Había sábados sin días de campo, ni cumpleaños con pastel. Fueron domingos sin retratos con papá. Fueron años que se desgastaron como la suela de los zapatos...
Ayer me vi en el Metro. Me encontré de frente conmigo mismo. Yo no sé cómo se llamaba ese adolescente flaquito, de gafas gruesas y peinado horrible, pero era idéntico al chamaco que fui en mi adolescencia. Era yo ese muchacho que regresaba de la escuela comiendo frituras antes de llegar a casa. Era yo ese Lalo, Irving, Beto, Jorge o Sergio, el chamaquito de pantalones desgastados y tenis sencillos. Era yo ese flaquito, "El Flash" o cómo sea que le digan en la escuela. Me recordé con la misma regla T en la maleta y un chingo de ecuaciones en la cabeza o un libro de cálculo diferencial entre las manos. Era yo ese chamaco al que todos bulleaban por flaco, por tímido, por pobre, por vulnerable y porque rehuía las peleas. Era yo, en el vagón del Metro. Y sentí una infinita tristeza por mí adolescencia, por ese chaval, por todos los flacos tímidos. Era yo hace años, ayer, en el Metro. Y una lagrima traicionera bajó por mi mejilla y transbordó en la estación Hidalgo, mientras recordaba las palabras de Dante Guerra:
"Cuando éramos chamacos de barriada,
siempre caminábamos sobre el lodo,
para ir hasta la casa de la abuela.
Y en nuestra cocina había goteras
y escaseaban las provisiones.
Merendábamos bolillos con café de olla,
mientras la tele nos bombardeaba el antojo,
con sus comerciales de chocolate humeante
y pastelillos cubiertos de merengue".