jueves, 18 de diciembre de 2008

Ángeles caídos

© Manual para canallas

Un santaclós apócrifo, una botarga del  Doctor Simi, aquel aparador de Suburbia, las luces del Zócalo: a eso se reduce la Navidad. No hay sonrisas sinceras. Todo mundo se embriaga. Un auto se pasa el alto y embiste a una familia que nunca sospecha la desgracia. Llanto, miedo, dolor, tantas emociones en tan pocos segundos. El conductor ebrio se da a la fuga. Una ambulancia llega siempre demasiado tarde. Un nudo en la garganta. El parte médico no es nada optimista. Un niño yace inerte. Dios no escucha los ruegos de casi nadie. Los mirones se regodean en el morbo. La sangre es un asunto cotidiano, ya no conmueve. Un policía desvía el tráfico. Tu mami te  espera en casa. Tu padre no deja de emborracharse. En el intercambio de regalos te tocó la vieja más insoportable. Merry Christmas. Los villancicos no te dicen nada. Lalo y sus Ardillitas siguen cantando la misma tonada estúpida y tú sólo quisieras que las vacaciones duraran todo el año. La escuela te abruma, el trabajo de medio tiempo ya te tiene hasta la madre. Otro fin de año sin novia. Ojalá te regalen unos Converse en Navidad. Pedir un Ipod suena a imposible. Tu vida no es un anuncio de Liverpool, en definitiva. La felicidad es un catálogo de Sears: una familia sonriente, con suéteres impecables y bufandas de colores. La vida, la vida es otra cosa: el recibo de la luz, la cuenta de teléfono, el precio del gas, las quejas de un ama de casa, la tristeza de un niño olvidado por los Reyes Magos, un anciano formado para cobrar su pensión, aquella adolescente embarazada, el gordo de la esquina que se masturba en la oscuridad, un tipo baleado en cualquier calle. Y los diarios que hacen la suma de los ejecutados. Hace mucho que no sabes lo que es una feliz Navidad.

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Cada diciembre es lo mismo: Ojalá ya se acabe el año y que el otro nos vaya mejor. Doce meses para el olvido. El inevitable recuento arroja cifras alarmantes y no hay espacio para el optimismo. Bueno, tengo trabajo y salud, tratas de consolarte por la falta de varo. Pinche remedio para la migraña. Nada que solucione tus grandes males. Tu existencia es un constante vacío. Vives al día, con apenas lo suficiente para llegar al fin de quincena, contando y estirando los pesos. Tu ángel de la guarda es como una silueta dibujada en el asfalto, caído bajo el fuego cruzado. No quedan esperanzas, sobran lamentos. Si hubiera estudiado, si no me hubiera casado, si le hubiera hecho caso a mi madre, si no hubiera hecho esto, si me hubiera atrevido. Sospechas que tu mujer te engaña, reniegas de todo, sufres por cualquier cosa. Vale madres, ojalá que ya se acabe el año. Embriagarse sólo es un intento de fuga. Te gusta la hija de tu vecino. Te odian tus compañeros de trabajo, tú detestas a tu jefe, pero en el brindis navideño todos se dan el respectivo abrazo. Y la secretaria baila con todos, se pinta los labios y no falta el atrevido que le dice que le hace falta conocer a un verdadero hombre, pero a Lupita le basta con acostarse con el licenciado y jugar el juego de la amante con la esperanza de que un día la saque de trabajar. El licenciado es un hijo de la chingada, coinciden todos. Y sin embargo envidian su sueldo y el auto del año y los trajes que lo hacen ver como si fuera un tipo decente. Feliz Navidad y próspero año nuevo, levanta su copa y todos repiten el mismo pinche ritual de todos los años. Luego, cada quien a su casa, a pelearse con la mujer, a soportar los ronquidos del abuelo, a escuchar los llantos del niño, a regañar a los chamacos para que dejen de estar peleando. La Navidad es un maniquí con bufanda, un santaclós made in China, un compacto en formato mp3 con “yo no olvido al año viejo” y esa canción que habla del “caballo de la sabana, porque está viejo y cansado”. Ni pex, cenarás pollo rostizado y Sabritas. Y te regalarán el peor disco de Arjona. Y al otro día viene la resaca.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 18 de diciembre de 2008

 

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