Si te cuentan que por ti no duermo, es una vil mentira. Lo que padezco es un síndrome algo común: no me rinde el presupuesto hasta la próxima quincena...
Si te juran que me han visto con los ojos anegados, yo te juro que te mienten. Yo lo que tengo es arcilla en la mirada, polvo de ladrillo en los lagrimales. Mas no es por ti o por la roca de tu ausencia, sino porque hay demasiados cosas que me quitan el sueño. No, no es la ausencia de tus senos o tus cosenos, sino porque no me cuadran las cuentas. Es la aritmética fría e irrefutable de contabilizar las migajas en los fines de quincena.
Si te cuentan que no duermo, te puedo asegurar que es falacia. Lo que padezco es un síndrome algo extraño, porque no me alcanza el presupuesto hasta el próximo desastre.
Si te dicen que me vieron de rodillas, es tan falso como el amor que aún guardo en el cajón izquierdo. No era yo, quizá me confundieron, o tal vez andaba cumpliendo alguna manda o rezándole a un dios esquizofrénico.
Si te llegan a contar que te enciendo veladoras, desde luego que están muy equivocados. Sólo pasa que tengo manos de cirio, dedos de cera, extremidades de pabilo que están presagiando el incendio venidero.
Si acaso te llegaran a insinuar que ya no soy el mismo, que luzco desmejorado, por supuesto que todos están equivocados. No hablan de mí, sino de la sombra que me acompaña por todos lados y que murmura envidias a mis espaldas.
Si llegase a pasar, por la sinrazón que sea, que te cuenten sobre mí o acerca de lo que alguna vez fui, desde luego que no hay nada más falso. Sigo siendo el mismo, el idéntico maniquí que tiene hielo en los globos oculares. Sí, soy el típico figurín con una flor en la solapa y esa mueca ridícula en temporada de rebajas.