jueves, 14 de julio de 2011

Necesitamos un ejército de dioses

© Manual para canallas

El día que casi morí ahogado no sucedió nada de película: ni desfiló mi vida en instantes, como tampoco vi un resplandor celestial. Sólo fueron minutos angustiantes, de tremenda desesperación. Finalmente pude resistirme a la corriente y salir del agua. Gracias a Dios, dijo mi madre cuando se enteró…

Hubo un par de veces más en las que estuve a punto de colgar los tenis. Gracias a Dios que no fue así, volvió a comentar mi jefa en ambas ocasiones. Cuesta trabajo creer que esa deidad a la que mi señora madre alaba tenga tiempo de echarme una manita, mientras abandona a su suerte a un chingo de niños en una guardería o en manos de pederastas. A lo mejor pasa que no puede atender tantas llamadas de auxilio al mismo tiempo y es entonces que mueve los hilos al azar.

 

Pero prefiero pensar que en realidad somos atendidos por un ejército de deidades imperfectas, unas más volubles que otras. Y por eso he optado por creer que un practicante, un aprendiz de dios me ha concedido un permiso para seguir cometiendo errores. Pero otro dios con vocación de burócrata lleva un registro, meticulosamente archivado, de todas mis pifias y llegará el día en que cobrará hasta los recargos. Y no, no creas que esto es el tema para una discusión teológica. Sólo pasa que un dios esquizofrénico gobierna mi cabeza y a veces me dicta cosas que tal vez sonarán absurdas. Yo suelo creer que a un dios desempleado que tiene demasiado tiempo libre le da por ocuparse de mis asuntos en lo que encuentra algo más redituable. Y que también hay un dios bondadoso que me ha mandado a una mujer insuperable. Aunque hay épocas en que un dios bipolar ejerce su potestad para volverme más cretino que de costumbre. Pensándolo bien, puede suceder que un dios “pirata” o un dios Región 4 revuelven mis ideas y me orillan a escribir pendejadas. Y es entonces que recurro al más bohemio de los dioses para darle cierta coherencia a mis palabras y que conecten con un poco de cordura, de Babasónicos, por ejemplo:

“Me caga que me expliquen cómo es el mundo
si al final todos están equivocados, todos a la vez.

Y cuento las horas que no pasé a tu lado,
son como hojas de un papel en blanco.

Y no quiero gritarte pero esto me tiene harto,
hasta el punto mismo de odiarte y sonreír a la vez”.

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Un buen día, hurgando en un buen libro con curiosidad, llegué a la conclusión de que mis mentores bien pudieron ser un dios neurótico y anónimo u otro dios alcohólico e inánime. Y no los culpo, no me atrevo a culparlos, porque era preferible eso a recibir consejos de un dios falso e inculto que nunca ha abierto siquiera un libro. Así que agradezco al comandante en jefe por mandarme este ejército conformado por dioses tan variados, por la ayuda recibida en los mejores momentos, en los peores pasajes. Y yo, que no suelo ser muy sentimental, le he agarrado cariño a ese dios vagabundo que me ha empujado a viajar a veces sin rumbo. Como también a ese dios alcahuete que me ha motivado a seducir a través de la palabra. Cómo no apreciar al dios honesto, a ese que no he permitido que venda mi alma ni mis principios a cambio de espejismos sembrados por un demonio traicionero. Yo sé perfectamente que el dios de las cosas triviales me ha complacido con pequeños lujos, con grandes delicias, con tremendas maravillas que de una u otra forma he aprendido a valorar, tarde o temprano. Y que un dios sin licencia para ejercer me ha favorecido con permisos para equivocarme muy seguido. Y habré de arrepentirme o llorar por lo irremediable, pero entonces llegará, seguramente, algún dios espléndido y sentimental para abrazarme cuando yo me sienta huérfano de cariño. Mirando hacia atrás llegué a la conclusión de que por allí, algún día, le tocó cuidarme a un dios distraído. Por eso es que tengo momentos traumáticos que antes dolían y hoy sólo son recuerdos oscuros de un tiempo que es mejor olvidar.

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Ahora estoy convencido de que un dios melancólico está en mi bando. Y es por eso que ha puesto en mi camino, a mi lado, a una mujer inevitable: por más que te resistas, sus abrazos, sus besos, aquellas caricias tibias, sanarán tus heridas y te harán sentir como si merecieras lo mejor del mundo. Y quemará sus alas, si es necesario, para protegerte de los relámpagos de la tristeza. Otro que suele ser generoso conmigo es un dios culto y algo mundano, que me ha orientado por los senderos de gente maravillosa como Jaime Sabines o Ernesto Cardenal o Mario Benedetti, sí esos mismos que describen mis emociones. Por ejemplo, cómo no creer en un dios libertino, cuando Efraín Huerta escribe líneas como: “Me gusta beber dignamente acompañado. Es decir, sólo yo y mi alma” o ese otro poemínimo certero: “A mis viejos maestros de marxismo no los puedo entender. Unos están en la cárcel, otros están en el poder”. Pero mientras descifro qué clase de dios tripolar es el que me guía en estos momentos, me declaro convencido de que por allí hay un dios implacable, incorruptible, que llegará un buen día a realizarme una auditoría. Y ni mi alma, ni el corazón, estarán exentos de ser escrutados. No hallaré refugio entonces, ni canciones que cuadren, para expiar todas mis culpas. Por mucho que Jorge Drexler insista en ser un retratista de mis desvaríos:

“Me regalaste tus somníferos,
me diste tu oráculo sintético.

Extraño método de ahogar la sed,
aquí, lejos de tu lágrima.

Y uno no recuerda hasta qué punto
nació para eso, ni todo el amor
al que puede tener acceso.

Dame calma y dame vértigo,
ven a llenar mis pocas horas lúcidas,
extraño método de ahogar la sed,
aquí, lejos de tu lágrima”.

Carajo, a ese pinche Drexler le tocó un dios realmente inspirado. Y eso siempre será de envidiarse. No como este dios despeinado, que fuma habanos mientras hace como que repara la maquinaria destartalada en mi cabeza.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 14 de julio de 2011

 

 

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