jueves, 22 de diciembre de 2011

Brindemos por los desesperados

© Manual para canallas

La Navidad es una botarga del doctor Simi con gorro decembrino. La Navidad es esa musiquita chocante de las series navideñas. La Navidad es un niño que se quedará sin regalos, la tristeza del jubilado, la angustia de los desempleados…

La Navidad es esa multitud de desposeídos que comen pollo rostizado en Nochebuena. La Navidad es una anciana solitaria que mira con desgano el parpadear de las luces en el árbol. Y también es hastío, melancolía, lágrimas por los que se han ido, un brindis por los desesperados. La Navidad eres tú, llamando a quien extrañas; soy yo, pensando en este jodido año. Y también es la risa triunfadora de los que nos gobiernan, la felicidad de los que nos explotan, la ruindad de aquellos que nos han estafado. La Navidad es un huérfano que no recibirá muchos abrazos, el abuelo abandonado en el cuarto de servicio, la chavita que ignora a sus padres mientras se mensajea con sus amigas, el adolescente que llama a la novia antes que a la abuela. La Navidad son buenos deseos, abofeteados por esta pinche crisis que no cesa. Y tú estarás mortificado porque ya se acercan los Reyes Magos y el jodido aguinaldo que no alcanza ni para pintar la casa. Cómo carajos ser optimista cuando este país se derrumba entre balas, desfalcos estatales y promesas de campaña. Pero sobran pretextos en los discursos presidenciales. Y los políticos bromean frente a las cámaras, en tanto que los pobres no salen ni en los comerciales. Habrá que cenar, otra vez, ese pavo descongelado, la ensalada de manzana, el pollo rostizado. Habrá que tragar fuego, por enésima vez, porque esta tierra es cada vez más cenizas y cruces en el desierto. Habrá que brindar por los desposeídos, por los que se han ido, por los que no escaparon del fuego cruzado, por los que sólo tienen tristeza en la mirada y el alma en vilo. Brindemos por los desaparecidos, esos que sólo engrosan las listas oficiales, los que serán llorados en ausencia, los que no estarán a nuestro lado para levantar la copa. Brindemos por ese himno de Rubén Blades que es un reclamo y una voz de los que nunca serán escuchados:

“‘Que alguien me diga si ha visto a mi esposo’,
preguntaba la doña; se llama Ernesto, tiene 40 años,
trabaja de celador en un negocio de carros.

Llevaba camisa oscura y pantalón claro.

Salió anteanoche y no ha regresado; no sé qué pensar.

Esto antes nunca me había pasado.

Llevo tres días buscando a mi hermana,
se llama Altagracia, igual que la abuela.

Salió del trabajo pa’la escuela.

Tenía puestos unos jeans y una camisa blanca.

No ha sido el novio. El tipo está en su casa.

No saben de ella en la policía, ni en el hospital...

¿A dónde van los desaparecidos?

Busca en el agua y en los matorrales.

¿Y por qué es que se desaparecen?

Porque no todos somos iguales.

¿Y cuándo vuelve el desaparecido?

Cada vez que los trae el pensamiento.

¿Cómo se le habla al desaparecido?

Con la emoción apretando por dentro”.

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La Navidad es un comercial de Telcel, aquel aparador de Plaza Aragón, el árbol navideño en Parque Tezontle, el Santaclós falso afuera del Wal-Mart y ese folleto de Soriana que promete descuentos. La Navidad es una invitación para endeudarse a largo plazo: “Compre ahora y empiece a pagar en marzo”. Sí, la Navidad es una magnífica oportunidad para reconciliarse con los que hemos alejado. A quién chingados engañamos. No seamos hipócritas: Daremos un abrazo cálido y no volveremos a verlos mientras queramos. Mejor sentémonos en silencio, observemos los rituales de nuestros padres, respetemos el brindis de la abuela, lloremos por lo que hay que llorar, elevemos alguna plegaria al cielo y pidamos blindaje especial para que no acabe de llevarnos la chingada. Yo sé, claro que lo sé, que son tiempos de paz y armonía y esas utopías que escriben en las tarjetas postales. Sí, yo sé, yo sé, así que no le hagan mucho caso a este inconsciente que tendría que estar haciendo una lista de buenos deseos. Sí, son tiempos de armonía, de esperanza, de brindis y buenaventura, pero el asesino no descansa, ni el ladrón de cuello blanco, ni el político que nos atracará mañana, ni la líder sindical que nos estafa, ni el sicario con el cuerno de chivo, mucho menos el ladrón de nuestras esperanzas. Y no, no quiero, no, sonar amargado. Sólo soy un tonto que no cree en las cifras oficiales, ni en los informes maquillados. Sólo soy el mismo que levantaba la mano en el salón de clases, ese chamaco inconforme que no se quedaba callado, el tipo insolente que recita a los poetas más incendiarios, el que se ríe de sus miserables aumentos al salario mínimo. No, en verdad que no quiero sonar amargado... sólo pasa que a mi las Navidades me parece que se han distorsionado. Somos un ejército de desfavorecidos, millones de desesperados. Y será mejor salir a la calle y ser espléndido, unirse a una causa benéfica, cobijar a los que pasan frío, obsequiar un juguete al más desfavorecido del vecindario, sonreírle a todo mundo, abrazar a tu perro, separar la basura, no estacionarte en doble fila, darle propina decente al mesero, cederle el asiento a las embarazadas, respetar el derecho ajeno, no meterte en la vida de tus vecinas, sacar nueve en matemáticas, invertir en poesía y bien educar a tus hijos, emitir un voto razonado y renegar de los corruptos. Y hay que ser agradecido con tus padres, estar en gracia con los dioses y en paz con tus demonios. Habrá que levantarse con buen ánimo y partirse la madre otra vez y caerse y levantarse. Y volver a caer. Y levantarse. Habrá que ser un luchador incansable. Y no, seguramente no, no serás la mejor persona, ni el más noble de tu cuadra, pero algo estarás cambiando. Así que por ahora brindemos por los desesperados. Y maldigamos a los que no se cansan de estafarnos.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 22 de Diciembre de 2011

 

© Manual para canallas

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