jueves, 13 de febrero de 2014

Como un oso de circo en dos ruedas

Manual para canallas - Volví a ser niño por un rato

Reciclaré mi bicicleta para volver a sentirme un poco niño, mientras el viento me despeina, aunque en realidad parezca un oso de circo sobre ruedas...


Volví a ser niño por un rato. Tuve una regresión: Y me gustaba andar en bicicleta, sentir el viento despeinando mi cabeza. Me miré emocionado, en cuclillas, con una canica en el dedo gordo de mi mano derecha. Volví a ser niño por un buen rato y me reí como no lo hacía desde hace años...


Allí estaba yo, de un lado a otro, como un niño inquieto en el salón de clases. De aquí para allá, sonriendo, mirando las caras que me rodeaban y me preguntaban tantas cosas. 

"¿Cómo eras cuando eras niño?" 

Yo antes no era así de feo, respondí, 

"antes era más feo y más chistoso". 

Y es en serio, cuando era un chiquillo estaba muy cajetoso. Era flaco como un fideo y me costaba trabajo peinar mi cabello lacio. Cuando contesté, todos los niños rieron quizá porque pensaban que estaba bromeando o porque me imaginaron con mi uniforme de la escuela y el suéter que me quedaba como si fuera de mi hermano más grande. Y es que mi madre me compraba la ropa de una talla extra, para que me durara más mientras iba creciendo. 

¿Cómo era de niño? 

Era inquieto y travieso, muy preguntón y demasiado flaco, malo para las matemáticas y bueno para el recreo. Tenía pocos juguetes y un montón de amigos. Yo era un chamaquito travieso, pero al mismo tiempo siempre estaba callado. Me hacía cuate de todos los perros del vecindario y no me gustaban los gatos. Me apasionaba el futbol, batallaba con las tareas y jugaba a ser Blue Demon o Batman meintras combatía a monstruos y villanos imaginarios. 

Cuando era un mocoso, me enfermaba a cada rato porque salía a chapotear bajo la lluvia. Cuando era un chiquillo corretear un balón era mi alegría. Cuando era un escuincle peleaba por todo con mis hermanas y les escondía sus muñecas y me pateaban mis carritos y yo las acusaba con mi madre. 

Sí, yo era un chamaco que reía por todo y perdía los lentes y rompía los pantalones en las rodillas porque me gustaba atrapar todos los disparos a la portería. En verdad que ya no recordaba lo feliz que era cuando iba en la primaria y tenía tantas preguntas y me sobraba alegría.


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Hace unos días volvía ser niño por un rato. Los niños del 4-A me hicieron reír y recordar los años que pasé en los salones de clase. Allí estaba yo, rodeado de chavitos preguntones y emocionados que me cuestionaban las cosas más inusuales: 

Que si conocía al Chicharito, que cuál era mi trabajo, que si era aplicado, que si tenía hijos, que si había estudiado muchos años, que si mi maestra era buena, que si tuve novia cuando era un chiquillo, que si era feliz, que cuál era mi próximo sueño, que dónde había nacido, que cuál era mi equipo favorito. 

Y respondí todas sus inquietudes y nos reímos un buen rato. Yo nunca imaginé que sería divertido, ni que volvería sentirme como un niño en un salón de clases. 

Allí estaba yo, en la primaria Julio S. Hernández, caminando de un lado a otro y mirando la inocencia en tantos ojos, en tantas sonrisas, en tantas preguntas. Y Pilar, Hugo, Nury, Jesús, Sebastián, Azucena, Aníbal, Vanessa, Tonatiuh y todos ellos parecían sorprendidos con tantas cosas que yo les contaba. Yo no sé si de algo les servirá todo lo que platicamos como buenos amigos, en aquella aula matutina, pero me gustaría mucho que un buen día cuando estén en prepa o la universidad de acuerden de este lunático, este adulto que volvió a ser niño, que un día les dijo que para hacer realidad los sueños hay que estudiar mucho y trabajar el doble y nunca dejar de ser niños. 

Yo espero que de vez en cuando se acuerden de este hombre que volvió a ser chiquillo por un rato y que se sintió feliz con tantos dibujos que le regalaron, con esos abrazos de alegría que le obsequiaron. Y me fui contento por haberme dado la oportunidad de convivir con el cariño espontáneo, con el afecto sincero que tienen los niños cuando te regalan sus sonrisas. 

Eso, en definitiva, es el amor que vale la pena, el amor que perdemos de vista, el amor que todo el tiempo estamos olvidando. En tiempos de odio, el afecto espontáneo debería ser revalorado. En épocas difíciles deberías olvidar el rencor y volver a ser niño aunque sea un rato.


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A mí todos los alumnos de la maestra Lorelei me cayeron muy bien y me causó gracia que muchos me dibujaron sin cabello o con un balón a los pies, pero hubo una chiquilla que me conmovió con sus lágrimas. Se llama Azucena y tiene 9 años y me preguntó que si yo ayudaba a mis padres cuando era pequeño. Sí, le conté, cuando yo era chamaquito le ayudaba a mi madre a vender quesadillas y no me avergüenza porque gracias a eso pudimos salir adelante y seguir estudiando. 

"Es que yo también les ayudo a mis papás", me confesó acongojada. 

Y eso está muy bien, le animé, porque es algo de lo que debes sentirte orgullosa. Traté de explicarle que no todos los padres tienen la suerte de un trabajo bien pagado o de una vida cómoda, así que es mejor luchar unidos para salir adelante. Entonces la abracé y le sugería que le echara más ganas a la escuela, para que un día pudiera ir a la universidad y tener una carrera que le diera la posibilidad de comprarle una casa a su madre o regalarse todo lo que ella quisiera. 

De inmediato otra pequeñita y otro chavalillo añadieron que ellos también ayudaban a sus papás con algo de trabajo. 

"Aunque sea a tender su cama o a levantar su plato de la mesa, pero deben ayudar en casa, porque el trabajo de su mami es el más pesado", sugerí a toda la clase. 

Y estuvieron de acuerdo conmigo. Yo no sé si Azucena sea buena estudiante, si batalla con las multiplicaciones o el inglés, pero sé que tiene espíritu de guerrera, que no se dejará vencer y que habrá días tristes y noches con miedo, pero algún dios bondadoso o su ángel de la guarda le cuidarán los pasos. 

Yo no sé que será de Azucena, no puedo adivinarlo, pero me gusta pensar que en unos años se titulará de abogada o será una gran doctora o escribirá poemas o grabará un disco o se graduará en la universidad mientras sus padres se sentirán orgullosos de ella. 

Yo no sé que será de Azucena, de sus compañeros, de Vanessa o de Hugo, de esos chamaquitos de 4-A, pero algo tengo seguro: todos ellos son niños, hijos, hermanos, que alguna vez serán adultos con sonrisas bonitas y un montón de sueños. 

Yo, por lo pronto, me iré a dar unas vueltas en bicicleta para volver a sentirme un poco niño mientras el viento me despeina, aunque parezca un oso de circo sobre ruedas.



manualparacanallas@hotmail.com


Roberto G. Castañeda
Jueves 13 de Febrero de 2014.


© Manual para canallas


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