jueves, 29 de junio de 2017

Sal de uvas para las resacas del alma

Manual para canallas - Sal de uvas para las resacas del alma

Según Bukowski, los muertos no necesitan aspirinas ni zapatos. Y los vivos tampoco precisan de sal de uvas para el desamor o la desesperación...


Y la desilusión no se mitiga con pésimos consejos, mucho menos con naproxeno. Aún tengo en la memoria el día que mi amigo Max desistió del desamor. Y lo hizo como los desesperados, con rabia y desilusión. Luego me enteré que Max dejó una nota. No sé a ciencia cierta qué decía, sólo intuyo que no era nada agradable. Seguro maldijo a su ex esposa. O quizá decía que la amó como a nadie. Mi amigo Max se pegó un tiro y para jodida desgracia no murió al instante sino que estuvo como un mes en coma. Fui a visitarlo al hospital y hablé con él. Tal vez no me escuchaba, pero no pude evitar decirle que me parecía estúpido lo que había hecho, que ninguna mujer valía la pena como para darse un pinche balazo. Sentí una infinita tristeza de verlo allí, inerte, tan lejos de aquel buen tipo que conocí hace tiempo. La muerte siempre será abrumadora. Te vienen en cascada un chingo de recuerdos, arrebatos de nostalgia, oleadas de lágrimas y una confusión que da escalofríos. Max y yo hablábamos poco, pero nos entendíamos como hermanos. Nunca nos anduvimos con rodeos, teníamos un sentido del humor muy parecido y hasta ciertos paralelismos. Como yo, él nunca superó el abandono de su padre. Como yo, se aferraba a las relaciones destructivas. Igual nos gustaba casi la misma música, como Simple Minds o The Killers. Cuando se casó intenté advertirle que tal vez no era la mejor decisión, pero da lo mismo porque nunca he sido el mejor ejemplo. Aún recuerdo aquella conversación. 

—Creo que deberían vivir juntos en lugar de casarse —comenté antes de dar un sorbo a mi trago.

—Dame más de una razón –miró hacia otro lado.

—Primero, porque apenas se conocen; segundo, porque eres un imbécil; tercero, porque eres un imbécil; y cuarto, porque nunca dejarás de ser un imbécil.

Max se carcajeó, luego hizo una pausa y enseguida me miró con cierta dosis teatral.

—¿Sabes qué, pinche Robert? –encendió un cigarrillo—. Me dices eso porque tú le tienes miedo a los compromisos.

—No, pendejo, será que te lo digo porque yo ya me casé y hasta me divorcié. Y créeme que no fue nada agradable.

—Por cierto, ¡qué bueno que le dieron la custodia de los niños a ella! —recuerdo que Max se burló de mí—. Bueno, considerando cómo eres creo que fue la mejor decisión. El diablo los educaría de una manera más sensible que tú.

Todavía está fresca en mi memoria la vez que Max conoció a su ex mujer. Estábamos en una fiesta de un amigo común y Pamela llegó tarde, algo ebria y con una amiga más desmadrosa que ella.

Cuando me di cuenta, Max ya bailaba con la amiga y le tiraba la onda. Pamela se apostó a sí misma, estoy casi seguro, que iba a ganar esa partida, así que hizo todo para ligarse a Max. Su amiga se fue molesta y sin despedirse.

Yo no quise decirle a Max que salí algunas veces con Pamela y que estaba medio loca. De nada hubiera servido. Unos meses más adelante, él me comentó que Pam era la mujer de su vida, que pensaba casarse con ella y esa clase de mamadas. Yo le argumenté que era precipitado.

—Es que no me parece una mujer confiable—. Traté de disuadirlo, pero sin oponerme.

—Defíneme qué es confiable.

—No mames, Max, recuérdame regalarte un pinche diccionario en tu próximo cumpleaños.

Al final Max se casó con Pamela. Duraron menos de lo que predijeron los más pesimistas, entre ellos yo. Se divorciaron. Mi amigo nunca superó que ella lo engañara con un ex novio. Ella argumentó lo obvio: es que nunca tenías tiempo para mí, me tenías abandonada y demás excusas estúpidas que surgen cuando no hay amor. Y encima se quedó con el coche y con los muebles y lo que al abogado se le pegó la gana. A Max lo que menos le importó fue lo material, porque él mismo decía que el dinero va y viene. Su autoestima fue la mayor pérdida, porque no volvió a ser el mismo de antes. Adelantó sus vacaciones, se encerró en su departamento, se tiró al piso, se revolcó, lloró como un niño y salió peor que antes. Se alejó de los amigos, nos evitaba. Yo lo encontré en un par de ocasiones y bebía como desesperado. Cuando le pregunté cómo estaba me dijo que había tenido ratos peores y se evadía hablando de lo mal que andaban sus Pumas o de tonterías. En una borrachera me preguntó, como cuestionándose a sí mismo, qué había hecho mal para que Pam lo hubiera traicionado. No me dejó responder, aunque yo hubiera querido decirle que no se culpara por lo que había hecho mal ella. “Y sabes qué es lo peor, que cada vez la extraño más”, agachó la cabeza. Lo zarandé con ganas de que se desapendejara: “Siempre lo he dicho, eres un idiota”, sabía que no se molestaría. “Ella no vale tus lágrimas, ni siquiera tus recuerdos”. Me miró con ojos vidriosos, “pero la amo demasiado”. Pendejo. Lo reitero, un hombre enamorado es un imbécil. Y el amor sólo es un anuncio panorámico de condones Sico. Max era un buen tipo, así lo recuerdo, pero era manipulable en cuestiones de "amor". Su autoestima era un trapeador viejo, percudido, y nunca quiso ir a terapia. Él prefirió ahogarse en su rabia, en el desconcierto, en sus silencios. Bien dice Dante Guerra: 

“Y cómo diablos haces para curarte,
para suturar los jirones en el alma,
los desastres que ha dejado
la mudanza en el corazón. 
Cómo carajos encontraremos
una prótesis para el alma
o aunque sea un simple ungüento
que mitigue el ardor, esa triste desazón”. 

No, no hay bálsamos, ni sal de uvas, no hay analgésicos que mitiguen las resacas del alma. Me lo repito cada que recuerdo a Max, porque lo sigo recordando como un buen tipo y excelente amigo, con el que tenía muchas en común. Como a Max también le gustaba Bukowski, de vez en cuando brindo en su nombre: 

“Los muertos no necesitan aspirina o tristeza, supongo,
pero quizá necesitan lluvia. 
Zapatos no, pero un lugar donde caminar sí. 
Cigarrillos no, nos dicen, pero sí un lugar donde arder. 
Los muertos no me necesitan, ni los vivos. 
Pero quizá los muertos se necesitan unos a otros. 
En realidad, quizá necesitan todo lo que nosotros necesitamos y necesitamos tanto. 
Si sólo supiéramos qué es. 
Probablemente es todo. 
Y probablemente todos moriremos tratando de conseguirlo”.


manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 29 de Junio de 2017.


© Manual para canallas


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