si de verdad me amaras, no pondrías pretextos”. Y así la vida, como una pésima telenovela con terribles diálogos, se nos va resbalando. Un martes, cualquier domingo, no importa la hora, todos aplicamos algún simulacro o chantajeamos a alguien cercano o desconocido. Claro, hay niveles. Hay pequeños y grandes chantajes. Leves o tremendos simulacros. Hay novatos y hay cínicos, masters de la manipulación. Yo sé de muchos, algunos cercanos y otros lejanos.

Mi padre, por ejemplo, no tiene salvación. El sí es un cretino sin remedio, un manipulador de esos que se engañan hasta a sí mismos con tal de dormir sin remordimientos. Pero sus ronquidos lo delatan, sus pesadillas le revolotean el inconsciente. Y cada día se consume, en el cáncer de una vida sin huella ni trascendencia. Mi padre siempre se hizo la víctima: es que mi mujer no me entiende, es que mi ex esposa es de lo peor, es que mis hijos me odian, es que no me alcanza el dinero, es que el mundo está contra mí, es que la vida es muy dura. Mi padre siempre justificando sus fallos. Mi padre gobernado por el alcohol y la desidia de los perdedores eternos. Mi padre que no servirá ni para alimentar a los gusanos. Mi padre y su herencia oscura. Yo mismo tengo sus genes, algunas de sus manías, y cada día y cada noche tengo que luchar con vigor para no volverme el cretino que fue y seguirá siendo él. Reniego de esta herencia oscura, de sus malditos genes de manipulador, de gente mala.


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