jueves, 27 de agosto de 2015

Las pequeñas cosas que te pueden volver loco

Manual para canallas - Las pequeñas cosas que te pueden volver loco

Hay miradas vacuas, gélidas, indescifrables, que no dicen nada. Y también hay miradas que dicen todo, que gritan auxilio, que gimen cariño...


Hay miradas que te persiguen en sueños, que te hablan de todo con elocuencia. Así era la mirada de mi amigo Renato. Reny Stimpy, para los cuates. A Renato lo conocí en la Vocacional, cuando éramos imberbes y soñábamos con revoluciones de puño en alto y barricadas. Él era un tipo brillante, un alumno sobresaliente que deseaba ser ingeniero mecánico y soñaba con trabajar para la NASA. “¿Sabes cuánto voy a ganar?”, presumía en su fantasía. “Millones, millones, wey”, aseguraba. “¡Y en dólares!”, nos mofábamos. Pero en el fondo yo le creía, porque él parecía muy convencido. Y además era chingón en todas las materias, incluidas las matemáticas. Bueno, hasta sus planos de Dibujo Industrial eran impecables. Quienes no lo conocían, siempre lo buleaban. Bueno, casi nadie se escapaba del bullying. Yo mismo era motivo de escarnio por usar gafas de aumento. Pero estaba en que a mi cuate Renato lo acosaban todo el tiempo. Era un poco distinto a nosotros o así lo veíamos, porque sus jefes tenían varo y él era muy educadito. Los que lo detestaban decían que era gay. Yo mismo, cuando les decía que no se mancharan, recibía burlas: “Ay sí, dejen a mi novio”, era lo mínimo que me reprochaban. Tal vez por eso simpatizaba conmigo y me ayudaba en los exámenes. A mí el Reny me caía bien por varias razones: vivía cerca de mi casa, me dejaba copiar en los exámenes y además tenía una hermana que me gustaba. Incluso cuando nos peleábamos lo hacía enojar con eso de “me saludas a tu hermana”. Y me mandaba a la chingada unos cuantos días. Pero volvíamos a ser amigos como si nada.


>>>

jueves, 20 de agosto de 2015

Si te preguntan por mí

Manual para canallas - Si te preguntan por mí


Cuando alguien se marcha de tu lado es mejor no pronunciar su nombre, nunca más. No, nunca es sano pronunciar el nombre de los que se han largado...


Todos vivimos acosados por las dudas, por las interrogantes, en lo cotidiano y a todas horas. Y no es sencillo convivir con ellas, sobre todo si te las hacen las personas incorrectas o en el momento equivocado.

“¿Ya llegaste?”, pregunta tu novia de la manera más simple. “No, sólo me tomé la libertad de mandarte un holograma para avisarte que estoy de borracho con mis amigotes. Y en cinco segundos esta imagen se autodestruirá”, dices con voz mecánica. “No seas payaso”, te mira con frialdad, casi con odio. ¿Te mojaste, a poco está lloviendo?, dice tu hermana mientras mira por la ventana. “No, cómo crees, en realidad es la escena número 27, en la que una pipa riega abundante agua sobre la casa esperando que tomemos los paraguas y salgamos a bailar mientras cantamos una canción estúpida”, detallas en tanto que el agua escurre de tu cabeza.


>>>

jueves, 13 de agosto de 2015

Jugar con Dios a las escondidas

Manual para canallas - Jugar con Dios a las escondidas


“El día que yo nací Dios estaba enfermo”, escribió el poeta César Vallejo...


En ese sentido, creo que Dios jugaba a las escondidas el día que vine el mundo. Y es que  este Dios que me tocó a mí, bipolar y distraído, solía ponerse a jugar con frecuencia. Bueno, al menos eso es lo que mi mamá me cuenta. Alicia, que es mi madre, tiene muy buena memoria y bastante imaginación. Siempre fue así, desde niña, muy especial. Y te lo platica de una manera que te da una mezcla de ternura y tristeza infinita. “Cuando yo estaba chiquita veía a Dios”, me ha contado mi jefa, “volteaba al cielo y lo veía, hasta con sus flores de ofrenda, como en los cuadros”. ¿En serio? Sí, dice Alicia, y hablaba con él. Mi madre le pedía que la llevara con él, que no la dejara abandonada a su suerte, a esa mala vida de golpes y sufrimiento en un caserío perdido y provinciano. También lo soñaba siempre, continúa ella. “Soñaba que jugaba conmigo, a las escondidillas. Entonces era feliz, lo era al menos mientras dormía. Dios y yo jugábamos mucho, a las escondidillas”. En verdad que no puedes sino sentir ternura y querer mucho más a una mujer así. A mi madre que de niña soñaba a jugar con Dios, a mi generosa madre que en su infancia quería ser gallina porque eran libres y nadie les pegaba. En verdad, no me cuesta trabajo creer todo lo que me cuenta mi jefa, con su eterna sonrisa morena. Por eso la abrazo, por eso la adoro, por eso es que la celebro en su cumpleaños tan cercano a los 70. Por eso es que, ahora que lo pienso, creo que me tocó un Dios espléndido aunque distraído. A mí me tocó un Dios que jugaba con mi madre a las escondidas. Y eso, sin duda, sigue siendo una metáfora en mi vida. Por eso digo que el día que yo nací, Dios jugaba a las escondidas. Y no sé si eso sea bueno o malo, pero algo sí es irrefutable: Cuando tienes una madre como la mía, no importa que tus ángeles guardianes burocraticen tus trámites o que Dios ande distraído, porque ella tiene el espíritu y la fuerza para protegerte de todos los males. Por eso es que desde niña mi madre jugaba a Dios con las escondidas, porque se llevan de a cuartos y tienen la misma sonrisa. Por eso es que sus cumpleaños, de mi madre, son tan concurridos. Por eso es que todos los días son festivos cuando mi madre está cerca y me mira como si el cumpleaños fuera el mío.

>>>

jueves, 6 de agosto de 2015

Que mis pecados se pongan en huelga

Manual para canallas - Que mis pecados se pongan en huelga

"He sido y sigo siendo un elefante blanco construido de pecados y defectos. He pecado mucho, demasiado, de pensamiento, palabra, obra u omisión".

Acúsome de haber ejercido la soberbia, en todas sus formas. He sido altanero, arrogante, demasiado pagado de mí mismo. He sido lo suficientemente cretino como para hacerme odiar por mis vecinos, la cajera del banco, el abarrotero y hasta por mis compañeros de trabajo. He sido tan soberbio que ni yo mismo me soporto cuando soy autocrítico. He sido y sigo siendo pedante, vanidoso, un idiota que no sabe qué hacer con lo mucho o poco que ha aprendido.

Acepto que por lapsos de mi vida me ha gobernado la pereza, en todas sus variedades. Me ha faltado ambición, he derrochado el tiempo en nimiedades y he sido un tipo poco productivo. En determinados momentos he postergado proyectos que ya tendrían que estar terminados, con los pretextos más absurdos que sólo yo me creo: que si el equinoccio de primavera, que si mi talento es incomprendido, que no me venderé al sistema, que no es mi momento, que no se han alineado los planetas a mi favor y demás etcéteras bastante cuestionables. Algún conocedor dirá que es ‘miedo al fracaso’. Ni madres. En todo caso sería ‘miedo al éxito, al compromiso’. Yo digo que me sale muy bien eso de hacerme pendejo. Y soy un experto en engañarme a mí mismo.