jueves, 16 de diciembre de 2010

Que no me den el disco de Arjona en el intercambio

© Manual para canallas

Me dirigía discretamente a la puerta cuando entró Mariana, la secretaria de mi jefe. “¿A dónde, a dónde?”, cuestionó con una sonrisa y me enseñó dos botellas de whisky que había sacado del coche del patrón. ¡Vale gorro navideño!, pensé, esto va para largo

En ese justo momento llegó Ariel, mi jefe en aquella oficina de gobierno. Podría decir que llegué a la burocracia porque me recomendó un tío con muchas palancas en la SEP, pero la neta es que acepté ese empleo espantoso porque el hambre es cabrona. Lo bueno es que sólo estuve de paso, en lo que encontraba algo mejor pagado.

El punto es que llegó Ariel y me tomó del brazo: “Mi Rober —con lo que me caga que me digan Roberr—, vente a echar un whiskol conmigo”. Y decía “whiskol” como si sonara muy cool. Meses y meses jodiendo a media oficina y el muy cabroncito nomás se toma unos tragos y ya se siente amigo, “que digo, amigo, mi hermano”, de cada uno de nosotros.

>>>

Siempre detesté aquellas “posadas”, que en realidad eran pedas disfrazadas porque no había villancicos, ni piñata, ni nada de eso. Pura botana, alcohol y baile. Uy, como me sacrificaba. Nel. La verdad siempre me ha gustado la fiesta, pero no con los compañeros de aquella oficina. Como cada año, nuestro jefe se pondría pedo y diría que el otro año nos iba a ir mejor o que habría más incentivos para los que le chingaran bonito.

Y don Roque, el del aseo, sacaría a bailar a todas las secretarías con su frase típica de “ándele güerita, piérdame el asquito y vamos a bailar esa cumbia”. También Memo, el mensajero, bebería de más y acabaría acosando a Lucía, la de recursos humanos, aunque él argumentara que “sólo le estoy tirando la onda, en buena onda, carnalito”.

Como cada año, Betsabé pediría “un minuto de su atención” para brindar por “todos los que trabajamos aquí y también por nuestras hermosas familias. Feliz Navidad y año nuevo”. Carajo, que “familiar” nos salió, cómo si no supiéramos que se ha acostado con media nómina de licenciados. A mí me choca su peinado de flequito, su hipocresía y las faldas tan cortas que combina con medias caladas. Eso era sexy en los 90, creo. Hoy es bastante decadente, por muy buenas piernas que tuviera.

>>>

Obvio que yo sólo esperaba que hicieran el intercambio de regalos, que era obligatorio, para largarme. Y había que chutarse el cada vez más patético ritual de “que se lo ponga, que se lo ponga, que se lo ponga” y la broma habitual del compañero que le regala una tanga de elefantito al otro para luego recomponer “no, no es cierto, este es el chido” y el otro recibe la última “novedad” de Arjona. Me cai que estaba mejor la tanga ridícula.

Yo ya ni sé que es lo peor que me ha tocado en el intercambio de, “en promedio 200 pesos”, si el disco de “Los Hits del año” o la bufanda a cuadros o los portavasos de perritos jugando billar. Carajo, tan sencillo que es poner una lista en la entrada con las tres cosas que preferimos, pero nomás dicen que sí y nadie llena esa hojita que desaparece a los tres días.

Así que en cuanto me dieron mi libro de Vargas Llosa (que ya leí desde la universidad) me dirigí discretamente a la puerta, pero no falta el que te descubre y te balconea. Así que esa noche decidí poner la mas falsa de mis sonrisas, la número 187, y beber un par de tragos más. Mariana y yo tuvimos algo qué ver recién llegó a esta oficina, pero sólo fueron unas cuantas salidas y comprendimos que nos llevaríamos mejor como cordiales compañeros de trabajo. Además, mi jefe le echó luego luego los perros y a ella no le costó convertirse en su amante.

>>>

“Eres tan experto en fugas, que a veces me dan ganas de huir contigo”, me comentó esa noche una Mariana algo ebria. Yo sabía que ella se refería a su vida miserable, porque ya había comprendido que para Ariel ella nunca dejaría de ser su nalguita de los viernes en los rápidos de Tlalpan.

“No querrías escapar conmigo, porque siempre desciendo a inhóspitos lugares, donde no hay lugar para carnavales”, le advertí en tono pausado. “Ay, siempre me ha encantado cómo hablas y las cosas que escribes”, caray ni modo que me halagara con las palabras de esa admiradora de Mariano Osorio y Toño Esquinca. Y no me consta, pero seguro que ella le pone gorros navideños a su gatito. ¡Qué miedo!

Antes de largarme entré al baño, me miré en el espejo y encontré un abismo en mis ojos. Bajé la tapa, me senté en el retrete y alguien me dictó unas líneas navideñas, acaso algún dios melancólico:

“Santaclós debería jubilarse
y recibir una pensión como la de mi madre.

Nunca recibí caramelos,
ni la autopista tan soñada.

Así que desde niño
me declaré en huelga de anhelos.

Ojalá que los Reyes Magos
dejen de comprar caprichos en Juguetirama
y regalen, en todo caso, niños mejor educados.

Antes de que los pequeños sicarios
dejen de matar en el PlayStation
y te disparen a la cara,
sin algún asomo de piedad”.

manualparacanallas@hotmail.com

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 16 de diciembre de 2010

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario