jueves, 14 de agosto de 2008

Nadie en su sano juicio

© Manual para canallas

“Si puedes gritar, hazlo” me dijo Evangelina. Bueno, así me dijo que se llamaba. Intenté hacerlo, pero de mi boca no salió ningún sonido. Un escalofrío se instaló en mi hombro y recorrió todo mi brazo izquierdo. El placer era demasiado intenso, un poco más que el dolor. Intenté hacerla a un lado, pero era demasiado tarde. Ella estaba encima de mí, yo dentro de ella. O mejor dicho, yo estaba debajo de ella. Lo cierto es que nadie me había enloquecido tanto en tan poco tiempo. Desde un principio ella tomó el control y no requirió de los trucos baratos del tipo “déjame amarrarte a la cama”. No, sólo me besó con lujuria, luego su lengua recorrió mi pecho, la entrepierna y jugueteó con mi sexo. Intenté que mis delirios no se confabularan demasiado pronto en mi contra. Quise cambiar de posición, pero Evan ya estaba encima de mí y su vagina devoró mis ansias. Cabalgó a placer un rato, luego se salió, disfrutó con mis murmullos, me pidió que fuera obsceno. Sus miradas destellaron malicia. Mis jadeos la enloquecieron. “Toma mi cuello”, sugirió. Mi voluntad era suya, lo sabía. “Me encantan tus manos, son enormes”, musitó en mi oído, “y ahora asfíxiame” y su mano derecha apretó la mía. Intenté hacerlo, pero entonces su sexo envolvió el mío de nueva cuenta. Solté un quejido demasiado débil. Ella río de una manera que no me gustó. “Es tu última oportunidad, ahórcame”, retó. Mis manos temblaron. No quise parecer débil. Ella se movía de una manera que no sé describir, sólo atino a creer que era demasiado excitante para ser cierto. Justo cuando alcancé el orgasmo, ella mordió mi cuello. Fue certera, sentí una explosión múltiple. Y entonces comprendí los alcances de su maldad. “Si puedes gritar, hazlo”, alardeó de la misma manera que lo hizo en aquel bar del centro. “Puedo ser tu debilidad o tu esclava, todo está en que te arriesgues”, soltó antes de beber un trago de mi bebida. Alta y segura de sí misma, con aquel abrigo de terciopelo que apenas ocultaba sus curvas, Evan me besó y luego me pidió que la sacara de ese “lugar tan aburrido”. Fuimos a mi departamento. No se anduvo con rodeos. Directo a la recámara. Parecía tener prisa por demostrarme algo. Eso lo comprendí más tarde. Justo cuando clavó sus colmillos en mi cuello, justo en el momento que traté de gritar y no pude. Amanecí sintiéndome extraño, con la luz lastimándome la mirada, con la sensación de náuseas, con las ganas de quedarme dormido todo el día, con estas extrañas marcas en mi cuello, con la necesidad de que Evangelina regrese pronto porque este esclavo ya no quiere saber nada que no tenga que ver con ella. Sólo me dejó una nota que decía “soy tu debilidad, soy tu infierno, y esperarás mi retorno”. Y mientras aguardo, no dejo de escuchar a Fito y los Fitipaldis:

“Estaba listo para todos tus mordiscos
y preparado para todos tus pecados.

Yo tenía el corazón adormecido,
tú casi siempre el paladar anestesiado”.

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He tenido días malos y noches peores. No me dan ganas de hacer casi nada. Pedí mis vacaciones en el trabajo. Así que prácticamente vivo encerrado. Lo bueno es que tengo reservas de ron y cigarros. Pasan de las diez y mis vecinos espían desde sus ventanas. Me detestan porque no soy como ellos, porque no trabajo ocho horas diarias y el estéreo siempre suena hasta la madrugada. Ya no se atreven a molestarme desde que les dije que para entrar a mis fiestas había que desnudarse en la entrada. La señora se ofendió. Su marido intentó hacerse el duro, así que sólo le dije con mi tono más helado que “en mi reino los pendejos se mueren antes de que el diablo certifique que su alma no vale la pena”. Con sólo verme a los ojos supo con quién trataba. Jaló a la mujer, regresaron a su departamento y le puso doble seguro a su puerta. Sí antes dormían poco, ahora no están tranquilos. Yo no me meto con nadie, cada quien sus pedos, pero odio que toquen a mi puerta cuando no han sido invitados. En fin, estaba en que me siento aislado, en mi elemento. Así me pasa un par de veces al año. Me deprimo por completo. Escribo poco y maldigo mis insomnios. No me rasuro y fumo a todas horas. Tin Tan me observa desde la pared a mis espaldas. Creo que se ríe demasiado y yo estoy enloqueciendo. Cuando llegué él ya estaba ebrio, así que no me culpen si no entiendo lo que me dice. ¿Ya les he contado que estoy enloqueciendo? Mis neuronas sanas se resisten al absurdo. Mi lado siniestro me dicta historias demasiado incongruentes. Mis demonios me aconsejan que salte por la ventana. Mi ángel de la guarda está en huelga. Tuve que cenar atún porque no he ido al súper. Cuts You Up, canta Peter Murphy y siento que me salen alas. Volar es una asignatura pendiente en mi locura. Estoy encadenado al purgatorio de quemarme a solas, de extinguirme en la melancolía, mientras allá afuera todos sonríen y compran a crédito y este país se va a la mierda. Detesto el atún con galletas saladas. No soporto el sol y reniego de mis sueños. Tengo demasiadas pesadillas y pocas horas de descanso. Ayer soñé que conocía a una mujer seductora, que me enloquecía en la cama, que succionaba mi sangre y me prometía más noches de placer y lujuria. A veces pienso que todo lo que he escrito lo he soñado. Sueños de segunda mano, podría ser el título de mi primer libro. Digo, si es que alguien está interesado en publicarlo. Quién querría leer a un tipo que se oculta tras unas gafas oscuras o una máscara. Quién carajos le creería a un pobre idiota que sueña con mujeres-vampiro y escucha la voz de Tin Tan en su sala. Quién en su sano juicio se arriesgaría a publicarle a un imbécil que cena atún con galletas y viaja en Metro.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 14 de agosto de 2008

 

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