jueves, 13 de noviembre de 2008

Multiplicar los anhelos

© Manual para canallas

En la escuela nos enseñaron matemáticas, geografía y a permanecer callados. Ahora me explico por qué el PAN siempre se sale con la suya y a nadie parece importarle. Pasé muchos años en las aulas y nunca me explicaron que la vida es una ecuación infinita. El álgebra no sirve para calcular la tristeza y sí para multiplicar la esquizofrenia. Nunca he sabido para qué chingados sumamos X con Y, pero presiento que todos los teoremas son pretextos para entretenernos mientras los políticos se roban nuestro dinero. Tuve maestros durante casi dos décadas y resulta que no aprendí casi nada. Qué curioso, el más sabio de mi calle, Don Chema, sólo llegó hasta el tercer grado. Apenas sabe leer y escribir, pero cuando habla todos callamos. Él dice que ojalá nuestro futuro fuera negro, pero que en este país el vacío será eterno.

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Un buen día estás sentado frente a la pantalla, comiendo un sándwich de atún, y zooooom: en vez de pensar en el precio de la leche o en los niveles de violencia que parecen rebasarnos, te quedas mirando fijamente a dos “locas” que hablan de lo maravilloso que es Micky. Un tal Fabiruchis dice “Micky” como si fuera íntimo amigo de Luis Miguel. Y entonces lo comprendes: la TV te puede convertir en un cretino, pero sobre todo en un cretino inmóvil. Sólo atinas a cambiarle de canal y los infomerciales te recuerdan que nunca falta un loco capaz de comprar las cosas más inútiles, como un gimnasio portátil o una fina colección de relojes de bolsillo. Aquí no pasa nada. Todas las noches es lo mismo. Y no te mueves. Sólo dejas que el brillo de la pantalla te llene el rostro y el cerebro.

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Una mujer me mira con ojos que ya no brillan. Un anciano duerme soñando con su infancia. Aquel policía me observa con más desconfianza que furia. Este país ya no nos pertenece. Nuestro es el suelo, el aire, los paisajes y el cielo. Todo lo demás tiene dueño. El teléfono, ese auto último modelo, el condominio, la escuela, el semáforo, la electricidad, el agua, la autopista, todo, todo tiene dueño. Y debemos pagar por ello, aunque a veces el precio no sea el correcto. Somos un ejército de bárbaros y queremos venganza y destilamos rencor y odio, pero poco hacemos para ser mejores, para morir luchando. Nos faltan arrestos y nos sobran vituperios. No tenemos valor para buscar un cambio. Es más cómodo ver la tele, aplaudir a los que bailan, corear los goles de tu equipo favorito, ignorar la violencia en el país, comentar el avionazo del que todos hablan, fingir dolor ante las desgracias ajenas, sentir lástima por los niños hambrientos, destapar otra cerveza o suspirar por un aumento de sueldo. Los que tienen el poder, lo quieren mantener. Alguien está manipulando nuestros sueños o las pocas esperanzas que nos quedan. Ojalá que ese poder se les vuelva en contra, como un león de circo o un oso amaestrado. Ojalá que no nos dejemos engañar por los mentirosos, por los políticos de pasado turbio, por los que nos quieren dar pan con lo mismo. Ojalá cada día nos nazcan mejores ideas o al menos un nuevo entusiasmo para agarrar un libro, para informarnos, para que dejen de vernos la cara. Ojalá cada noche logremos dormir tranquilos, como los hombres buenos, como las madres nuevas, como quien cree que la vida todavía vale algo la pena. Somos legión y llegará el día en que nadie podrá derrotarnos. Disculpa si he sido un poco duro, pero es que me desespero porque veo una ciudad, un país sin alma y tengo la impresión de que las cañerías gruñen como las tripas de un pordiosero. A lo mejor sólo pasa que amanecí con resaca.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 13 de noviembre de 2008

 

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