jueves, 7 de julio de 2011

Somos más hermanos que antes

© Manual para canallas

Tan sólo con mirar el rostro asustado de mi carnalito no lo dudé: te vas conmigo. Yo no sabía hacia donde huiríamos, no había un plan, pero la idea era largarnos lejos. Así que encaminamos nuestros pasos lejos de aquel sitio, escapando sin pensar, sin rumbo fijo…

Estábamos en la escuela y el rumor se corrió como reguero de pólvora: aquel día llegarían hasta allí unos doctores que iban a inyectarnos quien sabe qué cosa para esterilizarnos. Así que unos amigos y yo decidimos huir. “Espérenme, voy por mi hermano”. Fui a buscarlo, lo tomé de la mano, eludimos la guardia en la puerta y salimos. Claudio era menor que yo, así que me sentía responsable por él. Y ese día nos fuimos de pinta por primera vez. Vagamos por colonias que nunca habíamos pisado, lo más lejos posible de la escuela y de casa, porque si mi madre se hubiera enterado seguro que nos pondría una chinga. Luego regresamos a casa como si nada, fingiendo que habíamos ido a la primaria. Y pese a mis temores de que mi madre sospechara algo, dormí tranquilo y seguro de que había salvado a mi carnalito de un peligro desconocido. Al otro día nos enteramos que en el colegio no pasó nada. Pero aún así, desde entonces yo sabía que siempre cuidaría a mi carnalito. Y al recordar cosas como esa, mis hermanos y yo nos reímos como los tontos que somos y alguna vez Claudio hasta me agradeció por “habernos cuidado tan bien”. Yo sólo sonrío con la satisfacción de haber sido un buen hermano mayor. Aunque tengo mis fallas, creo que no lo hice tan mal. Y cuando ellos escuchan a Sabina o Soda Stereo y los veo leyendo un buen libro, me reconforto por haberles compartido mundos fascinantes que nos alejaron de la miseria en que vivimos muchos años.

+++

Yo siempre tuve alma de viajero, algo de vagabundo, pero mi hermano Claudio siempre llegó a fronteras más lejanas. Creía conocerlo bien, pero cuando escucho a sus amigos hablar con generosidad de él hasta llego a pensar que me hubiera gustado pasar más tiempo a su lado. Pero yo estaba muy ocupado como para darme cuenta de la gran persona que siempre fue Claudio: solidario, honesto, divertido y siempre espléndido. Y lo mejor de todo es que sigue siéndolo. No por nada mis propios hijos han llegado a cuestionar: “¿Por qué mi papá no es como mi tío Claudio?”. Será porque yo les exijo demasiado hasta cuando juegan futbol en el equipo de su cuadra, tal vez porque soy quien los regaña si flojean en la escuela. Pero estábamos en que Claudio llegó a fronteras más lejanas. Por años él parecía navegar sin brújula, como esos soñadores que sólo pedían al cielo que hubiera buen viento: estudió sociología, se dedicó al contrabando de poemas, simpatizó con la izquierda y gritó consignas en marchas interminables, traficó con ideas soñadoras, intercambió buena música en el Chopo, alfabetizó en comunidades de la sierra... luego enfermó por un tiempo y regresó a casa con la idea de remendar las alas y emprender nuevos vuelos. En el teatro encontró otra vocación y se graduó con honores de la CasAzul de Argos. Yo estoy orgulloso de mi hermano y cuando me nace lo abrazo y le digo que lo quiero un chingo. Esto último ya no me cuesta trabajo, pese a que crecimos en una familia disfuncional que no sabe apapachar y soltar te quiero´s. ¿Que por qué escribo todo esto? Porque adoro a mi hermano y cada que llega su cumpleaños me pongo algo sentimental. Aunque a veces parezca que, como diría Calamaro, “tengo abierto el minibar y cerrado el corazón”.

+++

Claro que no todo fue un mundo cuando éramos niños. Peleábamos mucho y mis tres hermanos unían fuerzas para enfrentarme. Incluso luchábamos por ser el favorito de mamá. Pero nuestra madre estaba más preocupada por juntar para la renta y trabajar demasiado para sacarnos adelante. Y escaseaban los abrazos, como también los reconocimientos. Éramos pequeños soldados de plomo, sin medallas ni promociones. Nunca hubo pasteles de cumpleaños, ni regalos sorpresas. No mientras fuimos niños. Íbamos de vecindad en vecindad. Y se nos inundaba la cocina en épocas de lluvia. Y aunque no hubiera tormenta, bastante seguido se nos llenaban los ojos de lágrimas. Así que nos inventábamos infinidad de juegos para no envidiar tanto los juguetes ajenos. Aún recuerdo el día que Claudio se llevó a casa, a escondidas, un Action Man del vecino. El nieto del dueño de esa vecindad hizo un drama, lo cual era lógico en un chamaco, y su madre nos acusó de rateros. Mi jefa nos pegó, obviamente, y mi hermano confesó que él lo tenía. Los adultos suelen ser más dramáticos que los niños: así que decidieron corrernos de aquella vecindad, pese a que mi jefa alegó que “es un niño y se le hizo fácil”. El veredicto fue implacable: aquí no aceptamos ladrones. También en otra ocasión, en una vecindad distinta, entusiasmado con las crías de una coneja, mi carnal se metió a abrazar a los conejitos. Y se escaparon de la jaula varios animales. El dueño nos echó también de aquel sitio. Mi madre agarró parejo: una pela para cada uno de nosotros, por la travesura y por no cuidar al travieso. Paradójicamente, los castigos de mi madre nos unieron más como hermanos, nos hicieron más solidarios. Y ya lo he dicho antes, no es mi madre fuera una malvada, todo lo contrario, sino que era una mujer agobiada por la neurosis que aqueja a todas las mujeres que nunca estarán preparadas para el abandono ni para lidiar con uno, dos, tres o cuatro diablillos que parecen tener batería extra. Pudimos tirarnos a la perdición, pero nos salvó la escuela, la educación, el futbol, los libros y el rock que tantos himnos nos ha legado. Por eso agradezco a Sabines, a Benedetti, a José Agustín y a las aventuras de Belascoarán Shayne. Por eso aún escucho a Caifanes, a Café Tacuba, a Calamaro, a Soda Stereo o Los Fabulosos Cadillacs y tantas canciones que siempre me recuerdan algo. En definitiva, hay himnos que me reconcilian con mi pasado, con las épocas duras, con las noches de tormenta, con cada uno de mis hermanos. Porque, como dictan Los Cadillacs:

“por mas que quieran sacarnos de nuestro lugar
y piensen que sólo somos un puñado de idiotas,
no, no podrás quitarnos lo que hicimos ya,
ahora somos mas hermanos que antes”.

Y es entonces que agradezco a los dioses por darme cómplices, a mis hermanos, en un mundo que no tiene mucho que ofrecer a los solitarios.

manualparacanallas@hotmail.com

Manual para canallas
Roberto G. Castañeda
Jueves 7 de julio de 2011

 

 

© Manual para canallas

No hay comentarios:

Publicar un comentario