jueves, 8 de julio de 2010

No hay canciones que resuman la tristeza

MusicGirl

Aurora tiene noches negras y una depresión que la atormenta. Plancha hasta sus esperanzas arrugadas mientras llega Miguel, casi siempre tarde y oliendo a alcohol, porque se va a beber con los cuates de la chamba

“No es que no te quiera”, le dice cuando está borracho, “pero es que ya sabes cómo son los compañeros del trabajo”. Aurora no puede evitar que las lágrimas rocíen la ropa y humedezcan aún más su tristeza. Se resiste a aceptar que su madre tenía razón: “Ay, m’ijita, ese muchacho toma mucho, piénsalo bien”. Se tuvieron que casar cuando ella resultó embarazada. Por desgracia, perdieron al bebé antes de que naciera. Y ella hoy está condenada a vivir con ese hombre que hoy le parece desconocido. Nada qué ver con aquel muchacho simpático, divertido, que la llevaba al cine, que le compraba flores cada que salían. Cuatro años de casada, rebasada la frontera de los 30, han apagado el brillo de sus ojos. Ha subido de peso, ya no se arregla como antes, y lo peor de todo es que las rutinas son igual de oscuras que el rímel que se corre de sus ojos. Y no hay una balada que le ayude a sobrellevar las lágrimas.

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Vianey es madre soltera. Tiene 24 años y un abandono que no se merece. Se enamoró de su jefe en el despacho, se dejó deslumbrar por los trajes caros, el perfume finísimo y los modales educados. El licenciado, como todos le dicen —“claro que sí, licenciado” o “lo que usted diga, licenciado”—, no desaprovechó la oportunidad de seducir a la nueva recepcionista, aquella jovencita guapa y de buen cuerpo. Durante casi un año la trató como a una reina, la llevó a restaurantes caros, le regaló algunas baratijas, y ella se sentía soñada cuando la iba a dejar a su casa en aquella camioneta tan bonita. “No me gusta ese señor”, advirtió la madre, “se me hace que es casado”. Vianey lo sabía, pero prefería engañarse y creer que un día él se divorciaría para irse a vivir con ella. Todo iba perfecto hasta que se embarazó. Desde luego, él la culpó de todo, hasta de hacerlo a propósito, “seguro creías que me iba a divorciar nada más por eso”. Sugirió que no tuviera al niño, pero la madre de Vianey se opuso. Luego, la chica fue despedida del despacho, y hoy su belleza comienza a marchitarse. Sus lágrimas son amargas y los recuerdos son demonios que sobrevuelan sus insomnios. De pronto le daba por pensar que su amado recapacitaría y la iría a buscar. Hace más de un año que no sabe nada de él. Y cada que se mira al espejo, no puede evitar que el llanto le recuerde lo tonta que ha sido. La misma historia que muchos conocemos, con distintos nombres y circunstancias, pero tan común que da miedo. Y ninguna canción sanará sus malos recuerdos.

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Creo que tendría unos 19 años cuando me enamoré de Maribel, que era demasiado bella para haber nacido en un barrio pobre. Ella tenía ojos almendrados y cuerpo que provocaba tentaciones. Delgada en sus turgencias, con piernas espectaculares, cintura avispada, Maribel se sentía deseada y por tanto, actuaba con soberbia. Todos en el barrio, en la escuela, nos soñábamos abrazándola. Pero aquello parecía imposible porque su madre la cuidaba como la perla virgen del cultivo, reservándola para un príncipe que cabalgara en moto Kawasaki. En una fiesta, quizá como parte de un juego, me mandó decir con una amiga que yo le gustaba. Esa noche nos besamos y palpé sus senos generosos, pero al otro día me dejó en claro que no éramos novios ni nada parecido. Y tuve que guardar como tesoros preciados los únicos besos de la primera mujer de la que me había enamorado. Luego, Maribel se mudó a otra colonia menos astrosa. Años después, por medio de una prima de ella, me enteré que Maribel ganó un concurso de belleza medio chafa, pero que ya sentía que estaba a unos pasos de la fama. Yo no hice intentos por buscarla. Luego se casaría con un tipo rico, tendría dos hijos, y acabaría abandonada. Yo tuve que irme a estudiar a otra ciudad, con mi maleta de aspiraciones y mi agenda de recuerdos. Cuando regresé al barrio, un amigo de la infancia me dijo que si ya sabía la mala noticia: “Maribel murió de una sobredosis en un hotel de ‘cuarta’”. Había versiones que decían que trabajaba en un teibol, otros sugerían que tenía agenda de clientes. El punto es que la belleza de Maribel se volvió su propia enemiga. Y ella no supo lidiar con sus ambiciones. Lo lamento por los dos niños que ha dejado huérfanos. Y no hay canciones que resuman esa tristeza, el dolor de una mujer que siempre fue seducida por las caricias más intensas y los demonios del dinero. No, no hay canciones que resuman tanta tristeza.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 08 de julio de 2010

 

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