Hay quienes se curan los adioses con canciones de José Alfredo, otros con rencor destilado en el Facebook. Y los más audaces se cauterizan con sobredosis de mezcal.
Yo tengo mis propias fórmulas para curarme los olvidos, para dejar ir a mujeres como Janidé, mujeres con nombres raros y sonrisas que atrapan. Janidé se pronuncia Yanidé, debe aclarar siempre. ¿De dónde sacaron sus padres semejante nombre? Eso es una incógnita que al menos a mí me tiene sin cuidado. A mí lo que me interesaba era llevármela a la cama y que estuviera a mi lado el mayor tiempo posible, aunque no soy precisamente un campeón del optimismo. A ella la conocí de la manera más común: estiró la mano para tomar un libro de García Márquez, mientras yo casi lo agarraba. Ambos dudamos y, como el pinche caballero que suelo ser ante las mujeres contundentes, dije algo como “ooh, perdón” e hice un ademán de “tómalo”. Ella se resistió, como si un desconocido le estuviera invitando una copa, “no, cómo crees, tú lo viste primero”. Nomás faltó que propusiera un pin-pon-papas para ver quién se quedaba con el libro. Así que lo tomé del montón, pagué por él y luego se lo regalé a la chica. Volvió a hacerse la difícil o a fingir que las-niñas-no-aceptan-dulces-de-los-extraños. Hasta que confirmó que yo no aceptaría una negativa. “Gracias, eres muy lindo”, recitó como reina de un mundo habitado por las frases más gastadas. “No me agradezcas, mejor dime tu nombre”, sugerí. “Janidé, me llamo Janidé”, hizo una pausa, “se escribe con jota pero se pronuncia con y griega, por eso es Yanidé”. A mí no me sorprendió que una chica con esas caderas se llamara de manera algo exótica. En honor a la verdad, su nombre sonaba a teibolera. “Mucho gusto, Yanidé, me llamo Roberto y la primera erre se pronuncia con más fuerza que la segunda”, mi humor siempre ha sido rebuscado, pero ella se rió quizá por inercia. Me despedí. Se sorprendió de que no le pidiera su número telefónico, porque musitó algo como “oye, pero…” y yo sólo giré un poco para decirle adiós. El misterio es un afrodisíaco infalible. Lo que ella no sabía era que metí mi tarjeta en medio del libro. La descubrió casi de inmediato, aunque me llamó una semana después, “para no parecer muy ansiosa” según me confesó después.
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