jueves, 24 de enero de 2008

Exceso de ausencias

© Manual para canallas

I) El celular no para de sonar. Katia lo escucha pero no tiene ganas de contestar. Maldito amanecer con jaqueca. Una noche más en vela. Y la habitación apestando a tabaco y ausencias. Hace tres días que maldice el frío del lado izquierdo de la cama. Y ella evita dormir junto a la ventana para evitar la tentación de saltar en la madrugada. Katia estira el brazo y apaga el teléfono. Su mano choca con una foto volteada bocabajo. Sin razón aparente la observa y encuentra una sonrisa que ya no le recuerda nada. Abrazada a Héctor, ella parece tener muchos motivos para estar contenta. El olvido la convirtió en una mujer vieja. A sus 29 años se siente cansada, sin ganas de abrir la estética, con el ánimo acumulando polvo bajo la cama, con el mismo entusiasmo de quien acude al funeral de sus deseos.

”El agua me ciega,
hay vidrio en la arena.
Ya no me da pena
dejarte que un adiós.

Así son las cosas,
amargas borrosas,
son fotos veladas
de un tiempo mejor.

Con los ojos no te veo,
sé que se me viene el mareo
y es entonces cuando quiero
salir a caminar”

Canta Cerati con la música de Bajofondo Tango Club. Héctor la dejó porque le ofrecían un buen trabajo en Guadalajara “y la neta no puedo estar viniendo a visitarte”. Lo conoció porque ella le cortaba el pelo. Y él la convenció de que no todos los hombres son iguales. Su anterior novio la engañó con la chica que hacía el maniquiur y Katia prometió no volver a enamorarse, como si la vida fuera una horrible canción juangabrielesca. Pero Héctor parecía diferente. Así que se enamoró. Y ahora estaba de nueva cuenta frente a un adiós. Lo dejó ir, con la esperanza intacta de que un día regresaría. Se escribían por messenger, él la engañaba con frases demasiado obvias del tipo “no sabes cómo te extraño” o “cuando regrese te comeré a besos”. Así era algunas tardes. Hasta que un amigo común le dijo a Katia que Héctor se iba a casar, que andaba con la gerente de recursos humanos, “una señora que tiene mucho varo”. Ella no lo pudo creer, así que todavía le preguntó a Héctor y él rehuyó la verdad al principio. Al final lo aceptó, pero le clavó un aguijón peor: “Pero no la quiero, porque a ti es a quien amo”. Incluso le comentó que aunque se casara, le gustaría ir a visitarla para compartir la cama. Katia lo maldijo. Y sollozó sin importarle que hubiera varios clientes en el cibercafé. El amor por Internet apesta. Esa debería ser la primera regla en el decálogo del cibernauta. Pero sobran ilusos y del otro lado hay un ejército de locos, de hombres enfermos y mujeres insanas. Así es esto de la Malasangre, como diría Iván Noble:

“Se derrama la mañana y yo diría que esta es la situación:
pésima, pero desmejorando…

Desayuno pan duro cuando no encuentro cianuro”.

II) Giovanni estrelló la foto contra la mesa y un vidrio le cortó el dorso de la mano. Vale madres. Se quedó inmóvil mirando la sangre. Levantó la vista y la ausencia de Lorena se probaba aquel vestido verde que tanto le gustaba para salir a Coyoacán. El departamento era demasiado pequeño para compartirlo con tantos recuerdos. Sintió rabia, ese coraje que dejan las mujeres que se emborrachan y se besan con el primero que les sonríe en los antros. A Giovanni lo dejó su vieja porque “eres muy aburrido, siempre estás cansado del trabajo”, así que prefirió hacerle caso al Micky, el wey que siempre le daba aventón en la moto cuando la encontraba en la calle. “No seas tontito, sólo es mi amigo”, aclaró ella cuando Giovanni le dijo que “ese wey vende coca, te va a meter en un pedo”. Pero hay viejas que no se resisten al varo, “para que te compres lo que quieras, lo que te mereces, reina”, dijo El Micky después de fajársela en un callejón del barrio. La siguiente vez Lorena aceptó irse a un hotel. Al poco tiempo le dijo a Giovanni que nunca lo quiso de verdad. Y este le contestó lo que suelen decir los hombres heridos en su dignidad: “Si ya sé que andas de puta con El Micky, ya todo mundo lo sabe”. Pues piensa lo que quieras, a mí no me vuelves a ver, eres un pobre diablo, y demás lugares comunes soltó la muy zorra. Y lo dejó solo, con sus canciones de Babasónicos, con sus discos de Los Auténticos Decadentes, con esa rolita llamada El loco, que dicta cosas como

“soy víctima de un dios frágil,
temperamental,
que en vez de rezar por mí
se fue a bailar
a la disco de un lugar.

Quiso mi disfraz,
vivir como un mortal,
como no logro matarme
me regalo una visión particular”.

Giovanni no sabe qué hacer con sus odios, con la rabia de quien se sabe abandonado a su maldita suerte, que se confabula con su pésima autoestima para recordarle que todas las mujeres, al menos las que él ha conocido, tienen un precio. Y los Caballeros de la Quema atizan la hoguera de su jodida confusión:

“Se te puso vieja la sonrisa
arañando el viento en la cornisa,
triple mortal de cabeza a un amor sin fondo
y nunca aprendes, la nostalgia no es negocio…

Cero mensaje en el contestador,
ni una mierda en HBO,
bebes un tinto para no escuchar
a tus demonios que no paran de picar tu cabeza.

Cero mensajes en el contestador”.

Y el exceso de ausencia le provocó náuseas, pero se contuvo para no vomitar. Miró la sangre seca que barnizaba su brazo y maldijo las heridas que nunca sanarán.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
24 de enero de 2008

 

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