jueves, 26 de mayo de 2011

Encontrar figuras en las nubes

© Manual para canallas

Aquel niño era enfadoso y a mí me cayó gordo desde el principio. Hay días en que uno está insoportable y para colmo llega cualquier latoso a recordarnos que las cosas se pueden poner peor. El chamaco me dio una patada en el tobillo y yo giré para mirarlo con odio, con ganas de ahorcarlo un rato hasta que se pusiera morado…

Era el primer día de escuela y yo sentía que las vacaciones no habían durado nada. Mi madre me levantó tempranísimo, sin importarle que a mí ni me gustaba bañarme. De allí mi pésimo humor. Estábamos formados para los honores a la bandera. Y tenía que tocarme a mis espaldas el típico cabroncito que se la pasa chingando a todo mundo, el que patea las mochilas, el que le jala la trenza a las niñas, el que te exprime el boing en el recreo, el mamón que se siente mucho porque su mamá le manda regalos a los maestros cada cumpleaños. Muy peinadito, bien limpiecito, con sus zapatos impecables, pero con el pinche carácter malcriado de los hijos únicos a los que les cumplen todos los caprichos. Pues cómo no me iba a caer gordo el chamaco, si en lugar de cantar el Himno Nacional se la pasó cantando que “a todos les apesta la cola, como al de aquí adelante”. Y no es que me apestara la cola, porque hasta eso que me bañaba bien, pero a esa edad uno se ofende hasta porque le dicen “come torta con tu hermana la gordota”.

jueves, 19 de mayo de 2011

Un mapamundi de tesoros

© Manual para canallas

A los siete años mi niñez se extravió cualquier noche. A los nueve me dio varicela, algo tarde según yo. Cuando cumplí 11 mi hermana me descalabró de manera accidental y me quedó una cicatriz de cinco puntadas y es por allí, creo, que se me esfuman las pocas ideas brillantes que se me llegan a ocurrir…

Cuando era adolescente los ligamentos de mi rodilla izquierda se rompieron igual que mis ilusiones de enamorar a la chavita más guapa de mi barrio. Ya de adulto fui a parar un par de veces al quirófano y salí menos incompleto que las galletas Marías que compras en el Wal-Mart. Y encima de todo, además del recuento de huesos fisurados y los pellejos suturados, me ha tocado un corazón diezmado con el transcurrir de los años. No está de más decir que las relaciones enfermas, los fracasos sentimentales, me han convertido en un tipo huraño y desconfiado. “Disculpa si no me enamoro”, le advertí a Rousse la tercera vez que nos besamos, “pero es que ya no creo en sirenas ni en baladas que riman amar con desnudar”. Y nuestra relación se volvió más terrenal. Nos veíamos poco, nos regalábamos todo sin medida, nos abrazábamos como dos náufragos que necesitaban flotar. Y surcamos algunos mares desatados y retamos al oleaje de nuestras respectivas dudas. Y un buen día, mejor dicho una buena noche, dormimos como dos niños huérfanos frente a la tempestad. Y despertamos queriéndonos más y nos prometimos no engañarnos y ella me ha cumplido y yo me muero por seguir demostrándole que nunca le voy a fallar.

jueves, 12 de mayo de 2011

En caso de un adiós precipitado

© Manual para canallas

En caso de un adiós no solicitado, sólo queda el consuelo de las canciones compartidas, los besos añorados, las sonrisas memorables en aquellas fotografías…

En caso de un despido injustificado, ojalá que tu amor errabundo no se estacione en el pasado. Más vale huir, correr en sentido contrario, ahogarse en tragos baratos, bautizarse en una nueva religión o cambiar de nombre en cada antro y quedarse callado mientras la pasión pasa de largo. En caso de un adiós precipitado empaca sólo lo necesario. Si se va ella, no te quedes a esperar que vuelva. Si te vas tú, mejor es que devuelvas las llaves porque cualquier noche tus pasos serán perros malacostumbrados. Si van ambos, sólo den diez pasos bien contados y entonces voltean al mismo tiempo y se apuntan con un dedo... y que el dardo del rencor haga impacto en sus miradas.

jueves, 5 de mayo de 2011

Señales de humo desde el infierno

© Manual para canallas

Max llegó y pidió una Corona sin siquiera saludarme, sólo asintió con la cabeza. Lo observé y supe que algo no andaba bien. Uno acaba conociendo mejor a los amigos que a la propia familia. Así que no me ofendí porque se guardó el apretón de manos. “¿Qué pedo, wey?”, solté con sutileza…

“Nada, nada”. Shales, ese cabrón parecía novia ofendida a la que le preguntas “¿qué tienes?” a sabiendas de que está molesta. “¿Y ahora qué te hizo tu vieja?”, suelo ser muy intuitivo. “Nada”, tomó la cerveza que le habían llevado y le dio un tremendo sorbo, “bueno, sí, ya me mandó a la chingada”. ¡Otra vez! “¿En serio? ¿Y ahora por cuantos días?”, fui sarcástico. Parecen chavitos de secundaria, que se enojan y se contentan, que se celan y se hacen chupetones en el cuello. “Creo que ahora sí es definitivo”, estaba más apesadumbrado de lo habitual, “conoció a un tipo por internet”. Clásico, siempre habrá alguien mejor que tú en algún lado, que sólo está esperando la oportunidad de chingarte a la vieja. “Te lo dije, una mujer que se llama Pamela sólo puede estar destinada a hacerte sufrir”.