Hay días que saben a medicina. Días que huelen a cloaca. Hay días erizos en que pareciera que tenemos un agujero en los bolsillos...
Tenemos los viernes o los domingos y también días que nos traen en chinga, días que nos hacen daño. Así hay días. Grises, grises, que se pasman como un vagabundo frente al aparador de Zara. Hay días también como perros rabiosos, que nos muestran los colmillos y nos hacen temer por nuestra seguridad.
Hay días del carajo, insoportables. Tanto así que esa mamada del blue monday o "el día más triste del año" no es nada si lo comparas con los martes ojetes o los miércoles de la chingada.
Por supuesto hay días que vemos pasar como si nada, igual que un abuelo jubilado que cuenta las hormigas obreras del jardín. Y tenemos días que se nos escurren entre las manos mientras añoramos los días de nuestra infancia vacacionando en la playa.
Hay días que no están hechos para el amor, que se duermen demasiado temprano y nos dejan con esta desazón en el costado izquierdo. Hay días indiferentes. Así, simplemente. Días insípidos, insaboros.
Hay días gélidos, tan fríos como el corazón de aquella persona que juraba ser "diferente" y al final se largó como se van l@s culer@s que no saben despedirse: sin cerrar las ventanas, ni clausurar la puerta, sin regresarnos la llave y tampoco la clave del Netflix.
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