jueves, 17 de enero de 2008

La confusión vive contigo

© Manual para canallas

Siempre pasa igual. Uno no es lo que quiere, sino lo que puede o lo dejan ser. De niño soñabas con crecer. De adulto has dejado de soñar. Quisiste ser cirujano y te mareaba el olor de la sangre. Deseabas ser futbolista, pero tus rodillas temblaban desde los 11 pasos. Anhelabas convertirte en abogado, pero siempre perdías el juicio ante las mujeres bellas. Te sobraban anhelos y te faltaban alas, porque no es lo mismo echar a volar la imaginación que aterrizar los proyectos. Siempre planificabas tus vuelos, pero te estrellabas con el desencanto. “Esa carrera es muy cara” o “el fútbol o la escuela”, eran los pretextos que escuchabas para convencerte de que tu vocación estaba equivocada. Siempre te obligaron a elegir lo que no te convencía, ni lo que te daba mayores alegrías. Tu padre fue policía. Tú madre era infeliz remendando calcetines y reciclando las tortillas. Tus hermanos eran muy menores para darse cuenta de que te gustaría desaparecer o escaparte en aquel tren que se escuchaba a lo lejos.

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“Ya tuve que ir obligado a misa, ya toque en el piano ‘Para Elisa’. Ya aprendí a falsear mi sonrisa, ya caminé por la cornisa. Ya cambié de lugar mi cama, ya hice comedia, ya hice drama; fui concreto y me fui por las ramas, ya me hice el bueno y tuve mala fama. Ya fui ético, ya fui errático, ya fui escéptico y fui fanático, ya fui abúlico, fui metódico, ya fui impúdico y fui caótico. Ya leí Arthur Conan Doyle, ya me pasé de gasolina a gas natural. Ya leí a Bretón y a Molière, ya dormí en colchón y también en el suelo”*.

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Creciste en un sitio incorrecto, limitado por la cultura del “no puedes hacer eso” o castigado por los miedos que dictan que “masturbarse es pecado”. Tu madre rezaba a los santos para que sus hijos le salieran buenos, sobre todo porque ella no sabía educarlos. Tu padre era experto en “mordidas” pero siempre se quejaba de la corrupción. Así que no es nada raro que hayas terminado con la autoestima torcida. Si bien es cierto que tus padres no eran los peores, tampoco podías presumirlos como los mejores. Te enseñaron a persignarte, a sentirte culpable, a creer en sus dioses, a no comer carne en días de vigilia, pero no te dieron el instructivo para volverte seguro e independiente. Y luego se extrañaban porque no dabas señales de mudarte. Mientras crecías probaste las primeras caricias, te emborrachaste con las canciones de Sabina, renegaste de la cumbia y te vestiste de rockero, te creías un tipo duro y sufrías por la chica que nunca te daría sus besos. Ya luego la olvidaste, pero sigues en busca de un amor que nunca será perfecto. Siempre traías un disfraz distinto y todos te veían raro, pero tú sólo pretendías sentirte algo especial o simplemente alguien distinto.

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”Ya me cambié el pelo de color, ya estuve en contra y estuve a favor. Lo que me daba placer ahora me da dolor, ya estuve al otro lado del mostrador. Y oigo una voz que dice sin razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’, y yo estoy cada vez más igual. Ya me ahogué en un vaso de agua, ya planté café en Nicaragua, ya me fui a probar suerte a USA, ya jugué a la ruleta rusa. Ya creí en los marcianos, ya fui vegetariano. Hice el curso de mitología pero de mi los dioses se reían”.

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Los estudios no se te daban, así que cifrabas tus esperanzas en los maestros “barcos”. Los libros te daban hueva, rehuías a las tareas de matemáticas, y sólo tenías ganas de cascarear en el barrio o andar de fiesta con los más vagos. No es de extrañar que hayas dejado la escuela para probar mil trabajos. Fuiste ayudante de mecánico, repartidor de pizzas, volantero de sex shops, el que hace las palomitas en Cinépolis, conductor suicida, mal amante y peor romántico. Nunca echaste raíces porque lo tuyo, lo tuyo, era huirle a las responsabilidades. Y ahora te sientes más solo que nunca y siempre incomprendido. Lamentas el tiempo que desperdiciaste y te has especializado en buscar pretextos hechos a la medida a tus debilidades. Fuiste rebell, usabas playeras del Che y del subcomandante Marcos, pero no podías orquestar una revolución que derrocara tus miedos, algunas inseguridades.

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”Matemáticas lo pasé de panzazo y ritmología aquí la estoy aplicando. Ya probé, ya fumé, ya tomé, ya dejé, ya firmé, ya viajé, ya pegué. Ya sufrí, ya eludí, ya huí, ya asumí, ya me fui, ya volví, ya fingí, ya mentí. Y entre tantas falsedades muchas de mis mentiras ya son verdades. Hice fácil adversidades, y me compliqué en las nimiedades. Y oigo una voz que dice con razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’. Y yo estoy cada vez más igual. Ya no sé qué hacer conmigo. Ya me hice un lifting, me puse un piercing, fui a ver al Dream Team y no hubo feeling. Me tatué al Che en una nalga”.

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Te faltó vocación, escasearon las oportunidades, te convertiste en un perfecto imbécil y nunca te graduaste. Soñabas con ser lo que no eres y poco a poco te conformaste con ser parte de un ejército de ilusos que sueñan con ganarse el Melate. Nunca serás rico, ni manejaras un Jetta del año, sólo sonreirás ante las fotos viejas y no te reconocerás en aquel sujeto flaco que en nada se parece al tipo gordo y neurótico que ahora eres. Te sobraron sueños y te faltaron agallas.

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“Ya fui al psicólogo, fui al teólogo, fui al astrólogo, fui al enólogo. Ya fui alcohólico, ya fui anónimo y ya hice dieta. Ya lancé piedras y escupitajos, al lugar donde ahora trabajo. Y mi historial cuenta a destajo que me porté bien y que armé relajo. Y oigo una voz que dice sin razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’. Y yo estoy cada vez más igual. Ya no sé qué hacer conmigo. Y oigo una voz que dice con razón ‘tú siempre cambiando, ya no cambiarás más’, y yo estoy cada vez más igual”. *(Ya no sé qué hacer conmigo. El cuarteto de Nos).

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 17 de enero de 2008

Manualparacanallas@hotmail.com

 

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