jueves, 17 de noviembre de 2011

Qué hago con esta cara de pocos amigos

Me lo dijeron mil veces. Mis amigos, algún pariente, una ex novia celosa y hasta el calendario: esa mujer no te conviene. O en el mejor de los casos, sugirieron que “esa chava no me gusta para ti”. Pero uno es un pinche necio, un imbécil con resabios de burócrata: aunque sabemos que hay que hacer un chingo de trámites, ahí vamos tras la sonrisa de la recepcionista…

Pero es que estar con Sofía era igual que escuchar una canción de Joaquín Sabina: primero te maravilla tanta hermosura y luego terminas con tristeza. Cuando la conocí, en alguna reunión, ella lo primero que me dijo fue “tienes cara de pocos amigos”.

Este gesto adusto, argumenté, es de los que hablan poco porque prefieren conversar consigo mismos y “en realidad tengo cara de que no me gustan ni mis amigos”. Sofía comentó algo muy común sobre eso de que la gente no está acostumbrada a la franqueza, “pero es muy respetable tu actitud”. Vaya, al menos sabía decir “respetable” sin faltas de ortografía. Ya en confianza soy algo divertido, así que ella se dejó guiar por su curiosidad y esa misma noche fuimos a emborracharnos a otro lado. Me besó como si añorara que le hicieran el amor.

Y en la cama no tuvo pudor, como si lo que menos le importara fuera que hiciéramos el amor. Y comenzamos a buscarnos, como dos huérfanos de ternura, igual que un par de ansiosos que se encuentran en la oscuridad.

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El espejo le devolvió la seguridad. Aún así, Sofía me preguntó si la encontraba atractiva. “Sí, eres guapa y lo sabes”, a mí me encantaba por las mismas razones que a cualquier hombre: estaba muy buena la desgraciada. Quizá por eso toleraba que nunca se callaba, que hablaba hasta por los codos.

“Oye, ¿no te dije que la hija de mi jefe intentó suicidarse?, giró para mirarme. Sólo alcé los hombros en señal de a-mí-me-da-lo-mismo. “Siiiií, ¿tú crees? La chavita se dio un balazo en la panza”, siguió mirándose al espejo. Yo encendí un cigarrillo, aún saboreando lo fantástica que era ella en la cama. “¿Por qué me cuentas eso?”, exhalé, “yo ni conozco a tu jefe y mucho menos a su hija”. Eso llamó su atención y se acercó hacia mí. “Es que, mmm, es que me parece algo, mmmm, terrible”, parecía sorprendida con mi reacción. “A mí lo que me parece terrible es que alguien quiera suicidarse de un balazo en el estómago y no en la cabeza”, expliqué. “No lo sé, pero la chava es anoréxica”, soltó como si eso explicara todo. “Ella sólo quería llamar la atención”, expliqué con desgano. Yo me pregunté mentalmente cómo es que Sofía sabía todo eso.

Seguramente se acostaba con su patrón, aunque ella me había dicho que “no es feo, pero está muy grande para mí”. Entre Sofía y yo no había compromisos, ni presiones, ni nada parecido. Lo nuestro era más como una necesidad. Si pasaba por un mal momento me llamaba con el argumento de “invítame a salir, aunque sea al cine”.

Y si yo andaba de humor la buscaba para “echar un par de tragos y bailar un poco”. Al final siempre acabábamos en mi departamento y nunca me dijo que me amaba ni yo solté un “te quiero”. Nuestras conversaciones eran básicamente lo que ella contaba: “Mi auto hace un ruido extraño. Creo que es el motor”. Me limitaba a sugerir lo obvio, “yo creo que es hora de llevarlo al mecánico”. Para ella era fácil, como quien dice me cambiaré de ropa, manifestar que “mejor le voy a decir a mi papá que me compre otro”. Y yo odiaba cuando hablaba de la bolsa tan padre que se compró quién sabe en dónde su amiga y que sentía envidia-de-la-buena. “Querida, no existe envidia de la buena.

Sólo es envidia y ya”, yo acariciaba su entrepierna. “Ay, me chocas, tú siempre tan así”. Éramos polos opuestos, sólo había deseo y ganas de no estar tan solos por momentos. Ella ya no creía en eso del amor y algún día se casaría con un tipo que fuera del agrado de sus padres, no alguien como yo, se burlaba Sofía, “que todavía sueña con que un día gobierne la izquierda”.

Ella me conocía menos de lo que suponía y le intrigaba que yo perdiera el tiempo escribiendo “puras historias tristes y poemas que no entiendo”. ¡Mi vida! Por eso dejamos de vernos, porque ya estábamos distanciados desde el momento en que nos conocimos. Creo que me hace falta volver a dar clases o algo que me haga olvidar tanto pinche vacío en mi existencia. Cada que escucho a Sabina, recuerdo las caricias de Sofía, a veces tibias, en ocasiones tan frías; la silueta de su sombra, deslizándose desnuda hasta mi cama:

“De sobras sabes que eres la primera,
que no miento si juro que daría
por ti la vida entera, por ti la vida entera;
y, sin embargo, un rato, cada día,
ya ves, te engañaría con cualquiera,
te cambiaría por cualquiera.”

Sí, en definitiva, volveré a dar clases o impartiré un taller de periodismo, con tal de olvidar lo que ya no quiero recordar. 
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Porque hay mujeres que son como las canciones de Joaquín Sabina: primero te impacta su hermosura y siempre acabas tristeando:

"Ni tan arrepentido ni encantado
de haberme conocido, lo confieso.

Tú que tanto has besado,
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos que no has dado,
los labios del pecado".

Porque hay mujeres que son como ataduras, que logran maniatar hasta tu inspiración. Por ello es que en la época de Sofía escribí poco y me manera terrible... bueno, generalmente escribo de manera terrible pero en esa etapa no era muy prolífico que digamos. Y mi casa era un desierto, pese a la postal de mi infancia, el póster de Darth Vader, mi colección de discos compactos, la fotografía de mis hijos, el poemario de Jaime Sabines que compré en el montón de libros viejos.

Sí, en definitiva, hay mujeres que son como ataduras:

"Ni tan arrepentido ni encantado
de haberme conocido, lo confieso.

Tú que tanto has besado,
tú que me has enseñado,
sabes mejor que yo que hasta los huesos
sólo calan los besos que no has dado,
los labios del pecado...

Y me envenenan los besos que voy dando
y, sin embargo, cuando duermo sin ti contigo sueño,
con todas si duermes a mi lado".

Y ahora qué chingados hago con esta cara de pocos amigos, le pregunto al espejo cada que pienso en Sofía.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 17 de Noviembre de 2011

 

© Manual para canallas

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