A veces me despierto en la madrugada, creyendo haber escuchado la alerta sísmica, pero sólo son mis nervios o estos sueños en los que ardo en el infierno...
Los tipos como yo desconfiamos de todo: de la política, los dioses, el pan y circo, de la televisión y los optimistas, de las mujeres que sonríen demasiado, de los hombres que hablan mucho. Y sobre todo, desconfíamos de nuestro propio corazón. También de nuestros sueños. Y hasta de la suerte. Yo tengo sueños de segunda mano y en ellos siempre hay mujeres hermosas, aunque imperfectas. Y no saben de poesía, sólo de caricias y océanos de delirios. Siempre que despierto, agitado, el lado izquierdo de mi cama está deshabitado. A mí me gusta leer libros de poesía, intentar versos, recitar frases rebuscadas a las mujeres hermosas que frecuentan los bares. Y sin embargo mi vida carece de sentido poético. No soy ni mejor ni peor que el velador de ese edificio que están construyendo enfrente o que el viene-viene que cuida los coches. Igual que ellos, me cuesta trabajo pagar la renta, comer algo decente y conciliar el sueño. Mis días son bastante movidos. Y mis noches no son consuelo. Tiene varias semanas que soy cliente frecuente de mis propios nervios. Y me despierto en la madrugada, agitado y creyendo haber escuchado la alerta sísmica. Pero sólo son estos nervios que siempre me sacuden cuando estoy dormido. Mejor buscaré una alarma para incendios, para los que que soñamos demasiado con fuego o con los recuerdos de las mujeres que nos tatuaron sus besos.
>>>