jueves, 6 de marzo de 2014

Si no puedes con el vértigo

Manual para canallas - Si no puedes con el vértigo


En este antro los tragos son caros y la música pésima, pero a nadie parece importarle. Infinidad de jóvenes se mueven como en un video de los Chemical Brothers. Los meseros son tan educados como guaruras de político o judiciales iletrados...


Un idiota que está con dos chavitas muy guapas se acerca y me dice: 

“qué pasó, bro, te noto algo down; aquí traigo lo que te haga falta para la fiesta”. 

Sólo sonrío como un imbécil y le digo que no, que prefiero unos tragos. 

“Tú te lo pierdes, man”, lamenta. 

Voy hacia la barra, pido un ron y cuando me dicen que son 70 pesos ya no me sabe tan bien. Ya son las 11 de la noche y hace una hora que Brenda y Ricardo tenían que haber llegado. Estoy a punto de largarme cuando entra Paula, otra amiga desde la universidad. Me pregunta si he visto a alguien más. Le digo que no, que al parecer soy el único conocido. De no ser porque es el cumpleaños de Marisa, una ex novia que todavía me gusta nomás porque le da un ligero aire a Jessica Alba, pero sobre todo porque siempre fue fabulosa en la cama. Qué tiempos aquellos, cuando faltábamos a clases y nos íbamos a su departamento, aprovechando que sus padres trabajaban todo el día. Y entonces me hundían los oleajes de su cálido cuerpo, deslizaba mi boca por la pendiente de su vientre y avivaba el incendio de sus deseos. Ella me enseñó que hay mil formas de llegar al vértigo. 

Cómo olvidar a una mujer que te deja tatuados sus labios hasta en los recuerdos. 

“¿Todavía la extrañas?”, la pregunta de Pau abofetea mis pensamientos. 

“¿A quién?”, pregunto hecho un tonto. 

“Pues a Marisa, a quién más”, aclara. 

En ese momento llegan Brenda y Ricardo. 

“¡Qué poca madre! —reclamo a Ricardo—, llevo una hora esperándolos y ustedes vienen muy frescos”. 

Posa su brazo en mi hombro. 

“Cálmate, pinche Robert, relájate wey; es más, te invito un trago”, responde y llama a un mesero. 

Pedimos una ronda de bebidas. Luego le externo que por qué no eligieron otro bar, que este me parece muy fresa. 

“Se le olvida, wey, que es el antro favorito de Marisa”. 

Cierto. Pero eso no quita que lo mire con desaprobación porque me choca que diga “wey” cada minuto. Así que mejor me detengo en observar a una vieja bastante guapa que se mueve en la pista como si el diablo estuviera hurgando con la lengua en su oído. Sus caderas parecen suficientes razones para enloquecer a un hombre.

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“¡Ahí vienen!”, exclama Paula. 

En ese momento aparece Marisa, más radiante que nunca, oliendo a perfume sofisticado. Me da un ligero beso en la boca y le correspondo con un abrazo de felicitación. 

“Mira, te presento a Camila”. 

Saludo a la chica, un tanto delgada para mi gusto pero guapa hasta sin maquillaje. Ya llevo varios rones, así que me siento eufórico, más que ebrio. 

Ricardo y Brenda se van a la pista a bailar una rola nueva que no identifico. Paula platica con un tipo que al parecer le cae bien o le gusta, porque sonríe halagada al tiempo que le acaricia con suavidad el brazo. La chava llamada Camila me está platicando que es actriz de teatro experimental y sólo me limito a decir 

“que interesante”. 

 Después se va al baño y me encarga su cerveza. Marisa no parece muy divertida. 

“¿Qué tal la estás pasando?”, interrogo. 

“Más o menos. La noche no está muy movida que digamos”, 

explica sin entusiasmo, pese a que no deja de llevar el ritmo de la música con un ligero movimiento de cabeza. Intercambiamos una que otra trivialidad. 

Estoy tentado a decirle que aún la quiero, que la extraño, pero en ese momento regresa su amiga. Se sonríen y percibo cierta malicia. 

Ricardo y Brenda se han cansado de bailar, así que piden otros tragos.

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Ahora soy yo quien va al baño. 

En el espejo mis ojeras son más evidentes. 

“Ya, wey, estás guapo”, bromea Ricardo. 

Mientras orina, me cuestiona, aunque sin mirarme, 

“¿y qué te parece la novia de Marisa?”. 

Me quedo helado. 

“¿Su novia?”, musito como un imbécil. 

“Sí, wey, qué no sabías”. 

No. 

“¿En dónde te has metido?”, agrega. 

Volvemos con las chicas. 

Tomo a Marisa por la cintura, ella se deja, me acerco a su oído: 

“Sabes, todavía te deseo”. 

Se deshace de mi abrazo. 

“Ay, no seas bobo”, trata de sonreír pero la traiciona un gesto de fastidio. 

Volteo a ver a Camila. Me enseña la lengua y me cierra un ojo. Me siento algo ebrio y a mis pies serpentea el vértigo. Llamo al mesero, le pido otro trago y justo en ese instante comprendo que otra vez voy a acabar bastante borracho. Y que llegaré a mi casa dando traspiés, como si nunca oyera los consejos de Dante Guerra: 

“Si no puedes con el vértigo,
sería mejor que te encadenaras
todas las noches a tu cama
para que tus pasos sonámbulos
no te lleven hasta la azotea.

Si no puedes con el vértigo
deberás renunciar de inmediato
a las mujeres de ojos profundos,
a las chicas de nombres rebuscados,
a esas que te orillarán al abismo,
de las madrugadas sin sentido.

Si no puedes con el vértigo
ya no te afeites con navaja
mientras caminas a ciegas
sobre la cuerda floja de tus ansiedades.

Si no puedes con el vértigo
estarás por siempre condenando
a ahogarte en un vaso de agua
mientras todos los relámpagos
anuncian la temporada de tormentas”.


manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 6 de Marzo de 2014.

© Manual para canallas


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