Siempre lo supe. No hay rutas más transitadas que las que conducen al desierto, a los páramos del desencanto. Y necesitamos plegarias para recorrer estos infiernos...
Aquella mujer me miró con sus ojos más vacíos. Sus muecas grotescas podían sacar de quicio a cualquiera y sin embargo no me moví un ápice: “Todos los caminos llevan al infierno, donde no hay salidas de emergencia”, me dijo en sus delirios. Seguí sentado, fumando un Delicado, con mis gafas oscuras tratando de ignorarla. “Somos perros olfateándole el culo a la miseria.Tú eres un perro, con ojos de ciego, que no quiere ver ni entender”, vociferó antes de marcharse. Todavía giró para carcajearse y señalarme con un dedo. Pinche loca, pensé. En algo tenía razón aquella desquiciada: Todos los caminos conducen al purgatorio, al cadalso del olvido, al limbo de la desilusión. La historia de mi vida. Un mapa de poca esperanza. Una bitácora de viajes fallidos. No sé si a ti te pasa, a veces o con frecuencia, que miras a un lado, hacia atrás, oteas el horizonte y te sientes desorientado. Igual que un niño que se pierde en la feria. Igual que un adolescente en brazos del desamor. Igual que un adulto que no encuentra la brújula. La maldita historia de mi vida.