Dejé de tocar en los bares porque siempre pedían las mismas pinches canciones. Es lo malo de alquilarse para cualquier cosa: estás expuesto a cualquier capricho...
Por eso renuncié a los bares y a los cafés bohemios: “¡El problema, toca El problema!”, gritaba aquella chava. Pude responder algo así como “el pinche problema es que Arjona es el Sabina de los microbuseros”, pero yo tenía que darle pensión a mis dos hijos y no había de otra que trabajar en aquel tugurio de pretensiones bohemias. “Mira, Rober (otro que se comía la “t” de Robert), tocas pocamadre y no cantas tan mal, pero la bronca es que tus canciones están como de, mmm, como te lo digo, son un poco rebuscadas”, me dijo el gerentucho de un bar de Lindavista. Luego sugirió que “lo tuyo es para bares de Coyoacán”. Lo miré como lo haría Ryan Gosling en una película de enredos. “Deberías preocuparte porque no se te vaya a morir un cliente por darle alcohol adulterado”, le respondí, guardé mi guitarra y me largué de allí. Esa noche decidí no volver, así que me emborraché en mi casa, tocando para el auténtico público conocedor: el póster de Jarabe de Palo, el cuadro de Tin Tan y el Darth Vader coleccionable o alguna cucaracha que habitara bajo el refrigerador. La tristeza es una señora gorda en corset o negligé. Y no hay de otra que aceptar su desnudez, esperándote en la cama. Emborracharse no es solución. Tus remedios no curan nada. Yo llevaba casi un año sin trabajo fijo, así que tenía que buscar la manera de conseguir algo de dinero. Una guitarra es buena compañía, te puede salvar de la ruina, pero debes aprender a lidiar con tu orgullo. Tragarte tus palabras mientras entonas “esa canción tan bonita de Nicho Hinojosa, la de ¿Quién te cantará?”, como la pidió aquella vieja cursi que no sabe que la rola la hizo famosa Mocedades. Vale madres, ese pinche Nicho Hinojosa debería ser exiliado a Siberia o ser el cancionero oficial de los burócratas. Aún así, me las ingeniaba para tocar de vez en vez algo de Fernando Delgadillo, lo mejor de Joaquín Sabina o lo menos complicado de Luis Eduardo Aute. Por allí algún “conocedor” se emocionaba, pero el gusto le duraba lo mismo que a mí, porque entonces venía algún cliente trajeado y depositaba 50 varos en mi urna y pedía "Almohada" o alguna otra de José José para deleitar a su amante y secretaria. Dios mío, por qué no viene la nave nodriza y me lleva a mi planeta, pensaba yo mientras tocaba la guitarra de manera mecánica para aquel tipo de corbata espantosa. Por fortuna, esa etapa no duró mucho. Luego entré a trabajar a una agencia de publicidad y también me corrieron. Igual que del bufete de un tío abogángster. No hay de otra: soy especialista en pésimos empleos y en finiquitos muy miserables.
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