La tristeza es un sol que no da tregua. Por desgracia estamos expuestos a ella. En este país podrido hasta los malditos huesos, la tristeza ya llegó a niveles alarmantes...
No sé si esté comprobado científicamente pero el calor, este sol insoportable, es caldo de cultivo para todas las tristezas. Todo empieza durante las noches en vela, con la cabeza girando como ventilador, pensando pendejadas. Y sigue a lo largo del día, con la pereza y las ganas de sentarse a la sombra para maldecir el infierno citadino. No sé si alguna investigación de la Universidad de Berkeley lo ha reflejado, pero creo que el jodido calor acentúa las tristezas y sube el índice de suicidios. No lo sé, pero me lo parece. Porque hay una legión de cabizbajos a punto del colapso. Los he visto en los parques, saliendo de la fábrica, caminando por esta y aquella banqueta, en los andenes del Metro, afuera de mi casa, en el cajero automático, subiendo al microbús, allí donde está el Oxxo, en la fila del cine y hasta delante del espejo. La ciudad está llena de cabizbajos y pareciera que estamos a punto de una epidemia de tristeza. Sí, los veo cada día por las calles, por todos lados, rumiando su tristeza, lamentando su mala suerte, quizá sólo pensativos o tal vez con muchas cosas en la cabeza, pero allí andan de un lado para otro, unos con calma y otros no tanto, hombres y mujeres que parecen ir mirando el suelo mientras desmenuzan aquello que les preocupa o lo que les atormenta.