jueves, 28 de julio de 2016

Cuando te alquilas para cualquier capricho

Manual para canallas - Cuando te alquilas para cualquier capricho

Dejé de tocar en los bares porque siempre pedían las mismas pinches canciones. Es lo malo de alquilarse para cualquier cosa: estás expuesto a cualquier capricho...


Por eso renuncié a los bares y a los cafés bohemios: “¡El problema, toca El problema!”, gritaba aquella chava. Pude responder algo así como “el pinche problema es que Arjona es el Sabina de los microbuseros”, pero yo tenía que darle pensión a mis dos hijos y no había de otra que trabajar en aquel tugurio de pretensiones bohemias. “Mira, Rober (otro que se comía la “t” de Robert), tocas pocamadre y no cantas tan mal, pero la bronca es que tus canciones están como de, mmm, como te lo digo, son un poco rebuscadas”, me dijo el gerentucho de un bar de Lindavista. Luego sugirió que “lo tuyo es para bares de Coyoacán”. Lo miré como lo haría Ryan Gosling en una película de enredos. “Deberías preocuparte porque no se te vaya a morir un cliente por darle alcohol adulterado”, le respondí, guardé mi guitarra y me largué de allí. Esa noche decidí no volver, así que me emborraché en mi casa, tocando para el auténtico público conocedor: el póster de Jarabe de Palo, el cuadro de Tin Tan y el Darth Vader coleccionable o alguna cucaracha que habitara bajo el refrigerador. La tristeza es una señora gorda en corset o negligé. Y no hay de otra que aceptar su desnudez, esperándote en la cama. Emborracharse no es solución. Tus remedios no curan nada. Yo llevaba casi un año sin trabajo fijo, así que tenía que buscar la manera de conseguir algo de dinero. Una guitarra es buena compañía, te puede salvar de la ruina, pero debes aprender a lidiar con tu orgullo. Tragarte tus palabras mientras entonas “esa canción tan bonita de Nicho Hinojosa, la de ¿Quién te cantará?”, como la pidió aquella vieja cursi que no sabe que la rola la hizo famosa Mocedades. Vale madres, ese pinche Nicho Hinojosa debería ser exiliado a Siberia o ser el cancionero oficial de los burócratas. Aún así, me las ingeniaba para tocar de vez en vez algo de Fernando Delgadillo, lo mejor de Joaquín Sabina o lo menos complicado de Luis Eduardo Aute. Por allí algún “conocedor” se emocionaba, pero el gusto le duraba lo mismo que a mí, porque entonces venía algún cliente trajeado y depositaba 50 varos en mi urna y pedía "Almohada" o alguna otra de José José para deleitar a su amante y secretaria. Dios mío, por qué no viene la nave nodriza y me lleva a mi planeta, pensaba yo mientras tocaba la guitarra de manera mecánica para aquel tipo de corbata espantosa. Por fortuna, esa etapa no duró mucho. Luego entré a trabajar a una agencia de publicidad y también me corrieron. Igual que del bufete de un tío abogángster. No hay de otra: soy especialista en pésimos empleos y en finiquitos muy miserables.


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jueves, 21 de julio de 2016

Si te empeñas en ser un idiota

Manual para canallas - Si te empeñas en ser un idiota


Siempre te lo dicen: "Esa vieja no te conviene" o "wey, se ve que es muy inmadura" y "está medio lorenza". Pero uno no entiende, se empeña en ser un idiota...


Y lo mismo pasa a la inversa. Hay mujeres que se aferran a tipos extraños, inmaduros, estúpidos o simplemente culeros. No, no entienden: se empeñan en ser idiotas. Pero, bueno, yo hablo de lo que conozco o lo que he atestiguado. Y sé perfectamente que una mujer histérica es impredecible. Sí, una mujer herida o enojada puede hacer cualquier locura. Desde destrozar tus camisas a tijeretazos o estrellar tu celular contra el suelo, hasta romper el álbum de fotos o amenazar con cortarse las venas. “Pero te vas a arrepentir, cabrón”, es lo menos que te dice una mujer que ha sido lastimada en su orgullo. Y aunque no haya nada extraño en un adiós, ellas se imaginan lo peor: Que hay una fila de mujeres esperándote allá afuera, que “tú ya conociste a alguien más” o, peor aún, “seguro vas a regresar con la puta de tu ex”. En su ira, conjugada con dolor o confusión, ella es incapaz de razonar o entender que la relación ya está más caducada que el pan dulce Bimbo en los expendios de ofertas. Cuesta trabajo hacerle entender que ya no es sano aferrarse a un “amor” que se transformó en codependencia o costumbre malsana. Es en vano advertir que no sirve de nada seguir jugando a los idiotas.


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jueves, 14 de julio de 2016

Nuestro futuro parece un pordiosero

Manual para canallas - Nuestro futuro parece un pordiosero


Soñé que mi futuro era un pordiosero a la deriva, mendigando caricias, comiendo sobras en la banqueta y tapándose del frío con un montón de noticias viejas...


Soy de esas personas que no entienden nada de reformas energéticas, de privatizaciones y esas cosas. Pero estoy de acuerdo con el escritor José Saramago, que protesta a su manera y sugiere “que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire”. Desde que era niño han privatizado tantas cosas. Recuerdo que mi abuela privatizaba las galletas, “hasta que hagan la tarea”. Y mi primo Gustavo privatizaba su balón del América cuando se enojaba porque le anulaban un gol: “entonces ya me voy, a ver con qué siguen jugando”. Ya en la adolescencia tuve algunas novias que privatizaban el amor, pero es mejor no entrar en detalles. Bueno, no hagamos el cuento largo. Y tampoco pretendo dorarles la pila. Pero sí, desde que era un chiquillo “qué alegría, jugando a la guerra noche y día”, ah no, eso es una balada triste de mi infancia. Bueno, desde que era un niño se han ido privatizando los bancos, las autopistas, el maíz y otros artículos de uso cotidiano. Yo no entiendo nada de esos asuntos, pero resiento las consecuencias. Y mi bolsillo es un pordiosero, que a fin de quincena anda hurgando en busca de las sobras. Y con trabajos que quedan unas monedas para irme de vacaciones un rato a la chingada. No, yo no entiendo de propuestas de reforma, ni esos asuntos de las privatizaciones. Y siguiendo el consejo de Saramago, he enlistado las pocas cosas que son nuestras y que son susceptibles de irse al diablo. Así que puestos a sugerir, yo propongo que privaticen las canciones de amor, las calles en que paseamos al perro, la mierda de nuestra mascota, los árboles que nos dan sombra, los mapas del tesoro que no hemos encontrado, las rutas de escape, la fiebre de los adolescentes, los besos furtivos, las noches prometedoras. Sí, como dice Saramago a los políticos, “que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño, sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y, finalmente, para remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo… Y metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos”. Y si se trata de jodernos aún más la existencia, que se privatice igual el carrusel de la feria y la rueda de la fortuna. Que se privaticen nuestras almas, los miles de suspiros, los recuerdos que nos atormentan y las fotografías de los enamorados.


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jueves, 7 de julio de 2016

Malditos sean los que aprietan la cuerda

Manual para canallas - Malditos sean los que aprietan la cuerda


En la mesa se amontonan las facturas. Mi plan inmediato es pagar el agua y esperar las nuevas tarifas de mierda que nos aplicarán en el próximo recibo de luz. No falta mucho para que el banco me boletine al buró de crédito. En la tele pasan un video de los Killers, el periódico habla otra vez de la Selección Nacional y mi vida es una sucesión de lugares comunes. Abro el refrigerador para cerciorarme de que mi futuro no hiberna allí. Sería una novedad que hubiera un cadáver de pollo, pero no. Sólo encuentro un homenaje al vacío: un trozo de queso rancio, algunos limones tiesos, sobrecitos de catsup Domino's y lo que parecen ser chiles en vinagre. Siento náuseas y el hambre pasa a segundo término. Aún así, tomo el pedazo de queso y le doy una mordida. Mala idea, porque desisto y luego me queda un sabor amargo en la boca. Así que trato de disimularlo con un trago de Sprite sin gas. Mi madre me lo había advertido: vivir solo te da independencia, pero también te condena a los silencios. He aprendido a convivir con mis defectos, pero aún me siento raro cuando escucho mis propios latidos. Lo bueno es que ya pasó la época de tormentas, porque a mí la lluvia no me inspira, como diría Antonio Birabent: 

“A mí la lluvia no me inspira.
Ni me lleva a una salida.
Y las letras no me salen.
Y la cabeza se me inunda
con preguntas de segunda”.