jueves, 28 de enero de 2016

Plegarias para arder en estos infiernos

Manual para canallas - Plegarias para arder en estos infiernos

Siempre lo supe. No hay rutas más transitadas que las que conducen al desierto, a los páramos del desencanto. Y necesitamos plegarias para recorrer estos infiernos...


Aquella mujer me miró con sus ojos más vacíos. Sus muecas grotescas podían sacar de quicio a cualquiera y sin embargo no me moví un ápice: “Todos los caminos llevan al infierno, donde no hay salidas de emergencia”, me dijo en sus delirios. Seguí sentado, fumando un Delicado, con mis gafas oscuras tratando de ignorarla. “Somos perros olfateándole el culo a la miseria.Tú eres un perro, con ojos de ciego, que no quiere ver ni entender”, vociferó antes de marcharse. Todavía giró para carcajearse y señalarme con un dedo. Pinche loca, pensé. En algo tenía razón aquella desquiciada: Todos los caminos conducen al purgatorio, al cadalso del olvido, al limbo de la desilusión. La historia de mi vida. Un mapa de poca esperanza. Una bitácora de viajes fallidos. No sé si a ti te pasa, a veces o con frecuencia, que miras a un lado, hacia atrás, oteas el horizonte y te sientes desorientado. Igual que un niño que se pierde en la feria. Igual que un adolescente en brazos del desamor. Igual que un adulto que no encuentra la brújula. La maldita historia de mi vida. 

jueves, 21 de enero de 2016

Juventudes demasiado fantasmas

Manual para canallas - Juventudes demasiado fantasmas

Es triste pero cierto. Nuestros jóvenes se están desvaneciendo, como fantasmas, como si se extraviaran en la nada. Mientras nadie mueve un dedo, mientras nos carcome la tragedia cotidiana...


Un iPod, el que sea. Y una foto de mi padre. Eso le pidió Marilú a los Reyes Magos. Sí, eso fue lo que le contestó la chavita a su madre antes del 6 de enero. La mamá de Marilú llegó contenta del trabajo, acaso porque le habían dado su magro aguinaldo, tal vez porque el supervisor le había coqueteado en el brindis de fin de año. La señora era aún joven, con un cuerpo todavía curvilíneo y trasero atractivo, con las ansias de las mujeres que han estado demasiado tiempo solas. Como sea, la doña regresó menos estresada que de costumbre y bromeó con su hija: “¿Qué le vas a pedir a los Reyes?”, preguntó mientras daba un sorbo al vaso de Coca-Cola. “¡Mamá, ya no tengo 12 años!”, replicó la muchachita. “Uy, perdón, no había notado que ya eras adulta”, se río, “qué madura, qué amargada”. La chica hizo un mohín caprichoso y atenuó “en serio, Fabiola, no manches”. Entonces, a sus 37 años, la mujer volvió a ser la madre preocupada de siempre: “¿No manches? No me hables así, que soy tu madre. Trato de ser amable contigo y te pones de chocosa”. Marilú giró la cabeza en señal de aquí-vamos-otra-vez. “En serio, hija, relájate un poquito”, le sonrió, “ándale, dime qué quieres de Reyes. Igual y se te hace”. Regresó la mirada Marilú. Ok. Pensó, sin esforzare mucho, y contestó: “Un iPod, el que sea. Y una foto de mi padre”, aunque ella sabía que su madre siempre evitaba el tema del papá, no porque Fabiola no supiera quién era sino porque él tomó la decisión de desaparecer de sus vidas cuando apenas había nacido María Luisa. “¿No le gustó que fuera mujer, verdad?”, le había preguntado algún familiar. No, no era así. Aunque había prometido que se haría cargo, a la hora buena él se desapareció con el pretexto de que “tengo familia en Estados Unidos y en cuanto encuentre chamba les mando dinero y luego vengo por ustedes”. Pasaron uno, nueve, treintaytantos años y no volvieron a saber de él. Un primo suyo le hizo saber a Fabiola que el escapista ya se había casado en el gabacho y que tenía dos hijas. Pero eso es harina de otro costal. “Ok, me parece bien”, reflexionó Fabiola, “vas a ver que los Reyes te van a traer lo que quieres, hija”. Y cambiaron de tema, mientras la señora calentaba más tortillas para la cena.


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