jueves, 23 de octubre de 2008

Inventar verdades a medias

© Manual para canallas

“Qué hace una chica como tú
en un sitio como este?

Qué clase de aventura
has venido a buscar?

Los años te delatan, nena,
estás fuera de sitio.

¿Vas de caza, a quién vas a atrapar?

No utilices tus juegos conmigo”,

canta Burning desde el estéreo y yo musito el estribillo:

“Mujer fatal, siempre con problemas...

¿Qué tienes en los ojos, nena,
o es que vas a llorar?

No intentes atraparme,
ya he aprendido a volar”.

Es la una de la madrugada y otra vez el pinche insomnio me alacia las pestañas. “Nunca es demasiado tarde para perder la razón”, parece dictarme el póster de El Santo contra las mujeres vampiro que compré en La Lagunilla. La botella de ron está casi vacía y el frigobar ronronea como si las cucarachas le hicieran cosquillas.

Camino hacia el baño y las náuseas me recuerdan que los miércoles son pésimos para beber. Observo mi rostro cansado en el espejo y mi hermano gemelo me dicta cosas que al principio no entiendo. “Carajo, qué no te cansas de inventar mentiras que ni yo te creo”, me pregunta y yo mismo respondo en silencio que es peor inventar verdades a medias, que te hagan parecer un imbécil. Le guiño un ojo a mi reflejo y me siento como en un video del canal MTV.

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Ese estúpido que me observa desde el espejo sospecha que me he pasado la vida entera fingiendo ser un tipo simpático y desenvuelto, vistiendo mi mejor traje, aunque tenga un agujero en el bolsillo y mi alma sea tan pulcra como una sábana tiesa. Siempre le cuento que tengo una novia hermosa y tierna, enamorada de mí y de mi talento, pero en realidad mis romances son ocasionales porque las viejas no me soportan más de tres o cuatro meses. O le digo que respeto mucho a mi ex esposa, aunque creo que es una arpía que me quiere ver hundido, como un maniquí tuerto en un almacén de baratas y descuentos.

Lo más sencillo del mundo es fingir ser un tipo duro y decir que me considero un triunfador porque me siento pleno, cuando la verdad es que la vida me gana por nocaut y generalmente es en los primeros rounds.

Que mi ángel de la guarda es perfecto, aunque tenga las alas quemadas y nunca esté despierto.

Que mi futuro es prometedor... aunque no sé si mañana esté sufriendo por una resaca o por el aroma de una mujer que sólo me dejó una triste foto de recuerdo.

Que no me importa el dinero... pero debo reconocer que ya estoy harto de esconderme del casero.

Que bebo de vez cuando y con moderación, aunque le oculté que casi siempre acabo ebrio, vomitando en los retretes de los bares o roncando escarabajos en la oscuridad de mi cuarto.

Que me gustan los libros de superación personal, como los de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, aunque lo considero un autor cursi y barato, pues los valores están dentro de ti y no en un libro de pésimos cuentos y estúpidos pretextos.

Que escribo poemas hermosos, llenos de metáforas y paisajes perfectos, aunque todos hablen de soledad, borracheras y desiertos.

Que generalmente soy muy creativo, que las musas me acarician el pelo hasta cuando duermo, pero lo cierto es que mis ideas siempre están saliendo como el relleno de una almohada vieja o volando como un pájaro hambriento.

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Por supuesto el espejo me responderá que nadie puede ser tan perfecto. Me mirará con curiosidad siquiátrica, sonreirá con cara de profesional y dictará que aún tengo remedio. Finalmente, antes de darme la espalda, me dirá “aquí nos vemos más tarde”. Yo haré una mueca de desprecio. Iré en busca de la botella, beberé otro trago, brindaré por una ex novia de trasero perfecto e intentaré escribir una canción que diga algo así como:

“Soy ese lobo en celo que aúlla en tus desvelos.

Soy el perro que masticará tus huesos
para apreciar el sabor de tus desprecios.

Soy la fiera que lamerá tu sexo
y dejará en tus muslos crucigramas incompletos.

Soy tu madrugada con los ojos abiertos,
tu resaca después de una borrachera,
esa caricia que te provoca incendios.

Soy todas las bestias que morderán tu cuello
mientras un orgasmo te recorre todo el cuerpo”.

 

Y entonces vendrá a tocar a mi puerta la depresión que me visita cada año. O tal vez seguiré platicando con el maldito espejo. En verdad que casi siempre termino odiando mi reflejo. Y el vacío de mis ojos enfermos. Demasiado tarde para huir. Muy temprano para estar ebrio. Hasta mis sonrisas parecen falsas. No sé cómo lidiar con todo esto. Llorar ya no es remedio.

 

Manual para canallas

Roberto G. Castañeda
El Universal
Jueves 23 de octubre de 2008

 

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