jueves, 5 de junio de 2008

La dueña de tus suspiros

La dueña de tus suspiros...

“No chulita, aquí nadie es la reina de nada”, gritó Heriberto a Dafne, que en realidad se llama Yazmín, sí con ye y no con jota como se escribe correctamente. Bastante molesto porque la chica llegó tres horas tarde, el individuo estuvo a punto de regresarla a su casa. “Nada más porque es quincena te voy a aceptar, pero no te voy a pagar el día, así que si quieres tienes que chingarle duro pa’que te recuperes”. La chica, de unos 20 años, sintió ganas de mandarlo al diablo pero se tragó el coraje, asintió con la cabeza y antes de soltar una grosería caminó rumbo a las escaleras. “Pérate —maldita manía de recortar las palabras—, m’ijita. Ni siquiera me has pedido disculpas —aquel idiota no sabía que se dice “te ofrezco” en vez de “te pido” disculpas—, porque estarás muy reinita, pero aquí el que manda soy yo”, aclaró el hombre con su acostumbrada prepotencia. Dafne apretó las mandíbulas, lo miró con odio y musitó “te pido una disculpa”. Él se río divertido ante la evidente humillación y advirtió “que sea la última vez, eh. Ora vete a cambiar y además quiero hablar contigo cuando cerremos”. Ella subió las escaleras, entró a un pequeño cuartito con un espejo enorme y lo primero que vio fue su cara de hartazgo. Se derrumbó en una silla. Las demás chicas, tres o cuatro, no le hicieron caso, estaban tan ocupadas maquillándose o acomodándose el bikini como para siquiera saludarla. Además les caía gorda, según ella, por envidiosas, porque ella era la más solicitada por los clientes. Desde una bocina situada en la esquina llegaba el sonido de la música y la voz engolada del presentador: “Vanessa, primera llamada; Vanessa, primera llamada”.

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Aún de mala gana, Dafne se quitó la blusa y el espejo le devolvió la imagen de sus senos firmes, su cintura breve. Se sabía hermosa, dueña de suspiros ajenos, y eso la reconfortaba. Mientras se pintaba los labios recordó su primer día en un teibol. Aunque fue el peor día de su vida, según ella, porque le daban asco los gordos o los viejos cochinos que la manoseaban, no le fue tan mal porque se llevó como dos mil pesos, entre propinas y porcentaje de boletos. “Y eso que estás bien verde”, le dijo su prima Desiré —llamada Marián, en realidad—. Desde entonces ha pasado casi un año y Yazmín terminó por acostumbrarse y por aprenderse todos los trucos para hacer que el más feo de los hombres se sienta un triunfador a su lado. Yazmín, o mejor dicho Dafne, se roció el cuello y los senos con un perfume escandaloso, de esos que marean, luego se persignó y caminó como una diosa del sexo. En cuanto bajó las escaleras y caminó sobre la alfombra se volvió a sentir reina y buscó con la mirada alguna mesa en la que se consumiera una botella. Tres sujetos la miraron de la misma forma en que lo haría Belcebú mientras acaricia un alma pecadora. Aunque hacía calor, sintió un escalofrío, pero Dafne sonrió, paseó la lengua sobre sus labios y se sentó sobre las piernas del más viejo, para abrazarlo y soltar esa frase que promete delirios: “¿Me invitas una copa, guapo?”. El ruido de las copas, el escándalo de la música, las risas de falsa euforia, poco a poco fueron inundando su cerebro. Y ella se abandonó, mientras el sujeto jadeaba en su oído, como aquellos que siempre hacen caso a los horóscopos y creen que no pueden darle un giro a su destino.

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 05 de junio de 2008

 

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