jueves, 26 de agosto de 2010

Mi mejor consejero es el deseo

Manual para canallas...

Como en la escena de una mala película, llamé al mesero y le dije que llevara a aquellas dos chicas “lo que estén bebiendo”. El tipo sabía que eso representaba una buena propina, así que de volada fue a la barra para pedir las bebidas y luego lo vi encaminarse a la mesa de las guapas con dos martinis…

Ellas aceptaron y miraron hacia mi mesa cuando él sujeto les comentó algo como, seguramente, “se las manda aquel caballero”. A la distancia yo podía parecer un caballero, desde luego, así que ellas hicieron una señal de aprobación y yo levanté mi vaso para decirles “salud” con un ademán. La chava que me gustó tenía una sonrisa encantadora, lo cual me alentó bastante. Media hora más tarde ya estaba yo sentado con ellas, explicándoles que al parecer un amigo mío me había dejado plantado. La chava linda comentó algo como “ay, estamos igual, porque mi novio me acaba de avisar que no vendrá, que tiene mucho trabajo”. Lamenté que tuviera novio y por unos instantes traté de ajustar la estrategia para caerle mejor a su amiga, que no estaba nada fea. Pero yo soy un necio y pese a las señales negativas me empeño demasiado en mis terquedades. Durante un buen rato reímos mucho y platicamos de trivialidades. Cuando Karen se disculpó para ir al baño, su amiga Luzma me preguntó sin rodeos: “¿Te gusta mi amiga, verdad?”. Uhhh, pude mentir y guardar ambas cartas, pero no lo pude resistir: “¿A poco soy tan obvio?”. Luz María se rió y luego comentó que “se te nota a leguas. Pero no te preocupes, a ella le pareces atractivo”. Vaya, respiré aliviado y pregunté “¿en serio?”. No me respondió, por el contrario, me aconsejó que no me detuviera “vas, mi amiga es muy chida, además su novio es un patán y siempre la deja plantada”. Así que eso me hizo abrigar esperanzas, aunque me tuve que chutar los clásicos consejos del tipo “pero por favor, sé lindo con ella, lo que menos necesita en su vida es otro idiota”. Uuuuy, la típica amiga protectora. “Sólo tengo la cara, porque en realidad soy buena persona”, solté la broma y a ella le hizo un poco de gracia. “No, en serio”, hizo una pausa para voltear al baño, “mi amiga es lindísima y merece a alguien que la trate bonito”. Parecía que le estaba buscando novio, pero yo sólo planeaba llevarme a su amiga a la cama, porque soy miope a la hora de visualizar el futuro. Justo iba a aclararle que puedo ser tan caballero como ella estuviera dispuesta a ser una dama, pero entonces regresó Karen con esa sonrisa como faro en la neblina de la madrugada. “¿Todo bien?”, cuestionó al tiempo que yo notaba que se había retocado los labios. Y la promesa de besarlos me pareció aún más tentadora. Nos emborrachamos un poco, les sugerí que fuéramos a otro lado. Luzma puso de pretexto que tenía que levantarse temprano, así que pedimos la cuenta, salimos y la fuimos a dejar a su casa. Pregunté a Karen que si quería tomar otra copa. Ella aún traía pila, “pero ¿a dónde vamos?”. Sugerí un barecito en el Centro “o si lo prefieres vamos a mi casa”. Optó por lo segundo y yo supe que aquella noche el diablo sería el barman en aquella pequeña fiesta particular. Y el brillo del deseo se instaló en mis ojos, mientras yo recordaba una canción que contaba que:

“tus caderas serán mi naufragio,
tus besos mi balsa de madera y
alcanzaremos la frontera de un océano de sol”.

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Le serví a Karen un whisky en las rocas, yo me preparé un ron con coca. “Me gusta tu depa y ese poster de Sabina es la onda”. Mi pequeño refugio tiene la particularidad de hacerte sentir cómodo, así que no me costó mucho derribar sus barreras. Nos besamos. Ella se abrazó a mí como si escasearan los afectos. Acaricié su cabello, descubrí con los dedos su oído, mi lengua encendió el fuego. Mordisqueé suavemente su cuello y ella se cimbró. Mi mejor consejero, que es el deseo, me hizo conducirla a la puerta de la recámara. Karen iba a girar la perilla, pero la detuve con delicadeza. Coloqué sus manos contra la puerta y mis labios recorrieron cálidos su nuca. Ella se dejó llevar. Acaricié sus senos y luego mi mano derecha bajó hasta su cintura para desabrochar el pantalón. Hurgué con suavidad en su sexo y la humedad de un trópico infernal nos recorrió de pies a cabeza. Ella no pudo más, giró sobre su eje y su boca buscó la mía. Entonces musitó “hazme el amor, quiero que me hagas el amor” y su voz era entrecortada. Aquello me excitó aún más. “Karen, eso es precisamente lo que estoy haciendo”, la miré a los ojos. “Sí, sí, pero quiero que estés dentro de mí, que me penetres”. La conduje al interior de la recámara, la recosté con delicadeza sin que mi lengua perdiera contacto con la suya. La desnudé por completo, ella me desnudó a mí. Con suave firmeza la hice girar bocabajo y mi lengua recorrió su cuello, su espalda, su trasero, hasta que no pudo más. “Hazme tuya, por favor”, suplicó. Ya no argumenté nada, sólo encaminé mis dedos largos a lo más profundo de sus deseos. Luego la penetré de una forma pausada. Sus gritos fueron subiendo de tono mientras el vaivén se volvía más frenético. Yo sabía que no era el hombre de su vida, pero difícilmente me olvidaría. Karen estaba exhausta, aunque no tanto como yo. El sudor aún poblaba mi frente y ella se acurrucó en mi pecho. Su pierna sobre las mías, mis latidos resonaban en su oído. “Me encantó, tú me encantas”, musitó. La cobijé entre mis brazos y le dije muy quedito, al oído, “hay tres maneras de hacer las cosas: mal, bien y como yo las hago”. Obvio, ella no sabía que estaba citando a Robert De Niro en Casino. “Eres muy lindo”, me halagó entre suspiros. Fue la primera de muchas veces que compartió mi cama, luego aquello se acabó de la manera en que suelen terminar las cosas buenas. Será porque “prefiero la angustia, a una vida en paz que me pudra”, como escribió alguna vez Antonio Tabucchi.

 

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Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 26 de agosto de 2010

 

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