jueves, 25 de junio de 2015

Las resacas de mi padre

Manual para canallas - Las resacas de mi padre

Recuerdo a mi padre muy poco, casi nada: con su cabello abundante, su barba descuidada y la mirada turbia enrojecida, como si fuera esclavo de alguna resaca...


Como si siempre estuviera desliñado o recién curándose las resacas. Eso, exacto. Mi padre era una resaca constante. Nunca fuimos cercanos, sino como dos extraños. Yo iba a buscarlo a la escuela en la que trabajaba y me recibía de una manera distante: ni un abrazo, ningún gesto solidario, sólo unas cuantas palabras del tipo “¿cómo está, mijo?” o “¿qué anda haciendo por acá, mijo?”. Mis respuestas eran las de siempre: “mi mamá dice que no le ha depositado el dinero” o algo semejante. “Ah, está bien. Dígale a su madre que mañana se lo deposito”. Pero sólo eran pretextos. Siempre se tardaba una semana o una quincena, como si tuviera otras prioridades. Lo que yo creo es que le pesaba darnos la pensión o tal vez su mujer lo manipulaba demasiado o quizá sólo era que Antonio no dejaba de ser irresponsable. Cómo puedo saberlo. Lo que sí tengo muy claro es que mi padre era una resaca constante. Así lo recuerdo. Nunca fue elegante, ni tenía porte. Lo recuerdo desaliñado, con su barba de tres días y la mirada enrojecida. Parecía como si hubiera pasado una mala noche. Y no creo que se desvelara mordiéndose las uñas, atormentado por los remordimientos de habernos abandonado. No, no lo creo. Lo imagino bebiendo caguamas, tocando la guitarra, evadiéndose de su vida miserable. Sí, mi padre era un miserable con todas las letras y el significado de la palabra “miserable”. Así lo recuerdo: desaliñado, astroso, inseguro y miserable. Así se veía. Sí, mi padre era una resaca constante, con la cabeza hecha un lío y el alma erizada por los nervios. Se podría suponer que su alcoholismo era su principal problema. Pero no es así: el gran problema de mi jefe era su maldito egoísmo. Sólo así puedo entender que alguien abandone a cuatro hijos. Egoísmo. Mi padre era una resaca permanente, un egoísmo constante. Mi padre un tipo común y corriente, sin estilo. Nunca convivimos, sólo nos encontramos esporádicamente. Era un extraño, un sinvergüenza, un tacaño recalcitrante, un hombre sin valentía; mi padre era unas cuantas fotografías en el álbum del olvido.


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jueves, 18 de junio de 2015

El destino es una maldita botarga

Manual para canallas - El destino es una maldita botarga

Tal parece que el destino es una sucia botarga, un antifaz del optimismo, un doctor Simi bailando frente a la farmacia. Sí, el destino es un simulacro: una danza frenética frente a tus ojos, en plena calle...


Nayeli hubiera querido terminar la prepa, pero la separación de sus padres no sólo la emparentó con la tristeza, sino que la obligó a trabajar para ayudar a su madre con la obligación de cuatro hijos. Ella es la mayor y apenas va a cumplir un año como cajera de supermercado. El sueldo no es malo, pero tampoco es que alcance para ayudar a su madre y seguir en la escuela. Mientras sus amigas reprueban materias tan simples como historia y apreciación del arte, Nayeli tiene que atender a cientos de amas de casa, señoras histéricas, esposos malhumorados y un sinfín de gente que sonríe mecánicamente. Ella que es tan delgadita, tan de ojos hermosos, tan frágil emocionalmente, parece destinada a esos trabajos malpagados: cajera, vendedora de celulares, recepcionista en un buffet de cuarta, secretaria de algún usurero o hasta ayudante de mago en fiestas infantiles. En sus días de descanso tiene que lavar su ropa, ayudarle a su madre con el quehacer, hacer el desayuno para sus hermanos y darle vueltas y vueltas a su desánimo, igual que si fuera un pollo en rosticería. 

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jueves, 11 de junio de 2015

Mi destino como ropavejero

Manual para canallas - Mi destino como ropavejero


Cuando era un niño, a mí siempre me andaban regalando, como si fuera el cachorrito despeinado de la camada, como si faltaran croquetas en la casa...


Al menos así me sentía entonces, como un cachorrito con el ojo desviado, en mis días de la infancia. Mi madre era la típica mujer que se desesperaba con mis berrinches, con mis escenas de llanto. Y constantemente me aplicaba esa frase de “te calmas o te regalo con esa señora”. Yo sólo paraba de chillar unos segundos y volteaba a ver a la susodicha, que por lo general era una mujer con mandil y cara de busco esclavos-para-encerrarlos-en-el-sótano. Para acabarla de chingar, la ñora se hacía la interesada y respaldaba a mi jefa con aquello de “sí, regálemelo, ya verá que yo le quito lo chillón”. Y entonces sólo tenías dos salidas: te callabas o jalabas a mamá lo más lejos posible. Cuando eres niño el miedo te persigue todo el tiempo, igual que las ganas de ser Maradona o Messi. Cuando éramos niños le temíamos a los perros del vecino, a que se volara la pelota a casa de doña Carlota, a que llegara el ‘coco’ si no te dormías, a los vagabundos, a los mariguanos, a la policía y, sobre todo, a perderte en el supermercado. Otra que me aplicaba mi jefa cuando se enojaba conmigo, en el tianguis o en la calle, era cuando me amenazaba con el típico “pórtate bien o le digo al policía que te lleve” y se encaminaba hacia el uniformado: “oiga oficial”, hacía una pausa y me volteaba a ver. Yo le rogaba con los ojos que no me mandara a la cárcel. Y ella le preguntaba algo como “¿sabe dónde está la avenida López Mateos”. Yo guardaba silencio mientras agradecía a Dios por haberme salvado de una tragedia. Y entonces ya no pedía nada: ni el juguete que me había gustado, ni el helado que me invitaba mi madre. “Ya ves, que bonito es que seas educado”, sonreía mamá convencida de sus tácticas para aplacarme. Y regresábamos a casa, mi madre muy tranquila y yo en absoluto silencio. Siempre me andaban regalando en la calle y por fortuna nunca se concretaba el trueque. Porque con todo y que mi madre era medio extraña, no podría estar lejos de ella. A veces no soportaba a mis hermanos, ni ellos a mí, pero en caso de que alguien me adoptara seguro que nos echaríamos de menos.


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jueves, 4 de junio de 2015

El número que usted marcó, ya no existe

Manual para canallas - El número que usted marcó, ya no existe


"Cósete la boca con hilo cáñamo, pero no le llames de madrugada sólo para declararte derrotado, porque ya vencido estás de antemano. Cósete la boca o muérdete los labios, pero no le llames a deshoras para repetirle cuánto le has extrañado"...



Gente chateando sobre los temas virales, mientras la vida pasa rauda sobre una bicicleta. Gente que llega a casa y no tiene con quien hablar. Mujeres abandonadas que buscan esperanza en el chat. Hombres silenciosos que no saben conquistar miradas. Adolescentes frágiles de corazón y espíritu. Lobos disfrazados de corderos en WhatsApp, depredadores que merodean el Facebook. Gente pegada al teléfono sin nadie a quien llamar. Gente retratando un incendio. Gente posteando su soledad. Gente, personas, conocidos, que juegan Candy Crush en horas de oficina. Gente que perdió la capacidad de mirarte a los ojos y sonreír sólo porque es un día soleado o la lluvia los ha juntado bajo un portal. Gente extraña, alienada, buscando señales en una pantalla de celular. Y llegas a casa y no hay un perro que mueva la cola, ni una mirada que te invite a pasar. Te quitas los zapatos, te pones las chanclas, mientras los silencios saben a esa misma humedad que se pega en el alma como algo difícil de erradicar. Enciendes la tele y las noticias están peor que ayer: dos muertos allá, otros por acá, demasiados caídos en esta tierra que arde y se pudre cada día más. Una alerta en tu celular te indica que tu Facebook tiene un like. Buscas en el chat y el mensaje que esperas no llegará. 


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