jueves, 26 de enero de 2017

A ese corazón que llama y cuelga

Manual para canallas - A ese corazón que llama y cuelga


No es ninguna gracia que te llamen a las tantas de la madrugada para recordarte, sin decir nada, que aún quedan cenizas en los labios y también fuego en el cuerpo...


Carece de gracia quien llama y cuelga. No, no es agradable que te llamen a las tantas de la madrugada sólo para recordarte, y sin decir nada, que aún te extrañan. No es gracioso, no es ninguna gracia. Y eso que todos tenemos alguna gracia. Cuando era chavito mi única gracia era tocar “Yesterday” en la flauta dulce. Y ni siquiera era bueno, porque sonaba así: “yes-ter-day all my tro-ub-les see-med so far a-way”, sí, así toda entrecortada. Y mi jefa quería que sacara puro diez, pero se quejaba siempre: “Ya me tienes harta con esa canción”. Pese a mi nulo talento, el maestro de música me puso nueve. Pinches programas educativos tan chafas, que sólo sirven para que los dirigentes sindicales, como Elba Esther Gordillo, se vuelvan aún más ricos. 


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jueves, 19 de enero de 2017

La cursilería sirve para un carajo

Manual para canallas - La cursilería sirve para un carajo

Si alguien te pide las llaves de tu corazón o revela que se ha tatuado tu nombre en el brazo, es hora de huir disimuladamente...


Cuando alguien te dice algo como “quiero ser el sol de tus amaneceres” es hora de empacar la poca dignidad que te queda y pedir un taxi con rumbo desconocido, esperanzado en que se cruce en tu camino una terminal de autobuses o el bar más cercano. Si alguien te escribe en un papelito que “te quiero igual que la noche a las estrellas”, sería mejor que trazaras al reverso un mapa sin retorno o que dibujaras un túnel que te saque de la maldita prisión de la cursilería. Aún más urgente sería un plan de fuga si cada mañana tu amad@ se empeña en escuchar a Toño Esquinca mientras recitan frases como “el sentimiento es una flor delicada, manosearla es marchitarla”. Si algo sobra en el mundo son tontos que se empeñan en atesorar frases huecas, “tesoros” de la superación personal que no les remediarán la maldita rutina de sus miserias. Sí, en efecto, hay una multitud de desesperados que se quieren quitar las ansias con capsulitas que no curan nada. Y son esos mismos que vociferan frente al tráfico, los que maldicen al prójimo, los que menosprecian a los niños en los semáforos, los que se ríen de la desgracia ajena y los que lloran cuando los abandonan. Sí, son los mismos idiotas que no leen un libro al año, pero postean en el Facebook lo más selecto del programa de Mariano Osorio en frases cortas: “Valora lo que tienes porque no es lo mismo perder un minuto de amor que perder el amor en un minuto”. En verdad les digo, les reitero, que la cursilería sirve para un carajo: es como recitarle poemas a un maniquí, como declararle el amor a tu refrigerador. La cursilería es el recurso de los desesperados, de los que no saben que el amor es un contrato en el que nadie lee las letras más pequeñitas.


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jueves, 12 de enero de 2017

Esas bestias que devoran tus insomnios

Manual para canallas - Esas bestias que devoran tus insomnios

Las alas de una tristeza pálida me abrazan la espalda, mientras una canción triste me habla de tus ojos o me recuerda tu sonrisa forzada...


Sin duda que hay mujeres que se especializan en robarte el sueño cuando ya se han marchado, en dejarte un ejército de dudas y bestias que te devoran los insomnios. Así era Nayeli, así la recuerdo. “Mis noches son un disperso manto de incertidumbres, los miedos se confunden con el polvo bajo la cama y los ácaros de la almohada me devoran los insomnios”, escribió Nayeli alguna vez , en su libreta de apuntes. Ella se negaba a decirle “diario” porque le parecía una estupidez. “Sólo las tontas que crecieron con su colección de Barbies tienen un diario”, era su argumento. A mí me daba lo mismo cómo le llamara, pero Nayeli era muy puntual en enojarse cuando le decía “a ver, déjame ver tu diario”. Obviamente, yo sólo lo decía para hacerla enfadar. Aquella chica era fanática de devorar libros y le encantaba hacer el amor en cualquier lado, hasta en el balcón, a las cuatro de la madrugada, mientras los vecinos roncaban sus pesadillas. Supongo que nunca nadie se dio cuenta, porque no hubo quejas ni malas caras. A no ser que algún condómino nos espiara sin que nos diéramos cuenta. “Mi ángel de la guarda es un tipo fatigado, siempre imperfecto y descontento, que se queja al oído por las horas extras aunque nunca me ha pedido aumento de sueldo”, plasmó Nayeli en otra hoja. Lo sé porque hace poco me hizo llegar una de sus libretas, supongo porque me extraña más que yo a ella. Me hablaron de la recepción del sitio en que trabajo: “Señor, tenemos un paquete para usted”. Me caga que me digan 'señor', pero supongo que es una mera formalidad o simple muletilla. El envío no tenía remitente, sólo destinatario, y lo abrí sin mayores precauciones. No voy a negar que fue una sorpresa. Eran algunas fotos, unos cuantos recortes de mi columna, y aquella libreta fechada meses después de que Nayeli y yo termináramos. No traía nota alguna o explicación extra. Cuando comencé a leer los apuntes comprendí que era una manera de decirme que pasó por pésimos momentos, pero que ya estaba todo superado. Supongo que era una declaración de principios y que desde ese momento me condenaba al olvido. “Tu valemadrismo es mi verdugo, tus silencios son la multitud enardecida, y en la plaza del desconcierto todos piden mi cabeza. Yo lo único que pretendía era revolucionar tu vida, despertar las emociones de tu alma confundida, pero tu ejército de feroces desconfianzas me condenó a la guillotina”, era otra de sus reflexiones. En general era un recuento de amarguras, pocas señas de algarabía.


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jueves, 5 de enero de 2017

Navegar los desiertos de la tristeza


Manual para canallas - Navegar los desiertos de la tristeza

Malditos días que arden, con el combustible de la desesperación. Malditas horas grises, tristes, en que navegamos los desiertos de una tristeza infinita...


Malditos sean estos tiempos como nubarrones, como humo negro de la desesperación. Malditos días que arden, con el combustible de la incertidumbre. Malditas horas grises, tristes, con el miedo pavoneándose en las calles. Malditos días en que navegamos los desiertos de esta tristeza infinita. Si te prometieron paraísos artificiales, si te engañaron con la promesa de un pago por tu dignidad, si te hicieron en tus narices el truco más barato, si vendiste tu alma al diablo, más vale que guardes algo para los viáticos porque la estancia en el infierno será prolongada. Y es que todos tenemos un familiar, amigo, vecina o simple conocida a la que le compraron su voto. Todos sabemos de alguien a quien sobornaron o intentaron “comprar” en las elecciones pasadas. Pero ya nada nos sorprende, todo nos parece “normal”. Y los poderosos se jactan de que “todo transcurre con normalidad”. Malditos sean los traidores, los vendepatrias. “Normal” es que una multitud bloqueé las avenidas en protesta por los gasolinazos. "Normal" es una horda de salvajes aprovechándose de la psicosis general. “Normal” es que se escuden en el caos para atracar a la gente de a pie. “Normal” es que los periodistas corruptos sigan aplaudiendo. "Normal" es que las televisoras difundan con malicia sus encuestas infladas y luego se excusen con un simple “nos equivocamos”… sí, claro, ya los pasamos a chingar, pero ustedes disculpen. “Normal” es que Peña Nieto sea el presidente de los que están acostumbrados a tratarnos como aves de ornato y nos dan alpiste a cambio de nuestra libertad. “Normal” es que el presidente se vaya a jugar golf mientras la sociedad se infarta por el alza del gas, la luz y el transporte público. “Normal” que los pobres pasen a ser más miserables desde que regresó al poder el partido que más nos ha explotado, por los siglos de los siglos. Pero quién carajos se preocupa por estas cosas, cuando los que ostentan el poder se paran frente a las cámaras para contar que “es una medida dolorosa pero necesaria" para que no colapse la economía. Maldita sea, si nuestra economía personal está colapsada desde que tengo memoria: mi bisabuelo, mi abuelo, mi madre han sobrevivido en la precariedad, sin lujos, sin vacaciones en el Caribe. Si mi economía es un viaje en una vieja balsa de madera, mientras las tormentas vienen y van. Por eso siempre estoy al lado de los que marchan con el puño en alto, de los que se acaban la vida de pie y trabajando. Por eso creo que Caifanes tiene himnos que nos retratan: