jueves, 29 de septiembre de 2016

El amor está sobrevalorado

Manual para canallas - El amor está sobrevalorado


Hay quienes se curan los adioses con canciones de José Alfredo, otros con rencor destilado en el Facebook. Y los más audaces se cauterizan con sobredosis de mezcal.


Yo tengo mis propias fórmulas para curarme los olvidos, para dejar ir a mujeres como Janidé, mujeres con nombres raros y sonrisas que atrapan. Janidé se pronuncia Yanidé, debe aclarar siempre. ¿De dónde sacaron sus padres semejante nombre? Eso es una incógnita que al menos a mí me tiene sin cuidado. A mí lo que me interesaba era llevármela a la cama y que estuviera a mi lado el mayor tiempo posible, aunque no soy precisamente un campeón del optimismo. A ella la conocí de la manera más común: estiró la mano para tomar un libro de García Márquez, mientras yo casi lo agarraba. Ambos dudamos y, como el pinche caballero que suelo ser ante las mujeres contundentes, dije algo como “ooh, perdón” e hice un ademán de “tómalo”. Ella se resistió, como si un desconocido le estuviera invitando una copa, “no, cómo crees, tú lo viste primero”. Nomás faltó que propusiera un pin-pon-papas para ver quién se quedaba con el libro. Así que lo tomé del montón, pagué por él y luego se lo regalé a la chica. Volvió a hacerse la difícil o a fingir que las-niñas-no-aceptan-dulces-de-los-extraños. Hasta que confirmó que yo no aceptaría una negativa. “Gracias, eres muy lindo”, recitó como reina de un mundo habitado por las frases más gastadas. “No me agradezcas, mejor dime tu nombre”, sugerí. “Janidé, me llamo Janidé”, hizo una pausa, “se escribe con jota pero se pronuncia con y griega, por eso es Yanidé”. A mí no me sorprendió que una chica con esas caderas se llamara de manera algo exótica. En honor a la verdad, su nombre sonaba a teibolera. “Mucho gusto, Yanidé, me llamo Roberto y la primera erre se pronuncia con más fuerza que la segunda”, mi humor siempre ha sido rebuscado, pero ella se rió quizá por inercia. Me despedí. Se sorprendió de que no le pidiera su número telefónico, porque musitó algo como “oye, pero…” y yo sólo giré un poco para decirle adiós. El misterio es un afrodisíaco infalible. Lo que ella no sabía era que metí mi tarjeta en medio del libro. La descubrió casi de inmediato, aunque me llamó una semana después, “para no parecer muy ansiosa” según me confesó después. 


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jueves, 22 de septiembre de 2016

Las rutinas que nos van asfixiando

Manual para canallas - Las rutinas que nos van asfixiando


Tenemos las alas de adorno, sin horas de vuelo. Somos aves en cautiverio, atadas al suelo. Somos pájaros con alas recortadas, aves que respiran monóxido de carbono...


"Les encargo mis golondrinas, denles de comer”, recomendó mi madre antes de quedarse dormida sobre mi hombro. Creo que los sedantes ya estaban haciendo efecto, porque ella no tenía aves en la casa. Yo lo que quería es que ya la atendieran, porque llevábamos un buen rato en esa clínica del Seguro Social sin que tomaran en cuenta su dolor en el brazo fracturado. Así sucede todos los días: sea mi jefa, tu hermano, el vecino, aquel obrero, tu papá, al abuelo, el chavito que vomitó toda la noche, el albañil con la mano rota, la ñora con la cabeza vendada. Todos son ignorados por horas mientras se desocupa una cama o porque es el cambio de turno o el doctor se está echando su cafecito con las enfermeras. Pero claro, qué saben de eso los diputados, los políticos en campaña, el presidente en turno. No, ellos están ocupados en falsas promesas o repartiendo el presupuesto en guerras sin sentido, en construir fraudes con sus amigos millonarios. Sí, siempre están ocupados en cosas más redituables que el sufrimiento de la gente. Claro, la esposa del presidente tiene médico particular, las hijas de Peña Nieto se curan la gripita en clínicas particulares, el ex mandatario Salinas de Gortari se hace chequeos en los mejores hospitales de Houston. Y los senadores tienen seguro de gastos médicos mayores. Pero tú seguirás votando por los partidos que te han golpeado el bolsillo, los que te han partido la madre, los que te cambian tu voto por una tarjeta de Soriana, los que llevan el dólar hasta los 20 pesos. Qué importa que tu vida siga igual de miserable, que los recién nacidos mueran sin atención afuera de los hospitales, que tu madre se retuerza de dolor en la sala de espera, que todo le quieran curar a tus hijos con paracetamol. Qué chingados importa, cuando no sabes volar, cuando tienes miedo a ir más allá de tus pinches cielos grises.


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jueves, 15 de septiembre de 2016

Esta tierra árida que llaman patria

Manual para canallas - Esta tierra árida que llaman patria


No tiene sentido aplaudir el circo, cantar las canciones rancheras de todos los años o ponerse un sombrero ridículo y emborracharnos con tequila de mala calidad...


Otro día festivo con resaca, odiando las tardes grises, las calles inundadas, la gente que celebra cualquier cosa mientras el país se desmorona. Otro día maldiciendo las multitudes en el Metro, las noticias en los diarios, la imposición de nuevos impuestos. Se esfuma el jodido año y todo pinta peor que enero o mayo. Los políticos salen en la tele con sus trajes caros y sus miradas cínicas para advertir que defenderán los intereses del pueblo. Y los millonarios siguen especulando con el dólar. Y los banqueros nos cobran comisiones por cualquier pendejada. En el súper, las amas de casa lamentan que los vales de despensa ya no alcanzan para nada. En la escuela, los maestros piden libros cada vez más caros. Y en tu casa escasea el buen humor, tu padre se queja del pinche gobierno, y tu madre remienda los pantalones que ya no te quedan. Y el presidente suelta discursos cada vez menos creíbles, sobre la manera en que afrontaremos la crisis o de la lucha contra el narcotráfico. Tenemos un líder que no encuentra el rumbo, que nos ha decepcionado. Y encima sonríe cuando grita desde Palacio Nacional que vivan los héroes que nos dieron patria, “¡viva Hidalgo, viva Morelos!”, que viva nuestra independencia. ¿Cuál pinche independencia? Si somos esclavos de una crisis que nos hunde cada día más en la pobreza, que castiga nuestro optimismo. ¿Hay algo que celebrar? No tiene sentido, no, aplaudir el circo, cantar las canciones rancheras de todos los años. No tiene sentido, es inútil, pintarse la cara con los colores patrios, ponerse el sombrero ridículo o rociarse con espuma y tomar tequila de mala calidad, mientras nadie parece preocuparse de que los poderosos saquean las arcas e invierten el presupuesto en proyectos de sus familiares. Y para acabarla de joder los estudiantes están en manos de profesores malpagados. Somos un ejército inconforme, un ejército desesperado, pero igualmente inmóvil y con un rictus de resignación en la cara.


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jueves, 8 de septiembre de 2016

Esa soledad que no te sienta nada bien

Manual para canallas - Esa soledad que no te sienta nada bien

Los locos no nos preocupamos por el peinado, ni por lustrar los zapatos. Los locos dejamos de soñar con mujeres imposibles que sólo vienen a revolvernos la cabeza...


Los jueves y los domingos tengo remolinos en la cabeza: amanezco despeinado y más disperso que siempre. Será la pinche soledad, que no me viene nada bien. Sonará extraño, tal vez poco común, pero los jueves amanezco más despeinado que cualquier otro día. “Pareces uno de esos científicos locos que salen en Canal Once”, me comentó Pamela alguna vez. “Se llama Beakman”, le sonreí, “y en ese caso tú serías Lester, la rata de laboratorio”. Pamela se me aventó encima y rió divertida. “¡Te digo que estás loquito!”, ella se recostó en mi pecho mientras yo acomodaba mi cabeza en la almohada. “Obvio que no me refiero a Beakman, porque él es muy divertido y tú no, tú estás amargado”, siguió riéndose a mis costillas. Luego me besó con desenfado y me miró a los ojos antes de decir que “respecto a lo de Lester, en todo caso soy tu conejillo de indias y no una rata de laboratorio”. Hice un gesto de ¿me-lo-puedes-deletrear? Y ella me explicó a grandes rasgos: “Sí, nunca habías andado con alguien tan joven como yo”, hizo una pausa para besarme de nuevo, “y no sabes bien a dónde llegará todo esto. No te comprometes. Y aunque tampoco lo tomas a la ligera, creo que vas experimentado sobre la marcha”. Vaya, otra mujer complicada. “Ahora eres tú a la que se le zafó un tornillo”, respondí. Pam intentó ponerse seria: “No, no te hagas el loquito, estoy hablando en serio. Tú estás improvisando conmigo, no sabes qué es lo que realmente quieres”. Vale madres, en qué momento empecé a andar con mujeres que actúan como si la vida fuera una jodida película de Martha Higareda. “Wey, ya no veas tantas comedias románticas en Netflix””, le recriminé con suavidad aunque yo sabía lo que venía a continuación. “¿Ves? Contigo no se puede hablar en serio”, se levantó para luego recriminar que “de verdad, Roberto, parece que tú nunca me vas a tomar en serio”. Salió de la recámara, escuché cómo se encerró en el baño y la imaginé encendiendo un cigarrillo, murmurando una canción de Juan Gabriel: "mira mi soledad, mira mi soledad, que no me sienta nada bien" o aquello de "pero no me dejes nunca, nunca nunca". Ella era más bien fan de Julieta Venegas o Zoé, pero argumentaba que conoció a Juanga "gracias al cover de Saúl Hernández y allí fue cuando me clavé". Yo no tenía bronca con eso, pero cuando se tomaba unos tragos y se ponía dramática solía reclamar con eso de "mira mi soledad, mira mi soledad, que no me sienta nada bien". Luego soltaba algunas lágrimas, medio se calmaba y reprochaba “es que tú no sabes cómo me siento”. Yo trataba de que eso no me afectara, porque yo no fui educado por las telenovelas de la tarde en casa de mi abuela. Pero como es lógico, poco a poco fui perdiendo el interés en Pamela. Y tampoco es que ella estuviera locamente enamorada de mí. De hecho, el loco en este caso era yo. Y seguía amaneciendo más despeinado los jueves.


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jueves, 1 de septiembre de 2016

Cuando creces entre goteras

Manual para canallas - Cuando creces entre goteras


Cuando has crecido entre goteras y perros callejeros, asustado por los relámpagos o con tristeza porque tu madre sollozaba en las madrugadas, no puedes creer en imbéciles de telenovela ni confiar en superhéroes...


Será por eso que creo más en los poetas que en las canciones de la radio. Será por eso que mi corazón está en deuda con tipos que fueron perseguidos, exiliados o abatidos debido a sus ideales. Será por eso que, huérfano de padre, elegí un ejército de tutores fantásticos y elocuentes, sensibles y feroces, brillantes y modestos, como Antonio Machado, Mario Benedetti, García Lorca, Ernesto Cardenal, Efraín Huerta y, desde luego, Roque Dalton. Y gracias a ellos es que no temo a la locura, ni rehuyo a la gracia de vivir cada día como si firmara la carta de un suicida. Y es por ellos que encuentro placer en las cosas menos comunes y en las más simples. Gracias a sus enseñanzas es que cedo el asiento a las ancianas en el Metrobús o reclamo a los imbéciles que dicen guarradas a las mujeres. Por la poesía es que esta bendita locura me va como anillo al dedo. Porque la poesía es sentarte a comer galletas saladas en la cornisa de un edificio, es leer a Jaime Sabines en brazos de una mujer desnuda, es educar a tus hijos para que sean más audaces que tú, es hacer el amor como si te asesorara un demonio, es acariciar a una mujer como si algún dios te aconsejara, es lanzarte al vacío sin paracaídas, es coleccionar desamores como un taxidermista, es marcar en el calendario los adioses sin retorno. Sí, la poesía es el mejor arsenal contra las rutinas, es el brebaje que contrarrestará el aburrimiento en los días grises, las tardes ruines, las madrugadas en vela. Porque la poesía es Roque Dalton, el padre que nunca tuve, el maestro que me enseñó el arte de las pequeñas cosas:

“A los locos no nos quedan bien los nombres.
Los demás seres
llevan sus nombres como vestidos nuevos,
los balbucean al fundar amigos,
los hacen imprimir en tarjetitas blancas
que luego van de mano en mano
con la alegría de las cosas simples.
¡Y qué alegría muestran los Alfredos, los Antonios,
los pobres Juanes y los taciturnos Sergios,
los Alejandros con olor a mar!
Pero los locos, ay señor, los locos
que de tanto olvidar nos asfixiamos,
los pobres locos que hasta la risa confundimos
y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,
cómo vamos a andar con los nombres a rastras,
cuidándolos, puliéndolos como mínimos animales de plata... 
Los locos no podemos anhelar que nos nombren
pero también lo olvidaremos”.


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