jueves, 29 de julio de 2010

Joaquín Sabina suele tener razón

Manual para canallas...

Salí al balcón con ganas de aire fresco. Por un acto reflejo busqué la cajetilla de cigarrillos en la bolsa de mi chamarra. De reojo vi a la chica en el extremo derecho. Saqué un Marlboro y lo encendí. Me recargué en el barandal y entonces noté que la chava sollozaba. “¿Todo bien?”, pregunté estúpidamente

Ella ni siquiera volteó a mirarme, sólo hizo un movimiento de aprobación, también estúpidamente. Me acerqué un poco. “¿Necesitas algo?”, no sé por qué lo hice. Ella movió la cabeza en señal de negación. “Bue… bueno sí, regálame un cigarro”, se pasó el dorso de la mano por el rostro para borrar las lágrimas. “Perdón, soy una tonta”, trató de justificar. Le extendí la cajetilla, tomó el tabaco. Yo activé el encendedor cuando debí accionar la alarma y salir de allí. Ella posó su mano en la mía y acercó el fuego. Me sonrió en vez de darme las gracias. Era realmente bonita. En unos minutos me contó que acababa de pelear con su novio, quien se había marchado de la fiesta. Adentro sonaba algo de Texas, creo que era “Say What You Want”, lo que me recordó que la banda sonora de mi vida no tiene desperdicio. “No me has dicho tu nombre”, estaba sugiriendo que se lo diera. “Me da gusto conocerte, yo soy Joanna y te invito una cerveza”, me condujo a la cocina. Ella destapó una chela y yo le aclaré que prefería un ron. Seguimos charlando, teníamos un par de amigos en común pero no nos molestaron porque estaban demasiado ocupados en emborracharse. No tardamos en irnos a mi departamento a beber y escuchar música. Esa misma madrugada me dijo que iba a dejar a su novio, aunque no dejaba de checar su teléfono a cada rato.

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Joanna me siguió buscando, sobre todo cuando tenía broncas con su novio. Inclusive coincidimos los tres en alguna fiesta y me presentó con él como “un gran amigo”. Aquel tipo era un cretino, suelo reconocerlos incluso a un kilómetro de distancia. Ella parecía muy enamorada de él, pero en un descuido se acercó para decirme que me extrañaba. A mí ese doble juego ni me emocionaba ni me inquietaba. Esa noche me fui temprano a casa. Al otro día me llamó Joanna para preguntarme si había sentido celos. “Claro que no, ese tipo de cosas no están incluidas en mi chip”, aclaré. Ella se rió y expresó su típico “no te creo”. Con lo que me caga que me hablen en ese tono. “Oye, al rato paso a tu casa, para que veas cuánto te extraño”, sugirió. “No es una buena idea, porque voy a salir”, le respondí. “Lo ves, sí estás celoso y también estás molesto”, carajo, ciertas mujeres son un caso típico para el psiquiatra. Solté una carcajada. “Estás loca, de verdad que estás loca”, ella intentó decir algo pero continué, “también tengo una vida, que no gira en torno a ti”. No se ofendió, al contrario, se sintió retada: “Ahhh, sí, ¿y esa otra vida te hace el amor como yo?”. ¡Qué pex con esa vieja! “Por Dios, Joanna, tú y yo no hacemos el amor, bien lo sabes”, me reí en su oído. “Bueno, bueno, ya, si cambias de planes me avisas porque me encantaría amanecer contigo”, sólo era una manera de replegarse para después atacar por mi flanco más débil. Esa noche salí a beber con unos amigos y las dos de la mañana le llamé a Joanna, que andaba en algún antro, para que pasara por mí. Y una vez más nos dijimos mentiras piadosas mientras el colchón se amoldaba a nuestros incendios.

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Joanna me preguntó que si la amaba. “A mí, como a Sabina, me gusta el whisky sin soda y el sexo sin boda”, no pretendía ser original. “Pero al menos me quieres un poco, ¿no?”, parecía urgida por saber algo innecesario. “También quiero al sábado porque es mi día que descanso”, dejé en claro. “No seas payaso, sólo contéstame”, se acomodó en mi pecho. “Te quiero como se quieren los días de quincena”.

—Odio que seas tan sarcástico –se alejó.

—Y yo odio que uses un perfume que no me late, que sólo leas el Vanidades, que no sepas bailar –aquello me fastidiaba.

—¿Y por qué andas conmigo? –buscó mi mirada.

—Por favor, tú y yo no andamos. Sólo es el deseo lo que nos une –yo no estaba inventando nada.

—No mames, Roberto, ¿entonces qué significa todo esto? –me miró como suelen hacerlo las chicas que leen a Corín Tellado.

—¿Sexo sin compromiso? O me vas a decir que te estás enamorando –no me gustan los rodeos.

—Es una pena que no sientas lo mismo que yo –parecía realmente decepcionada.

Hubo un silencio incómodo. Yo hubiera preferido que se extendiera, que ella no se empeñara en tantas preguntas inútiles que no conducen a ningún lado.

—¿Es mi culpa? –rompió el silencio un tanto contrariada.

—Por favor, no estamos resolviendo un chingado crucigrama. Es muy simple: nuestra amistad se echó a perder desde que nos acostamos por primera vez – sinteticé.

—Ahora resulta que fue un martirio, ¿no? Si bien que la pasaste –sonó enfadada y yo traté de evitar su mirada.

—Claro que no me refiero a eso. El sexo contigo es fabuloso, pero sólo es eso: puro deseo —nunca prometí quimeras.

—¿Y entonces por qué no podemos estar juntos? –Joanna se empeñaba bastante en tratar de escuchar mentiras piadosas.

—¿Porque tú tienes novio? ¿O porque tenemos pocas cosas en común? –yo siempre he preferido la verdad.

—Pero si tú quieres lo dejo, ya te lo he dicho antes –en efecto, ya me lo había sugerido en alguna ocasión.

—Tu problema es que no sabes estar sola. Lo dejarás el día que te lo propongas y sería ideal que fuera porque realmente así lo deseas, no porque ya encontraste refugio en otros brazos –yo no era precisamente el refugio al que hay que acercarse.

Otra vez esas lágrimas que ya conocía. Se levantó de la cama, se vistió, ni siquiera se despidió y sólo escuché la puerta al cerrarse. Volví a verla tiempo después en otra fiesta de amigos comunes. La noté muy a gusto con su novio. Ni siquiera se molestó en saludarme. Yo iba con una amiga. En algún momento, Joanna y yo coincidimos en la cocina. Me estaba preparando un trago cuando me dijo “está guapa tu novia”. Giré para aclarar que no era mi novia, pero ella insistió en que “espero que ella si te haga feliz”. Vale madres. “También me hacen feliz las canciones de Calamaro”, le guiñé un ojo y antes de salir le repetí una estrofa de Sabina:

“hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
hay mujeres atadas de manos y pies al olvido,
hay mujeres que huyen perseguidas por su soledad”.

Aún recuerdo su cara, ese gesto que parecía decir por-qué-no-te-puedo-olvidar.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 29 de julio de 2010

 

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