jueves, 18 de agosto de 2016

Cuando sobra tiempo para extrañar

Manual para canallas - Cuando sobra tiempo para extrañar


Los que se refugian entre los silencios, los que reacomodan con paciencia su propio rompecabezas, siempre tendrán tiempo de sobra para extrañarte...


Aquel día amanecí más despeinado que de costumbre, tanto que parecía sábado en pleno jueves. Fui al baño, miré mis ojeras en el espejo, me lavé los dientes y maldije que ya no hubiera enjuague bucal. Regresé a la cama, dispuesto a dormir hasta mediodía. El trabajo no me preocupaba, porque adelanté mis vacaciones. Y todo porque mi bipolaridad se salió de sus casillas. Una buena tarde me descubrí desorientado, extrañando de más a alguien que no valía la pena, preguntándome qué había hecho mal para que me cambiaran por un pendejo. La respuesta la encontré pronto: cometer demasiados errores. El primero de ellos: creer que estaba enamorado. El segundo: confiar demasiado en la gente. El tercero: Ser un cretino la mayor parte del tiempo. El cuarto error: creerme aquello de “ella no me engañaría”. Y la lista se volvería interminable, pero todo se reduce a que al final terminé con la autoestima destruida. Así sucede cuando te cambian por alguien más feo, más culero o menos inteligente, más ordinario o menos decente, más estúpido o quizá más divertido. Vete tú a saber. Los años han ocultado las suturas, así que ahora miro atrás y llego a la conclusión de que hay olvidos que es mejor sepultar en el archivo muerto. Y Los Rodríguez tienen muchos tributos a los adioses definitivos: 

"Es demasiado tarde para arrepentirse, mujer.
Es demasiado tarde para nosotros dos. 
Cuando el tequila se termine en algunas cosas dejaré de confiar.
Pero fue demasiado tarde,
pero fue demasiado tarde.
Es demasiado tarde para mentirse, mi amigo.
Es demasiado tarde para cambiar el destino.
No tengo nada que decir, ni dónde ir, ni ganas de dormir”. 

Para mi fortuna, he silenciado los ayeres de la mejor forma, con inmejorables bandas sonoras. Y me he extraviado demasiadas ocasiones, más de las que quisiera. Desde pequeño me he sentido como un chaval llorando bajo la lluvia, a merced de los relámpagos. Hoy mis temores son otros, me siento perdido por diversas cosas, pero cuando has crecido sin refugio es muy complicado que te sientas a buen resguardo. Para mi fortuna, Jorge Drexler me recuerda que siempre hay razones para sentirse vivo: 

“Porque entre el lunes y el martes,
me sobra tiempo para necesitarte...
Por los besos que aún nos quedan en la boca,
por los miles de homenajes que nos dimos,
por nadar y no guardar nunca la ropa,
por los dedos juguetones del destino”. 

Sí, lo tengo muy claro, soy de esos tipos complicados a los que les sobra tiempo para extrañar porque entre los lunes y los martes o del jueves al viernes se refugian entre los silencios. En este mundo tan mezquino y desalmado sobran los melancólicos, los que se refugian entre silencios, los que reacomodan con paciencia su propio rompecabezas, los que tienen tiempo de sobra para extrañarte, los que borrarán tus fotos de su Facebook.


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Otra mañana cualquiera amanecí con resaca, un tanto distraído. Verifiqué que mi cartera estuviera en su sitio y sentí un incómodo dolor en la cintura. Carajo, es lo malo de dormir sentado, que al otro día te sientes como si te hubieran apaleado. Mi celular estaba muerto, así que recordé que yo mismo lo había apagado para ahorrar lo poco que quedaba de batería. Serían como las diez de la mañana y lo único que yo quería era salir de esa pinche cloaca. Había pasado la noche encerrado en el juzgado cívico por una pendejada... bueno, por varias. La primera: porque no quise tirar en la calle un vaso desechable que “olía a alcohol”. La segunda: porque un patrullero me detuvo con el argumento de que había estado bebiendo en la vía pública. La tercera: ¿quién chingados me manda salir del River Plate con medio trago en un vaso desechable? Y la cuarta: reclamar en el juzgado de Pino Suárez que no había flagrancia. Así que mientras un poli decía “ya déjenlo ir”, la juez en turno se manchó con el argumento de “me encanta que se pongan rejegos” y me confinó a una galera, no sin antes aplicarme la multa más alta. Un amigo mío, que fue testigo de los hechos, me diría después que la juez se molestó porque ella y sus compañeros de turno estaban “chupando y jugando cartas” en una oficina. A mí no me consta, así que no puedo asegurarlo, pero de que estaba enojada y se desquitó conmigo, eso sí fue cierto. Como también es verdad que yo fui irresponsable por beberme medio vaso de ron en la calle y andar cargando el vaso desechable aunque estuviera vacío. Estando allí encerrado comprendí que es muy fácil equivocar el rumbo, extraviarse en pendejadas, cometer tantos errores que te vuelves un experto en clasificar pretextos. Es la historia de mi vida: demasiado alcohol, un chingo de problemas, relaciones destruidas y exceso de adioses en la cajuela. Cuando no puedes dormir, como aquella madrugada, te sientes a la intemperie y el frío cala en los huesos. Pero cala más la vergüenza, ese sentimiento de saber que te has vuelto a equivocar, que no has remediado nada, que giras en una espiral y las náuseas son las mismas de hace años y que las de mañana. Maldita sea, pero no me vuelve a pasar, te dices mentalmente. Aquel domingo, luego de que dos buenos amigos pagaran la multa, la experiencia nos pareció hasta divertida. Y dormí toda la tarde. Y cuando desperté sentí la espalda adolorida y la cabeza hecha un lío, pero el bálsamo fue una canción de Fito y Fitipaldis: 

“Son cosas del destino,
siempre me quiere morder...
Ha sido divertido,
me equivocaría otra vez.
Quisiera haber querido
lo que no he sabido querer.
¿Quieres bailar conmigo?,
puede que te pise los pies...
Virgen de la locura
nunca más te voy a rezar,
que me he enterado
de los pecados que me quieres quitar…
Será más divertido
cuando no me toque perder,
sigo apostando al 5
y cada dos por tres sale un seis”. 

Una vez más la resaca me recordaba que soy de esos necios, de esos tontos, que prefieren estar solos a empeñar con el corazón. Sí, soy de esos tipos complicados a los que les sobra tiempo para extrañar, aislados en los silencios.


manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 18 de Agosto de 2016.


© Manual para canallas


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