jueves, 5 de agosto de 2010

Si el diablo te concede una membresía

Manual para canallas...

Al infierno se llega por atajos, no cabe duda. Y el diablo sabe jugar sus cartas como buen ilusionista. Siempre habrá un rey de espadas que acabe con tus más filosas esperanzas. Nunca ganarás una partida que te jubile esa sensación de eterna derrota…

Aquella noche yo no traía un centavo en la bolsa, mi vieja me acababa de dejar para andar con un tipo que conducía un Mini Cooper y además era su jefe en la agencia de “edecarnes” (chiste local y mamerto). No es que yo la quisiera mucho, pero aquella mujer era encantadoramente seductora, sobre todo con jeans a la cadera. Ah, pero estaba en que aquella noche me sentía un auténtico miserable. Salí del trabajo y sólo quería llegar a casa para servirme un buen trago. Yo hubiera querido tener dinero para emborracharme en una cantina, con rockola y canciones de Radiohead, pero estábamos a mitad de quincena. Crucé Bucareli con las manos en los bolsillos vacíos y justo antes de alcanzar la acera de enfrente un auto me tocó el claxon. Mi primera intención fue voltear y mentarle la madre al conductor. Sólo hice lo primero, porque el tipo me hizo una señal con la mano. Lo miré fijamente y enseguida lo reconocí. Pinche Luis, tenía años de no verlo. Me acerqué y me saludó con familiaridad. “¿Qué onda Robert, qué andas haciendo?”, preguntó. Pude decirle que “aquí nomás, saliendo del peor casino de la ciudad”, pero sólo expuse que “nada, voy camino a casa”. Él me sugirió abordar el auto, “súbete, vamos a una fiesta”. Ni lo dudé. En el camino me explicó que me andaba buscando desde semanas atrás, pero que nadie parecía tener mi teléfono. No era extraño, porque teníamos pocos amigos en común. “Es que trabajo en una editorial y te quiero proponer un bisne”. Yo lo escuché con reservas. “Siempre me ha gustado como escribes, qué te parece si editamos tu libro”, caray la propuesta era interesante. Cuando llegamos a la fiesta yo no conocía a nadie, pero Luis se encargó de que me sintiera muy cómodo, sobre todo porque me presentó como “un amigo escritor al que le voy a editar su libro”. Una chava de ojos claros preguntó que “¿de qué va a tratar el libro?”. Sonrió cuando le detallé que “básicamente es un manual para aprender a volar sin alas”. Ella me miró : “Ah caray, ¿y cómo es eso?”. Bebí un sorbo de mi vaso y expliqué: “Hay mujeres que sólo con hacerte el amor te elevan unos centímetros del suelo”. Yo proseguí, “pero hay algunas que te llevan a cielos poblados de truenos y destellos”. Me tomó del brazo como si me conociera de toda la vida: “Oye, eso suena muy bieeen”. Ya estaba de este lado. “Cuando quieras te puedo dar un curso intensivo en aterrizajes de emergencia”. Ella rió ante mi atrevimiento. “Oye, ¡estás coqueteando conmigo!”. Luis aprovechó una pausa para decirme sutilmente “ahí te dejo con ella” y se fue a saludar a unos amigos. Natalia, que así se llamaba, estuvo charlando un rato más conmigo, me dio su número telefónico y se marchó porque su novio pasó por ella. No la llamé pronto, sino un par de semanas después. Nunca pude enamorarla, porque estaba muy clavada con su galán. Pero a ella le gustaba aquel juego de seducción que le sacaba lustre a su vanidad. Un buen día extravié mi teléfono y con ello la posibilidad de buscarla y llevármela a la cama. Les digo que el pinche diablo sabe jugar muy bien sus cartas, es un tahúr que no tiene vergüenza, ni atisbo de decencia.

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Un mes después Luis me llamó para decirme que cuándo firmábamos el contrato. A los pocos días tenía en mis manos cinco hojas con términos rebuscados y lo que más me llamó la atención fue la parte que decía: “La vigencia del derecho adquirido a través del presente contrato será de diez (10) años, contados a partir de su fecha de firma”. Aquello me hizo mucho “ruido”. Así que le llamé a mi cuate para decirle que “el plazo me parece muy largo”. Él estuvo de acuerdo en modificar esa cláusula. Pero todo se quedó en proyecto. Yo me extravié un tiempo en pendejadas, sufrí por una mujer que me arrebató la calma, orquesté un plan de fuga para liberarme de algunas ataduras, me concentré en reconstruir mi autoestima, y pasaron los días, las semanas. Hasta que llegó una señal de alarma. Mis compañeros de la universidad organizaron una reunión. Todos parecían tener vidas perfectas. Alguien se dibujó una postal maravillosa: “Tengo una familia hermosa, un trabajo envidiable y estoy construyendo una casa de campo en Querétaro”. Cuando fue mi turno comenté que “soy bipolar, tengo un trabajo estable y estoy divorciado”. Y añadí que “tengo dos casas: una casa grande y una casa chica. La casa grande no es tan grande y la chica no es tan chica”. Nadie entendió la broma. Josué me preguntó qué había sucedido con lo de mi libro. “Ya no creo que sea tan buena idea”, me resistí. “No seas mamón, mejor di que no has hecho nada”, me retó. Tienes razón, afirmé con la cabeza y sentencié que “la neta es que me he hecho pendejo. Me dijo que lo llamará al día siguiente para que me pasara el contacto de no se quién. Como mi especialidad es sabotearme de antemano, tampoco lo tomé en serio. Y como siempre, encontré señales en las canciones”. Hace unos días escuchaba una rolita de Babasónicos que me dice mucho:

“Soy víctima de un Dios frágil, temperamental,
que en vez de rezar por mí se fue a bailar,
se fue a la disco del lugar,
quiso mi disfraz y
vivir como un mortal,
como no logró matarme
me regaló una visión particular”.

Y entonces comprendí que ya estaba bien de huir sin rumbo. Así que le llamé a mi amigo Luis, le pedí que me llevara el contrato para firmarlo. Ni siquiera me tomé la libertad de leerlo con calma, sólo me explicó que tenía los derechos para publicar mi obra por cinco años. De ganancias ni hablamos, pedimos unos tragos porque los mejores tratos se sellan en una cantina. Por alguna razón sentí como si le estuviera vendiendo mi alma al diablo o comprando una membresía para el infierno. Yo sólo sé que es un sueño largamente acariciado. Y ayer mismo festejé con tres de mis mejores amigos. Yo no sé qué resultará, pero confío en haber hecho lo correcto. Y quiero ver tu sonrisa cuando tengas ese libro en las manos. Sí, a ti me estoy refiriendo: a mi lector más leal, a mi lectora más fiel desde hace tiempo. Salud por eso.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 05 de agosto de 2010

 

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