jueves, 13 de octubre de 2016

Los labios que solían encender tu fuego

Manual para canallas - Los labios que solían encender tu fuego


A veces te maldigo con la misma boca de besarte. Y a veces pasan por mi mente las metáforas de tu cabello alborotado, las postales de tu vientre desnudo...



"Los hombres como tú no duran mucho solos. Necesitan el conflicto para sentirse vivos”. Así fue como Alejandra me advirtió que no tardaría en buscarla. En otras palabras, me llamó “codependiente”. Supongo que tenía razón. En aquella época yo era un idiota. Bueno, en realidad lo sigo siendo aunque ahora lo disimulo bastante bien. Bueno, en esos años yo era de los que se iban y dejaban la puerta emparejada. O lo que es lo mismo, salía de una relación y tardaba en “dejarla ir”. Así que era de esos que le llamaba a su ex vieja sólo para decirle que justo pensaba en ella. Alejandra se hacía la difícil unos instantes y luego se despedía con “a ver qué día de estos nos vemos”. Pinche alcohol, es el diablo, pensaba yo al otro día y con la resaca encima. Malditas justificaciones para mis estupideces. Y no, afortunadamente no regresé con ella, pero seguido la llamaba con cualquier pretexto. Ya lo dije antes: yo era un idiota. Y eso sólo se cura con el tiempo, aunque no en todos los casos. Tuve que conocer a otras chicas, enamorarme de nuevo, deprimirme por algún engaño, doblarme del dolor y besar el suelo, para luego amanecer con la peor resaca y darme cuenta de que sólo tenía dos opciones: O me dejaba de pendejadas o simplemente me dedicaba a caminar en círculos. Desde entonces dejé de llamarle a mis ex novias, me prometí no empeñar el corazón en una relación y, lo que es mejor, me curé de esa pinche costumbre tan mexicana de ser codependiente.


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Como muchos que conozco, tuve rachas bastante críticas. En la secundaria era de los que mandaban cartitas a las chicas que me gustaban. En la prepa le escribía poemas bastante cursis a mi novia en turno. Hasta que de tanto tropezar me di cuenta que el amor sólo es un comercial de la tele, un aparador de tarjetitas ridículas en el Sanborns. Desde entonces sé que una relación amorosa es una lucha de poder, que Joaquín Sabina tiene razón en eso de que el amor es un “juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño”. Y es por eso que no soporto que alguna ex novia me llame en la madrugada para preguntarme tonterías. “Hola, ¿estabas dormido?” Noooo, suelo responder, “en realidad mi vida es tan vacía que estaba esperando que me llamaras para conciliar el sueño”. La última vez que me habló Daniela a las dos de la mañana fue para invitarme a una fiesta cerca de mi casa. Si hubiera querido llevarme me habría avisado temprano, no hasta que el alcohol le aconsejó que se le antojaba dormir con alguien. “Hola, ¿estás ocupado?”, su voz derrapaba por los tequilas. “No, claro que no. Sólo estoy tratando de amaestrar las pulgas de mi perro y esto lleva mucho tiempo”, respondí. Ella trató de hacerse la graciosa: “¿Y por qué no entrenas a las tuyas?”. Pude enfadarme pero preferí contestar con sangre fría: “Porque se fueron contigo. Y desde que te fuiste, ya me baño diario”. Ella hizo una pausa y el silencio fue igual de espeso que la crema de maní. “Ay, qué feo eres”, fue su queja tímida. “Wey, no es de gente normal llamar a estas pinches horas”, argumenté. “Ya en serio, tengo ganas de verte”, insistió. Entonces le di un consejo: “Oye Daniela, voltea tantito y mira hacia allá, ¿ves?, ahí hay al menos tres sujetos tan borrachos como tú y que seguro se mueren por llevarte a la cama”. Ella cortó la llamada. Supongo que lo pensó bien y me volvió a llamar a los 15 minutos. “Ay Roberto, no seas así, en verdad te extraño”, parecía sincera. La imaginé con sus shorts de mezclilla, con una blusa que resaltaba sus senos generosos, con el cabello suelto y el maquillaje adecuado. “Cuando terminamos me dijiste que eras tan afortunada que encontrarías a alguien mejor que yo. ¿Acaso perdiste tu patita de conejo?”, ya me había hartado. “Tú lo que quieres es que acabe odiándote”, reclamó. Traté de sonar tajante: “Lo único que deseo es que ya no me llames cuando estés borracha, porque seré yo quien termine con resentimientos” y colgué. Daniela ya no insistió y han pasado meses en los que me he dedicado a domesticar a mis defectos para que no se vuelvan una jauría en mi contra.


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Por eso ya no escribo poemas cursis, ni invierto demasiado tiempo en seducciones. Las mujeres suelen percibir tus debilidades y usarlas a su favor en este juego cruel y mundano en el que sobran los reclamos. Uno es un tonto siempre que se empeña en necedades. Y le sonríes con esa sonrisa estúpida de los que se sienten cómodos. Y le compartes tu vida y te ríes de sus chistes más bobos. Y descuidas tus flancos más frágiles y cuando te das cuenta ella se ha apoderado de tus debilidades. Y ahí vas como idiota a darle entender que tuya es su voluntad. Y hará lo que se le pegue la gana para demostrar que es ella quien gobierna tu corazón. Pero a final de cuentas el encantamiento no dura tanto y acabarás subiendo a un tren oxidado, intentando escapar de los recuerdos, de los momentos malos, de los adioses amargos y los labios que habrás de volver a besar. Y en tus momentos más desolados intentarás encontrar consuelo en otros brazos, acaso en alguna canción adolorida o en un poema que resuma tu abandono. Y Sabina será tu asesor cuando cante eso de: 

“este pez ya no muere por tu boca,
este loco se va con otra loca,
estos ojos no lloran más por ti”. 

Por eso es que hay tantos aspirantes a suicidas, tantos hombres solos, tanto desahuciado que escribe tonterías que tal vez signifiquen algo. Por eso escribo intentos de poesía: 

“A veces escribo con las mismas manos de acariciarte.
Y a veces escribo con las mismas ganas de verte.
Y en ocasiones sólo escribo pendejadas,
demasiadas para alguien como yo
que pierde mucho tiempo extrañándote.
A veces vocifero con la misma boca de besarte.
Y me maldigo por no atreverme a romper la fotografía que me dejaste”. 

Sí, me cai que hay venenos que sólo se difuminan con el antídoto correcto, con palabras como mantras que deberíamos repetir hasta el cansancio: 

“A veces te invoco con los mismos labios de besarte.
Y a veces te maldigo con los mismos labios de invocarte.
A veces pasan por mi mente
las metáforas de tu cabello alborotado,
las postales de tu vientre desnudo.
Y en ocasiones reapareces nítida y radiante. 
Y a veces pasa el tiempo y no sucede nada.
Me estoy doctorando en el oficio de invocarte,
con los mismos labios que solían encender tu fuego".


manualparacanallas@hotmail.com


Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 13 de Octubre de 2016.


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