jueves, 12 de agosto de 2010

Milagros que nunca he querido gastar

Manual para canallas...

I) Me recargué en la pared del bar Milán, con un vaso en la mano y a la espera de mi amigo Hugo o la pinche Sandra que siempre llegaba tarde. Con lo que me fastidia la impuntualidad. Media hora más tarde aquel sitio ya empezaba a llenarse. Diez minutos más y me largo, argumenté mentalmente

Entonces, dos idiotas se pararon frente a mí, a un escaso metro. Iban llegando, pero ya traían unos tragos encima. Decidí ir al baño, le pedí permiso de pasar a uno de ellos para no empujarlo con el antebrazo. Dio un paso a un costado y me dijo “pásale, Jackie Chan”. Pude ignorarlo, pero me cagan los payasos sin nariz postiza, así que giré para encararlo. “Perdón, pero no te escuche bien, ¿qué dijiste?”, lo miré a los ojos. Tal vez se dio valor porque estaba con su amigo, porque pretendió divertirse a mis costillas: “¿Qué no eres Jackie Chan?” y juro que se estiró un ojo con el dedo. Ambos rieron como estúpidos. En fracción de segundos puso su mano sobre mi hombro. Lo tomé por la muñeca y no lo solté. Acerqué mi rostro hacia el suyo y enfaticé: “Mira, pendejito, no soy Jackie Chan, pero igual te parto tu madre sin tanta faramalla, ¿cómo ves?”. Su expresión dejó de ser divertida. “Oye, calmado”, su voz trastabilló, “sólo, era… era una broma”. Su amigo enmudeció. “Pues tus pinches bromitas puedes ir a desecharlas al excusado. Y asegúrate de bajarle a la palanca, porque apestan”, me preocupé en parecer realmente un tipo rudo. “Discúlpame, no pensé que te molestara tanto”, estaba apabullado. Su amigo tardó en reaccionar, “tranquilo, bro, no le hagas caso, ya está pedo” y trató de calmarme con una palmada. “No me toques”, entonces lo miré a él, “porque soy muy nervioso y si tuviera un arma ya se me hubiera escapado un tiro”. Pinches chamacos de la Roma, además de tetos son bien putos. Antes de dar la vuelta les dejé en claro que “voy a la caja, ahí me apartan mi lugar”. Asintieron con la cabeza. Pero cuando regresé ya se habían largado. ¡Qué mala onda! Y yo que pensé en gorrearles un trago y hasta hacerme su amigo. A los pocos minutos llegó Hugo y le conté la anécdota. Se rió bastante, aunque sabía que yo era incapaz de armar un lío en mi bar preferidos de ese entonces, porque ya una vez nos habían sacado por jugar rayuela con un vaso y un cenicero de la esquina. No me cobraron el vaso roto, pero nos fuimos con la advertencia de que una más y seríamos vetados. Total que cuando Sandra arribó ya estábamos algo ebrios y a mí ya me dio flojera volver a contar la anécdota. Incluso ella ya empezaba a darme weba, porque estaría muy buena y lo que quieras, pero le daba por creer que mi vida sin ella no tenía sentido. Y siempre intentaba remarcarlo. De aquella época me quedan algunos buenos recuerdos y varios milagros que nunca he cambiado. Cada que abro un libro salta un “milagro”, uno de esos billetitos que circulan en el Milán y que a mí me encantaba usar como “separadores” en mis páginas favoritas.

II)Ojos enormes, nariz perfecta, cabello negro profundo y labios exquisitos. Se llamaba Alexa y escribía algo en una servilleta, sobre la barra del bar Milán. Poca gente alrededor, por tratarse de un jueves y ser demasiado temprano. Le pregunté que si le gustaba la poesía y dijo que sí, que cómo lo sabía. “Simple intuición, por la manera en que tomas el bolígrafo”, la halagué. “Me gusta mucho escribir”, mi miró a través de unas gafas modernas, “pero sólo lo hago para mí, ya sabes, cosas muy personales”. Aún así le comenté que si podía echar una ojeada. Me extendió el papel y en cuanto leí supe que aquella chava no tenía futuro como poetisa, pero me comporté como un caballero. “Es lindo”, sólo comenté. Ella quiso saber mi nombre y, como todas, a qué me dedicaba.

—Soy escritor –mentí alevosamente.

—¿Y de qué vives? –cuestionó con seriedad.

No pude evitar la risa. Todo mundo tiene la certeza de que escribir es como un pasatiempo, una especie de oficio sin beneficio.

—Sobrevivo con una beca del Conaculta –recordé a un conocido que vive del presupuesto.

—Oye, ¡qué padre! –parecía emocionada.

—¿Te parece? –interrogué como si aquella plática fuese interesante.

—Claro, es muy padre ser escritor y que te paguen –en las bocinas sonaba “Enjoy the Silencie”, con Depeche Mode.

—¿Por qué no me escribes algo? –pidió con cierto entusiasmo y me entregó una servilleta.

Tomé la pluma y plasmé:

“He muerto y he resucitado.

Con mis cenizas un árbol he plantado,
su fruto ha dado y desde hoy
algo ha empezado.

He roto todos mis poemas,
los de tristezas y de penas,
lo he pensado y hoy sin dudar
vuelvo a tu lado.

Ayúdame y te habré ayudado”.

Le devolví el trozo de papel, ella lo observó y expresó “¡wooow!”, sí, como sospeché no conocía “Pero a tu lado” de Los Secretos. “Ay, pero dedícamelo, por fa”, añadió.

Lo hice, pero no puse mi nombre sino el de uno de mis personajes favoritos: “Con mis deseos más perversos, Carlos Chinaski”.

—¿Chinaski? ¿Tienes familiares extranjeros? –esa chica no dejaba de sorprenderme. Aguanté la risa.

—Claro, mi abuelo era alemán y mi abuela de China, ¿por qué crees que tengo los ojos un poco rasgados?

—Oye, es cierto –parecía no haber reparado en ello— y por eso lo de China-ski –sonrió como diciéndose pero-qué-tonta.

Tomé mi vaso, le dije “salud, por el gusto de conocerte”, ella levantó su Corona y me regresó el brindis con un guiño de sus ojazos. Pude coronarla allí mismo como la reina de un concurso llamado Señorita Superficialidad, pero al cuarto trago perdonas muchas cosas, hasta la escasez de neuronas sanas.

manualparacanallas@hotmail.com

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 12 de agosto de 2010

 

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